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Óptica Socialista
Opinión
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El pueblo venezolano, al depositar este
domingo su voto para elegir al nuevo Parlamento, solo tiene dos
opciones: seguir recorriendo las amplias alamedas de dignidad y libertad
abiertas por la Revolución Bolivariana, o volver al pasado por las
estrechas veredas de sumisión y dominación trazadas por EEUU y sus
cómplices de la Cuarta República a cuyos abismos el Imperio y una
caterva de viejos y nuevos traidores pretenden volverlo a hundir.
La primera es la del Socialismo del Siglo XXI, humanista sistema que a pesar de los obstáculos impuestos por un golpe de Estado continuado de 16 años que incluye una guerra económica, política, financiera y diplomática, le ha permitido a los venezolanos alcanzar un grado de seguridad y bienestar como nunca habían conocido, especialmente en el campo social, abandonado durante siglos.
Hoy, un inédito programa conformado por una vasta red de “misiones sociales” único en el mundo, se encarga, entre otras actividades a suministrar alimentos a precios solidarios y en forma gratuita vivienda y trabajo, dignos, salud y educación de primera calidad a la población venezolana y hasta a millones de ciudadanos de países vecinos y lejanos que acuden en busca de esos servicios.
Para garantizar esa atención se han construido más de un millón de soluciones habitacionales cientos de hospitales, clínicas de maternidad y Centros de Atención Integral, centenares de jardines infantiles, escuelas, liceos y más de 60 universidades en los que se dota a los estudiantes desde textos, hasta computadoras y existe un sistema de jubilación que beneficio a millones de ex trabajadores.
Esta noble obra de la Revolución Bolivariana, reconocida en el mundo por su contenido humanitario, es severamente criticada por los dirigentes de la oposición contrarrevolucionaria que la ve desde su óptica Capitalista, no como una inversión social sino como un gasto público no recuperable, por lo que la mayoría de sus componentes serían eliminados en caso de que vuelvan al poder.
La otra opción es la del Capitalismo salvaje, que para sobrevivir hace la guerra en todo el mundo, y que al fracasar en su intento por destruir el inédito y pacífico proyecto, creación de Chávez a través de la violencia, cambia de estrategia enviando sus secuaces a participar en los comicios con el plan de que si no triunfan, reanudar su aventura golpista como lo hacen cada vez que son derrotados en las urnas.
Su objetivo no es solo derrocar al presidente Nicolás Maduro, como lo intentó hacerlo con el Comandante, sino también a los demás mandatarios progresistas y revolucionarios que como ellos de la mano del pueblo conquistaron la victoria en transparentes elecciones y juntos cambiaron el mapa político, económico y social de América Latina y el Caribe.
Fue así cómo todos esos líderes, por iniciativa de Chávez hicieron realidad el sueño integrador de Bolívar creando una serie de instituciones como Unasur y la Celac, bastiones de la unidad y soberanía de la Patria Grande contra la amenaza de un imperio que pretende volverlos a tener entre sus garras, y como Venezuela fue la que dio el ejemplo libertario, es el blanco principal de su conjura.
Acompañan a EEUU en su aventura desestabilizadora contra la Revolución Bolivariana, sus lacayos de siempre, las oligarquías criollas, viejos y nuevos politiqueros de oficio, los medios mercenarios y un grupo de fascistas gobernantes y ex gobernantes y parlamentarios que reciben como recompensa por su apoyo, la limosna en dólares que como a un mendigo el Imperio les arroja
Y es ante esa maligna e irrefrenable inclinación del Imperio y sus vasallos a hacer daño a un pueblo y sus gobernantes infligiéndoles inmenso sufrimiento con esa espiral de violencia, destrucción y muerte que vienen desatando desde hace más de tres lustros, que el mundo se pregunta:
¿Qué derecho, sino el ilegal e ilegítimo recurso de la fuerza militar y económica tienen los que atentan, no solo contra la Revolución Bolivariana, sino también contra los demás procesos progresistas y revolucionarios de la región, para irrespetar la libre y soberana voluntad de unos pueblos que eligieron a sus presidentes en democráticos y transparentes procesos comiciales?
