Con el
estuario Maracaibo como núcleo de una región geohistórica, cuya centrífuga
cultural se remonta a las raíces arahuacas, me atrevo a conversar sobre lo común
ancestral de lugares hoy separados por fronteras geopolíticas y realidades
históricas consumadas.
Abro
mi alma para extraer del archivo cancionero versos que un Pablo Milanés aportó
en sus días de juventud martiana: “Realizaron la labor de desunir nuestras
manos, que a pesar de ser hermanos, nos miramos con temor”.
Manaure
es una palabra hito, un botalón fonético del cual asirnos para dibujar ese mapa
ideal de un mundo pasado, destruido por la invasión europea de hace cinco
siglos, que las nacientes repúblicas tras la Independencia no consideraron, y
que hoy reclama al menos, un espacio de dignidad en la memoria de los pueblos.
Estoy
hablando del rectángulo que demarcan las penínsulas Guajira y Paraguaná
siguiendo la dirección de los alisios hasta su enfriamiento en los copos de las
Sierras de Perijá y Santa Marta.
Visto
de otra manera, propongo el tema de los territorios besados por las aguas
bajantes de esas cúspides, en los cuales lo común abunda, pese al partimiento
impuesto por los poderes coloniales y sus secuelas.
Comencemos
por la presencia de naciones originarias que resistieron los tiempos, los
empellones y el desdén: Barí al sur de Perijá, Yukpa al medio, y Wayúu en las
sabanas guajiras, que los hay a ambos lados del límite fronterizo colombo-venezolano.
Los
Añú, a través de cuya huella sigo estas aventuras cognitivas, son un grupo
exclusivo del Maracaibo, aunque en estas líneas iremos descubriendo más de un
vínculo con las alturas y bajuras del valle de Upar.
Los
Caquetíos, primos predilectos de los maracaiberos, exterminados precozmente por
la jauría conquistadora, sólo nos legaron una toponimia que aún espera
explicaciones, como su líder Manaure, justicia.
II
La
constelación arahuaca podemos empezar a armarla desde el sonido “gua”.
Guasare-Guatapurí
es un par interesante para el ejercicio que les propongo.
Guasare
es un compuesto del pronombre de primera persona plural gua y el verbo asá, que
es beber. Muy apropiada denominación para un caudal que tanta hidratación nos
ha dado. Guatapurí convoca a los amantes de la fabla patrimonial a desentrañar
significados similares, aunque habría que oír las voces de los pueblos de la Sierra
Nevada, que en lo personal necesito conocer mucho más.
El
sufijo referente “gua” (o “wa” como recomiendan algunos respetados lingüistas)
nos remite al pronombre de primera persona plural. Es el “nos” o “nuestro”, que
fusionado a los verbos conjuga en colectivo, v.g. Guasare: bebemos (de donde o
del que), y con los sustantivos otorga el sentido de pertenencia, p. ej. Wa’piña:
nuestra casa (hogar, vivienda del grupo familiar), distinto de Ta’piña que es “mi
casa”.
En
el idioma castellano existen mil doscientas sesenta y tres palabras que comienzan
con “gua”, más del 90% de las cuales son de origen indígena americano, las
otras son casi todas anglicismos.
Guatapurí
tiene unas articulaciones y cadencias propias del espectro que nos ocupa. Tener un río vecino –y de seguro familia-
como el Guasare, hace propicia la tesis de que el Guatapurí guarda estrecha
relación con topónimos de tronco arahuaco en diversos sitios del paisaje que
más amamos: Guanare, Guatavita, Guarero, Guarico, Guanabacoa, Guanabo, Guanta,
Guareque, Guatire, Guana, Guaibacoa. La lista de parientes es inmensa.
Desde
las islas caribeñas, el taíno nos devuelve palabras próximas: guata, mentira;
guataca, vasija de higuera; Guatapaná, río de La Española y árbol de ese nombre
(Caesalpinia coriaria); guativirí, ave (Tyrannus dominicensis). Mientras que Guatiguaná,
Guarionex y Guacanagarí son los nombres propios de tres caciques haitianos.
El
sufijo no se queda atrás. La terminación í es muy común en la región
lingüística arahuaca. Río Cachirí es otro dedo de la mano fluvial que junto al
Guasare, Maché y Socuy, forman el ancestral Macomiti (añú), actual río Limón.
