Óptica Socialista
Opinión
Por doquier uno se va encontrando invasores, gente que
desea que se acabe Venezuela, que venga un gringo y disponga de
nuestros recursos a cambio de papel tualé, de salsa de tomate,
Cheezwhiz, leche en polvo, …
Y son muchos de ellos iguales a nosotros; están en nuestra familia; son negros o mulatos, o indios. Son pobres, o de la clase media, o ricos. Doctores o sifrinos o sifrinos doctores. Universitarios o peluqueras, enfermeras o taxistas. Bodegueros o vigilantes. Politiqueros o sepultureros. La gama es inmensa y total. Y uno se pregunta cada minuto ¿por qué carajo, este fulano desea ser una mierda de esclavo, un debilucho o cobarde, un cojitranco sometido a los dicterios de Uribe o Santos, de Obama o Rajoy?
Parte del drama y del trauma de los escuálidos es que no se dan cuenta de que son criollos, de que son unos mulatos o semi-blancos o blancos que nacieron en Caracas o en el Tuy, en Mérida o en Barlovento y que en modo alguno son de Miami, que no tienen por qué vivir anhelando tener otra piel u otra razón de ser. Por qué se odian tanto a sí mismo, porque la guerra que ellos tienen contra Venezuela es un odio a sí mismo. Ellos se maldicen a sí mismos, cada segundo. Piensan que el progreso está en andar luciendo una cachuchita; piensan que una salida está en matar al que nos ponga a razonar y a pensar; sudan por buscarse un modelo en el que no haya necesidad de tener país ni tener que luchar por nada. Mejor dicho, viven en un pertinaz desgarro de sus propias naturalezas; si más bien utilizaran todo ese odio para luchar contra los verdaderos enemigos.
Veníamos de una Venezuela cuyos productos eran falsos, sus intelectuales se habían convertido en adulantes y amanerados por eunucos y cobardes. En el que los periódicos poderosos ocultaban la pobreza, la miseria y la traición permanente de los partidos políticos a la patria. En el que los altos oficiales en su inmensa mayoría eran unos vendidos.
Así púes, que Venezuela se había cansado de no ser ella, de carecer de destino, de andar encorvada pidiéndole prestado de rodillas a todo el mundo. De vivir arrimada, sin voz ni respeto en la tierra. Desconocida, ultrajada, expoliada y humillada. Ya nos estábamos conformando con ser una mina, un reservorio de minerales con gente sin alma y sin historia propia. Un país triste sin valores, sin corazón, sin cultura y sin honra. Un país que para estar a la moda se estaba proponiendo borrar la huella de su glorioso pasado, y en donde se tenía que vivir avergonzado de nuestros propios sentimientos y de sus valores culturales, en medio de un medio hostil hacia lo nuestro, hacia lo humilde y hacia lo sencillo. Todo lo que interesaba era lo adulterado, lo amanerado y falso.
En nuestra sociedad era más que denigrante tener una fabriquita o una tiendecilla que cobrar del fondo de los reptiles de una Gobernación, de un centro burócrata cultural o de una ONG gringa. Hombres que se habituaron a vivir de la opinión que de ellos hicieron lo medios de comunicación, y que nunca les importó si se cansaron de decir que eran los expertos que todo lo saben, de los sabios elegantes llegados de Oxford o de Harvard ante los cuales teníamos que ponernos en cuatro manos.
Se acostumbraron a vivir de la solemnidad, de las pomposidades, de lo retórico para todo. Engolosinados y pagados de sí mismos, muchos de estos camaleones se fueron a la tumba sin sospechar que en toda su vida no habían hecho sino teatro del malo. Humorismo del bien malo. Si supieron algo, todo por el bien de sus bolsillos lo disimularon. Toda supuesta sabiduría estaba en saber disimular lo malo.
¿De qué le sirvieron a Jorge Olavarría sus bibliotecas y sus escritos, sus discursos y tratados, si en cuanto Lusinchi le regaló una hacienda, el señor Jorge, dejó de ver lo malo en el amante de la Blanca Ibáñez? En cambio, porque Chávez le negó una embajada lo comenzó vituperar, a llamarlo tirano y déspota y el más corrupto gobernante de toda nuestra historia republicana.