¿Quién les da la autoridad para agredir a esas naciones y gobiernos que no constituyen ninguna amenaza para su integridad territorial, pretexto que utilizan muchas veces para atacarlas, como lo hizo recientemente Barack Obama, el Premio Nobel de la Paz que hace la guerra, al decretar que “Venezuela constituye un peligro para la seguridad nacional de EEUU”?
¿Qué les incita a asestar golpes de Estado, invasiones, campañas de satanización, acusaciones de terrorismo y otras maniobras desestabilizadoras contra esos países y sus mandatarios que a lo único que aspiran es el progreso y desarrollo que los saquen de los abismos de pobreza, hambre, miseria, ignorancia, enfermedad y demás plagas sociales que les dejaron como herencia los imperios que una vez los dominaron?
La única respuesta a esas interrogantes en su demencial afán de conquista que los lleva a ignorar deliberadamente las más elementales normas y principios éticos que rigen la sociedad humana y a transgredir convenios y tratados Internacionales que suscribieron sobre los deberes y derechos y obligaciones que tienen los países por muy poderos que sean, de respetar la soberanía de los Estados, no importa que sean débiles militarmente.
Porque, como dijo hace más de un siglo Benito Juárez: “entre los individuos como entre las naciones, el respeto al derecho ajeno es la paz”, estado de convivencia armónica entre las personas y las naciones que solo podrá alcanzarse el día que desaparezca ese imperio en proceso de extinción que cuando apenas nacía, Bolívar pronosticó lo que llegaría a ser con el tiempo al decir:
“Los EEUU parecen destinados por la Providencia para plagar la América de miseria en nombre de la libertad”.
Y es ese irrenunciable DDHH el que al votar, la inmensa mayoría del pueblo venezolano defenderá y consolidará este domingo, inspirado en el ejemplo libertario que le dio Chávez y continúa dándole Maduro en su lucha contra quienes pretenden arrojarlo de nuevo a los abismos de humillación y sumisión en que los sumió durante 4 décadas la Cuarta República, engendro del Imperio.
La primera es la del Socialismo del Siglo XXI, humanista sistema que a pesar de los obstáculos impuestos por un golpe de Estado continuado de 16 años que incluye una guerra económica, política, financiera y diplomática, le ha permitido a los venezolanos alcanzar un grado de seguridad y bienestar como nunca habían conocido, especialmente en el campo social, abandonado durante siglos.
Hoy, un inédito programa conformado por una vasta red de “misiones sociales” único en el mundo, se encarga, entre otras actividades a suministrar alimentos a precios solidarios y en forma gratuita vivienda y trabajo, dignos, salud y educación de primera calidad a la población venezolana y hasta a millones de ciudadanos de países vecinos y lejanos que acuden en busca de esos servicios.
Para garantizar esa atención se han construido más de un millón de soluciones habitacionales cientos de hospitales, clínicas de maternidad y Centros de Atención Integral, centenares de jardines infantiles, escuelas, liceos y más de 60 universidades en los que se dota a los estudiantes desde textos, hasta computadoras y existe un sistema de jubilación que beneficio a millones de ex trabajadores.
Esta noble obra de la Revolución Bolivariana, reconocida en el mundo por su contenido humanitario, es severamente criticada por los dirigentes de la oposición contrarrevolucionaria que la ve desde su óptica Capitalista, no como una inversión social sino como un gasto público no recuperable, por lo que la mayoría de sus componentes serían eliminados en caso de que vuelvan al poder.
La otra opción es la del Capitalismo salvaje, que para sobrevivir hace la guerra en todo el mundo, y que al fracasar en su intento por destruir el inédito y pacífico proyecto, creación de Chávez a través de la violencia, cambia de estrategia enviando sus secuaces a participar en los comicios con el plan de que si no triunfan, reanudar su aventura golpista como lo hacen cada vez que son derrotados en las urnas.