Playa
Supí en Paraguaná es receptáculo de caños y Bariquí (lianas o bejucos) es
pueblo en pié de monte (caquetío); Curumaní y Ariguaní, pegaditos al lado del
Guatapurí en cuestión, me provocan rimas deliciosas con maní, manatí, ají,
cotí, y múltiples íes que nos enseñan criaturas consumibles y amigables.
En
los topónimos de Colombia encontramos con frecuencia la terminación aguda í: Caparrapí,
Minipí, Abipaí, lnipí, ltipí, Tatipí, lbichipí, Tapipí, Nupipí, Jupaipí,
Yacopí, Chaguaní, Topaipí, Guataquí, Guatachí, Guazacurí, Babaquí, Saquipai o
Zaquipaí, Cuepaí, Nanchipaí, Capripaí y Tatí.
Y
resuenan las sureñas improntas caribe-amazónicas venidas del Tupi-Guaraní.
El
idioma de tronco arahuaco del lago Maracaibo, el Añú, llama a la
pantorrilla, tapü
(gua-tapu-rí), al cují (otra vez la í) guaramahiri; al mangle rojo, gua-mahí;
al hermano mayor: tapáñe (tap-a).
Desde
los vientos nordestinos el caquetío nos hace escuchar sonidos como Acurigua,
lugar cercano a la residencia de Manaure, donde –por cierto- nació quien fuera el
padre de los héroes cubanos apellidados Maceo.
Acurigua
comparte con Guatapurí, además del “gua” en el extremo contrario, la voz “uri”,
que encontramos en acuri o curi (conejillo de indias), curí (árbol resinoso
grande), chucuri (comadreja), cualquiera de los cuales de seguro guarda
relación con el paisaje uparense.
En
el Wayúu sabanero encontramos que “waatta” es mañana, y existe un poblado en la
vía Cojoro-Castillete llamado Tapuri, cerca de Porshoure, que este servidor visitó
en 1979 cuando participaba en los preparativos del Primer Encuentro Nacional
Indígena de Venezuela.
III
Continuando
con estos apuntes para una geo-etno-historia común, tengo que referirme a la
mala hora en que la ruta de amistad entre los añú del Maracaibo y los primeros
vallenatos, fue mancillada por la bota sanguinaria y corrupta del invasor
europeo.
El Alfinger
que arribó a Coro a finales de febrero de 1529, inmediatamente perturbó el
mundo caquetío, al punto de provocar la diáspora y el genocidio en tiempo
récord, igualando el trauma que la llegada de Ovando generó en La Haití de los
taínos.
De
esos días es el martirio de Manaure, cuyo nombre comenzó a recorrer caminos
arenosos y vertientes caudalosas, trucándose en leyenda de espíritus
extraviados por toda geografía imaginable.
Pero
ya volveremos sobre el destino del diao de Todariquiva, me interesa en esta
parte recalcar el hecho desgraciado del recorrido que hizo Alfinger de Coro a
Maracaibo, y de allí al Valle de Upar.
El
agente alemán buscaba oro con morboso afán. Pareciera un maleficio que la ruta
del poniente nos expuso a la jauría ambiciosa asociada a Carlos V. Como si la
caída del sol les sirviese de brújula indicando el lugar donde se guardaban los
brillantes tesoros dorados.
Contrario
a lo que pregonan las mediocres historiografías oficiales, Alfinger no funda
ciudad o pueblo alguno; a su paso tan sólo va dejando instalados los mínimos
campamentos de control y logística que su expedición exige. Fueron las primeras
bases militares extranjeras en nuestro continente.
De
Coro marcha con su tropa por la orilla marina hasta el Maracaibo, entra al
estrecho del estuario, explora la desembocadura del Macomiti (río Limón) desde
el Moján y navega tres días río arriba. Saquea y destruye poblados añú, roba
todo el oro que consigue y apresa gran cantidad de personas que vendieron como
esclavos en los mercados antillanos.
Más
de ocho mil castellanos oro logró llevarse en su veloz regreso a Coro y Santo
Domingo, donde los reportó a la factoría Welser que dirigía desde 1526.