Los intelectuales de Venezuela que odiaban de Chávez su manera de ser y de expresarse, su franqueza, su amor genuino por la patria y por su pasión por la dice verdad y nuestra historia, son personas que se educaron en el arte del disimulo, en eso que dice Chomsky, en la apariencia de los correcto y aceptable. Gran parte de nuestra intelectualidad, eso que llaman investigadores, Ph.D’s, togados, lo que en el fondo les importa de toda esta crisis es el dinero y que les paguen a tiempo todo lo que ellos creen que valen y sudan por sus tesis o papers.
Esos intelectuales y profesionales, técnicos o científicos nunca pudieron superar en sus conocimientos el impacto del shock que vivieron mientras se doctoraban en el extranjero. Quedaron pendiendo del fulano shock del pasado, cuando tuvieron dólares a reventar para doctorarse, para viajar y congresear, para pasear a gusto y placer, y ese pasado es cuanto para ellos reverbera y vale la pena. Para ellos la única patria es el capital y el goce, la vanidad, el sensualismo, los reconocimientos, el materialismo que profesaba don Jeremías Bentham y sobre el cual se fundamentan todos los partidos políticos que aquí se forjaron desde el siglo pasado. Y por ello el país perdió dimensión propia.
Casi todos nuestros intelectuales se hicieron hijos adoptivos de la globalización y del progreso. Lo que no le perdonaban a Chávez era que no hubiese llegado a presidente de una manera vil, de una manera consensuada por las mafias, saltándose a la torera los acuerdos aquí largamente mantenidos durante siglos, sin respetar las canonjías o taifas controladas personajes de abolengo y raza en las finanzas. No se lo perdonaba la mafia de El Nacional, de los Granier, de los Cisneros, de los Mendoza o Zuloaga. No le perdonaban a Chávez el que se hubiese puesto a las malas con lo que aquí más relumbra entre el bichaje transnacional. La clase privilegiada de los intelectuales le reclaman a Chávez una libertad que ellos nunca han tenido coraje para sostener y reclamar por sí mismos, y que jamás le exigieron a los gobiernos pasados. Le reclamaban una libertad que les permitiera desconocer la Constitución y las leyes, el orden y la estabilidad de la República, para darle amplia participación al crimen organizado, al monopolio de las empresas privadas, al negocio de la vil politiquería lacaya. Una libertad que les permita por otra parte insuflarse sus egos, sus manipulaciones y farsas.
Si se habla de dar créditos a una mujer para coser o hacer dulces, eso es denigrante y eso es miserable, porque los créditos sólo deben dárseles a los ricos y a los empresarios. A esa gente que según ellos sí sabe de negocios y de capital, y que tanto “progreso” le dio a Venezuela en los fulanos 40 años de democracia betancurista. Criar pollos y colocar sembradíos en las ciudades, montar bodegas y apañarnos con poco en la vida es para ellos alejarnos del progreso, y perder el rumbo de lo civilizado, de lo distinguido. Por eso, dicen, nos cubanizamos, por ser humildemente lo que somos. Con honradez, con valentía, con dignidad. Aquí se quiere ser moderno y progresista, civilizado y distinguidos, a costa de perder la dignidad, la nobleza, la honra y la autenticidad. Quieren algunos ser sólo turistas con bastantes petrodólares para viajar por el mundo y tener una casa en Miami y otra en Madrid; en absoluto quieren ser representantes de una cultura, de una manera genuina y valiente de ser. No seres emancipados sino colonizados, falsos, adulterados y dominados. No quiere que se sepa lo malo que llevamos dentro, que aparezca un hombre con ideas disolventes de la falsedad, que diga que el pobre debe ser igual ante la ley que el rico, ante el fetiche poderoso del gringo, y que la justicia debe dejar de ser la servil criada de los partidos y de los empresarios. Que ser rico es realmente malo, porque la avaricia, la locura por tener más que el vecino es el veneno y la ponzoña de todas desgracias sociales, de eso que se llama inseguridad, injusticia social. No quieren a un presidente franco sino “educado”, “correcto” como Leoni, Lusinchi o Caldera. Un presidente calvo, genuflexo, corvo y conchudo, pero que siempre esté haciendo lo “correcto”, lo que le ordena el Departamento de Estado. Así es.