Su objetivo no es solo derrocar al presidente Nicolás Maduro, como lo intentó hacerlo con el Comandante, sino también a los demás mandatarios progresistas y revolucionarios que como ellos de la mano del pueblo conquistaron la victoria en transparentes elecciones y juntos cambiaron el mapa político, económico y social de América Latina y el Caribe.
Fue así cómo todos esos líderes, por iniciativa de Chávez hicieron realidad el sueño integrador de Bolívar creando una serie de instituciones como Unasur y la Celac, bastiones de la unidad y soberanía de la Patria Grande contra la amenaza de un imperio que pretende volverlos a tener entre sus garras, y como Venezuela fue la que dio el ejemplo libertario, es el blanco principal de su conjura.
Acompañan a EEUU en su aventura desestabilizadora contra la Revolución Bolivariana, sus lacayos de siempre, las oligarquías criollas, viejos y nuevos politiqueros de oficio, los medios mercenarios y un grupo de fascistas gobernantes y ex gobernantes y parlamentarios que reciben como recompensa por su apoyo, la limosna en dólares que como a un mendigo el Imperio les arroja
Y es ante esa maligna e irrefrenable inclinación del Imperio y sus vasallos a hacer daño a un pueblo y sus gobernantes infligiéndoles inmenso sufrimiento con esa espiral de violencia, destrucción y muerte que vienen desatando desde hace más de tres lustros, que el mundo se pregunta:
¿Qué derecho, sino el ilegal e ilegítimo recurso de la fuerza militar y económica tienen los que atentan, no solo contra la Revolución Bolivariana, sino también contra los demás procesos progresistas y revolucionarios de la región, para irrespetar la libre y soberana voluntad de unos pueblos que eligieron a sus presidentes en democráticos y transparentes procesos comiciales?
¿Quién les da la autoridad para agredir a esas naciones y gobiernos que no constituyen ninguna amenaza para su integridad territorial, pretexto que utilizan muchas veces para atacarlas, como lo hizo recientemente Barack Obama, el Premio Nobel de la Paz que hace la guerra, al decretar que “Venezuela constituye un peligro para la seguridad nacional de EEUU”?
¿Qué les incita a asestar golpes de Estado, invasiones, campañas de satanización, acusaciones de terrorismo y otras maniobras desestabilizadoras contra esos países y sus mandatarios que a lo único que aspiran es el progreso y desarrollo que los saquen de los abismos de pobreza, hambre, miseria, ignorancia, enfermedad y demás plagas sociales que les dejaron como herencia los imperios que una vez los dominaron?
La única respuesta a esas interrogantes en su demencial afán de conquista que los lleva a ignorar deliberadamente las más elementales normas y principios éticos que rigen la sociedad humana y a transgredir convenios y tratados Internacionales que suscribieron sobre los deberes y derechos y obligaciones que tienen los países por muy poderos que sean, de respetar la soberanía de los Estados, no importa que sean débiles militarmente.
Porque, como dijo hace más de un siglo Benito Juárez: “entre los individuos como entre las naciones, el respeto al derecho ajeno es la paz”, estado de convivencia armónica entre las personas y las naciones que solo podrá alcanzarse el día que desaparezca ese imperio en proceso de extinción que cuando apenas nacía, Bolívar pronosticó lo que llegaría a ser con el tiempo al decir:
“Los EEUU parecen destinados por la Providencia para plagar la América de miseria en nombre de la libertad”.
Y es ese irrenunciable DDHH el que al votar, la inmensa mayoría del pueblo venezolano defenderá y consolidará este domingo, inspirado en el ejemplo libertario que le dio Chávez y continúa dándole Maduro en su lucha contra quienes pretenden arrojarlo de nuevo a los abismos de humillación y sumisión en que los sumió durante 4 décadas la Cuarta República, engendro del Imperio.
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