En
septiembre de 1531 está otra vez Alfinger en la bahía de Urubá, para emprender
su avanzada sobre la ruta de 183 kilómetros que van del Moján a Valledupar, de
los cuales 113 corresponden a tránsito fluvial por el Macomiti (o Macomite,
según algunos cronistas), luego un salto montañoso hasta el sitio donde hoy se
ubica San Juan del Cesar, y desde allí dejarse llevar por las cantarinas aguas
del río vallenato.
Pero,
¿por qué tengo que referirme a esta bestia criminal para hablar de lo nuestro
común ancestral?
La
invasión europea no descubrió ni inventó nada en nuestras tierras que no fuera
la tortura y el robo depravado de los pueblos originarios. Su interés en
imponerse a las poblaciones autóctonas tiene una explicación económica muy
clara: apropiarse de los bienes de riqueza, usurpar las rutas comerciales y
explotar la mano de obra sierva o esclava de los vencidos.
Es
así como Alfinger se informa de la existencia de importantes riquezas auríferas
allende la serranía al sur del Macomiti.
Banquero y empresario minero al fin, sabe que los ríos arrastran algo
más que ricos peces. Y ese es el camino que toma desde Moján hasta el Cesar y
el Magdalena Medio.
En resumen,
que Alfinger redunda en plagiario de rutas que ya los añú realizaban para
encontrarse con sus afines del Cesar y Guatapurí.
Ríos
adentro, las piezas arqueológicas que sobrevivieron, nos hablan de culturas
enamoradas del paisaje, con un apego sensible a las criaturas del cosmos.
Orfebrería que rendía tributo a los animales de formas maravillosas como la
manta raya, esa misteriosa gaviota de las aguas. Alfarería que refleja los
recipientes que la naturaleza creó para las aguas y los frutos. Arte todo,
verdad total, que la minería y la ambición de otrora y del presente condenan a
muerte.
IV
Pido
prestar atención a este referente: Moján (Mohan, espíritu de las aguas).
“Aunque
sería muy difícil hoy día establecer con exactitud el origen etimológico de la
palabra Mohán, podemos, sin embargo, atrevernos a dilucidar su significación.
El sonido mmo (y mma) quiere decir tierra en añú. Palabras que podrían
constituir el sufijo del sustantivo compuesto podrían ser: anaa, bueno; nnawa,
negación; hontï, mojado. Tendríamos así, mmoanaa, tierra buena; mmonnawa, sin
tierra; o, mmohontï, tierra mojada. De hecho el término mmogor, ha sido
utilizado indistintamente como tierra o territorio. Similares a los monemas
wayúu mmá y woumain, que traducen tierra y nuestra tierra, respectivamente… Todos
los significados citados guardan relación cosmogónica con El Moján, ya que las
traducciones “tierra buena”, “sin tierra” (o “no tierra”, no lugar, que
implicaría una forma de utopía) y “tierra mojada”, entendiendo tierra como
lugar donde se habita, hábitat o patria, tendríamos entonces que Mohán es un
sitio bueno para vivir, que no se refiere a tierra firme si no, más bien, a un
hábitat acuático. Efectivamente la nación añú ha tenido por hábitat raigal el
estuario del Maracaibo, donde siembra vivienda, canoa y toma la proteína
natural por su innata condición de ictiófago ancestral”.
La iglesia
católica se encargó de satanizar las creencias religiosas de nuestros pueblos
originarios, como parte de la estrategia hegemónica del imperio. Los mohanes,
sabios de la comunidad, sufren aún en la trayectoria del Magdalena y sus
afluentes, el estigma de la Inquisición.
Pero
observamos como una victoria de nuestra resistencia, el hecho de que un poblado
ancestral añú, en la bahía de Urubá que forma el delta del Macomiti, lleve el
nombre de aquéllos calumniados guías espirituales, cuyo pecado fue concebir un
mundo desde la ética ambiental, la veneración de los antepasados y la igualdad
del ser humano.
Moján
es sin duda, una prueba viviente de la relación raigal de los pueblos de la
franja occidental del Maracaibo y los que bebieron las linfas puras del
Guatapurí.
V
Acerquémonos
entonces al Manaure que inaugura esta invitación a tertuliar y da título al texto.