Y son muchos de ellos iguales a nosotros; están en nuestra familia; son negros o mulatos, o indios. Son pobres, o de la clase media, o ricos. Doctores o sifrinos o sifrinos doctores. Universitarios o peluqueras, enfermeras o taxistas. Bodegueros o vigilantes. Politiqueros o sepultureros. La gama es inmensa y total. Y uno se pregunta cada minuto ¿por qué carajo, este fulano desea ser una mierda de esclavo, un debilucho o cobarde, un cojitranco sometido a los dicterios de Uribe o Santos, de Obama o Rajoy?
Parte del drama y del trauma de los escuálidos es que no se dan cuenta de que son criollos, de que son unos mulatos o semi-blancos o blancos que nacieron en Caracas o en el Tuy, en Mérida o en Barlovento y que en modo alguno son de Miami, que no tienen por qué vivir anhelando tener otra piel u otra razón de ser. Por qué se odian tanto a sí mismo, porque la guerra que ellos tienen contra Venezuela es un odio a sí mismo. Ellos se maldicen a sí mismos, cada segundo. Piensan que el progreso está en andar luciendo una cachuchita; piensan que una salida está en matar al que nos ponga a razonar y a pensar; sudan por buscarse un modelo en el que no haya necesidad de tener país ni tener que luchar por nada. Mejor dicho, viven en un pertinaz desgarro de sus propias naturalezas; si más bien utilizaran todo ese odio para luchar contra los verdaderos enemigos.
Veníamos de una Venezuela cuyos productos eran falsos, sus intelectuales se habían convertido en adulantes y amanerados por eunucos y cobardes. En el que los periódicos poderosos ocultaban la pobreza, la miseria y la traición permanente de los partidos políticos a la patria. En el que los altos oficiales en su inmensa mayoría eran unos vendidos.
Así púes, que Venezuela se había cansado de no ser ella, de carecer de destino, de andar encorvada pidiéndole prestado de rodillas a todo el mundo. De vivir arrimada, sin voz ni respeto en la tierra. Desconocida, ultrajada, expoliada y humillada. Ya nos estábamos conformando con ser una mina, un reservorio de minerales con gente sin alma y sin historia propia. Un país triste sin valores, sin corazón, sin cultura y sin honra. Un país que para estar a la moda se estaba proponiendo borrar la huella de su glorioso pasado, y en donde se tenía que vivir avergonzado de nuestros propios sentimientos y de sus valores culturales, en medio de un medio hostil hacia lo nuestro, hacia lo humilde y hacia lo sencillo. Todo lo que interesaba era lo adulterado, lo amanerado y falso.
En nuestra sociedad era más que denigrante tener una fabriquita o una tiendecilla que cobrar del fondo de los reptiles de una Gobernación, de un centro burócrata cultural o de una ONG gringa. Hombres que se habituaron a vivir de la opinión que de ellos hicieron lo medios de comunicación, y que nunca les importó si se cansaron de decir que eran los expertos que todo lo saben, de los sabios elegantes llegados de Oxford o de Harvard ante los cuales teníamos que ponernos en cuatro manos.
Se acostumbraron a vivir de la solemnidad, de las pomposidades, de lo retórico para todo. Engolosinados y pagados de sí mismos, muchos de estos camaleones se fueron a la tumba sin sospechar que en toda su vida no habían hecho sino teatro del malo. Humorismo del bien malo. Si supieron algo, todo por el bien de sus bolsillos lo disimularon. Toda supuesta sabiduría estaba en saber disimular lo malo.
¿De qué le sirvieron a Jorge Olavarría sus bibliotecas y sus escritos, sus discursos y tratados, si en cuanto Lusinchi le regaló una hacienda, el señor Jorge, dejó de ver lo malo en el amante de la Blanca Ibáñez? En cambio, porque Chávez le negó una embajada lo comenzó vituperar, a llamarlo tirano y déspota y el más corrupto gobernante de toda nuestra historia republicana.
Los intelectuales de Venezuela que odiaban de Chávez su manera de ser y de expresarse, su franqueza, su amor genuino por la patria y por su pasión por la dice verdad y nuestra historia, son personas que se educaron en el arte del disimulo, en eso que dice Chomsky, en la apariencia de los correcto y aceptable. Gran parte de nuestra intelectualidad, eso que llaman investigadores, Ph.D’s, togados, lo que en el fondo les importa de toda esta crisis es el dinero y que les paguen a tiempo todo lo que ellos creen que valen y sudan por sus tesis o papers.
Esos intelectuales y profesionales, técnicos o científicos nunca pudieron superar en sus conocimientos el impacto del shock que vivieron mientras se doctoraban en el extranjero. Quedaron pendiendo del fulano shock del pasado, cuando tuvieron dólares a reventar para doctorarse, para viajar y congresear, para pasear a gusto y placer, y ese pasado es cuanto para ellos reverbera y vale la pena. Para ellos la única patria es el capital y el goce, la vanidad, el sensualismo, los reconocimientos, el materialismo que profesaba don Jeremías Bentham y sobre el cual se fundamentan todos los partidos políticos que aquí se forjaron desde el siglo pasado. Y por ello el país perdió dimensión propia.
Casi todos nuestros intelectuales se hicieron hijos adoptivos de la globalización y del progreso. Lo que no le perdonaban a Chávez era que no hubiese llegado a presidente de una manera vil, de una manera consensuada por las mafias, saltándose a la torera los acuerdos aquí largamente mantenidos durante siglos, sin respetar las canonjías o taifas controladas personajes de abolengo y raza en las finanzas. No se lo perdonaba la mafia de El Nacional, de los Granier, de los Cisneros, de los Mendoza o Zuloaga. No le perdonaban a Chávez el que se hubiese puesto a las malas con lo que aquí más relumbra entre el bichaje transnacional. La clase privilegiada de los intelectuales le reclaman a Chávez una libertad que ellos nunca han tenido coraje para sostener y reclamar por sí mismos, y que jamás le exigieron a los gobiernos pasados. Le reclamaban una libertad que les permitiera desconocer la Constitución y las leyes, el orden y la estabilidad de la República, para darle amplia participación al crimen organizado, al monopolio de las empresas privadas, al negocio de la vil politiquería lacaya. Una libertad que les permita por otra parte insuflarse sus egos, sus manipulaciones y farsas.
Si se habla de dar créditos a una mujer para coser o hacer dulces, eso es denigrante y eso es miserable, porque los créditos sólo deben dárseles a los ricos y a los empresarios. A esa gente que según ellos sí sabe de negocios y de capital, y que tanto “progreso” le dio a Venezuela en los fulanos 40 años de democracia betancurista. Criar pollos y colocar sembradíos en las ciudades, montar bodegas y apañarnos con poco en la vida es para ellos alejarnos del progreso, y perder el rumbo de lo civilizado, de lo distinguido. Por eso, dicen, nos cubanizamos, por ser humildemente lo que somos. Con honradez, con valentía, con dignidad. Aquí se quiere ser moderno y progresista, civilizado y distinguidos, a costa de perder la dignidad, la nobleza, la honra y la autenticidad. Quieren algunos ser sólo turistas con bastantes petrodólares para viajar por el mundo y tener una casa en Miami y otra en Madrid; en absoluto quieren ser representantes de una cultura, de una manera genuina y valiente de ser. No seres emancipados sino colonizados, falsos, adulterados y dominados. No quiere que se sepa lo malo que llevamos dentro, que aparezca un hombre con ideas disolventes de la falsedad, que diga que el pobre debe ser igual ante la ley que el rico, ante el fetiche poderoso del gringo, y que la justicia debe dejar de ser la servil criada de los partidos y de los empresarios. Que ser rico es realmente malo, porque la avaricia, la locura por tener más que el vecino es el veneno y la ponzoña de todas desgracias sociales, de eso que se llama inseguridad, injusticia social. No quieren a un presidente franco sino “educado”, “correcto” como Leoni, Lusinchi o Caldera. Un presidente calvo, genuflexo, corvo y conchudo, pero que siempre esté haciendo lo “correcto”, lo que le ordena el Departamento de Estado. Así es.
Por. José Sant Roz
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