Frente
al mapa físico del Lago Maracaibo, sin lo político administrativo, tracemos un
cuadrante usando como vértices los puntos Manaure: al este abarca desde Coro y
Paraguaná, al oeste la población y bahía
homónimas en la península Guajira, al sur Manaure del Cesar; así obtendremos el
croquis de una región de múltiples coincidencias ambientales, lingüísticas,
cosmogónicas y etnohistóricas.
“Manaure
–también conocido por Anaure (Hermano Nectario María), Naure (Juan de Ampíes),
Manauri y Anauri por algunos cronistas de la época como el Padre Simón Aguado–
oficiaba de boratio entre los Caquetíos”.
Esta
reseña de un empedernido manaurista, como lo es el inquieto buscador de
petroglifos Camilo Morón, nos coloca ante la interrogante de cuál sería el
verdadero nombre de Manaure; se trataría de la nomenclatura de una autoridad
política o religiosa, o una mezcla de ambas como pareciera desprenderse de las
conclusiones del trabajo de Morón.
Es oportuno
apuntar algunas cuestiones previas: 1) los nombres indígenas aportados en la crónica
hispana suelen ser errados, bien por confusión idiomática o por incomprensión
de las culturas originarias, 2) no soy partidario de lanzarnos a ciegas en la
reconstrucción caprichosa de los significados de topónimos y sustantivos de nuestros
idiomas ancestrales, 3) recomiendo -y así trato de practicarlo- apelar al
estudio comparado de las palabras de interés, con la parentela lingüística más
próxima, sobre todo con las que tienen la suerte de contar con hablantes, 4) no
olvidemos nunca que las explicaciones contenidas en el discurso invasor padecen
de la torpeza del ignorante, la arrogancia del racista y la intencionalidad del
imperialista, 5) sepamos que estos conocimientos sobre pueblos y culturas casi
extintas, siempre estarán sujetos a nuevos aportes e interpretaciones, en el
proceso de redescubrimiento de nuestras raíces, y 6) a la adictiva sed por las
lecturas, autorías y teorías, sumemos con igual intensidad el encuentro con los
sobrevivientes del etnocidio colonialista, sus vivencias cotidianas, su
cosmovisión, sus saberes, su oralitura.
Cuando
comencé a hacer seguimiento de las huellas del cacique añú Nigale, me persuadí
que “tal vez Nigale no sea siquiera un nombre propio, sino una denominación
calificativa. La raíz ni’ en diversas lenguas arawacas, igual que el añú, se
refiere a la tercera persona masculino singular, mientras que na’ se refiere al
plural. Ni’wale pudiera aproximarse a una especulación: El Amigo. Las
investigaciones más recientes sobre nuestro añun nuku, nos acercan al
significado Nigale: Ni’raure, El Jefe”.
Hemos
aprendido conviviendo con pueblos originarios de nuestro entorno, que muchos
nombres ancestrales vienen de elementos de la naturaleza, árboles que dan
fuerza, estrellas que iluminan, sol que energiza.
Dicho
esto, me entrego al juego de las raíces.
Está
confirmada la familiaridad de los caquetíos y los añú. Dos de los primeros
pueblos destruidos por la invasión europea en la ribera este del Maracaibo
fueron Parepi y Cumari, en los cuales convivían armoniosamente los dos ramales
arahuacos.
La raíz
mma es tierra. Así se conserva en el wayúu naiki y en palabras del añun nuku que
comienzan por ese sonido. Lo encontramos en el legendario cacique Mma’rak, en
Maracaibo, isla Maraca, y en los topónimos caquetíos Mauroa y Matícora.
También
coinciden los números en añú manéi, el uno, y maná, el diez.
Pero
si interesantes son estas coincidencias fonéticas con el prefijo del nombre Manaure,
más sorprendente resultan las últimas sílabas. El calificativo añú que designa
la condición de jefe es juraure, que dicho en tercera persona singular masculino
sería ni’uraure, y para el caso del plural, quedaría na’raure. Esta etimología
está contenida en el genérico “anaure” o “naure” que mencionaron Ampíes y
Nectario María en épocas distintas.
Mmana’aure
compone el significado de “jefes de la tierra”, lo cual encaja de manera perfecta
en las atribuciones políticas y/o religiosas que la historia otorga al Manaure
de los Caquetíos.
Yldefonso Finol
Sólo la verdad histórica forma pueblos libres.
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