Caracas, 05 Mar. AVN.- Hoy se cumplen
tres años de la desaparición física de Hugo Chávez Frías, venezolano y
latinoamericano como su numen político Simón Bolívar. Con su muerte, cada vez
más sospechada de haber sido un homicidio biotecnológicamente planificado y
ejecutado, se apagó el principal motor de los procesos de unidad e integración
de los pueblos y estados que constituyen Nuestra América. Y como es sabido, si
hay una constante en la política del imperio hacia estas zonas al Sur del Río
Bravo es que todo intento de unión o integración debe ser combatido con total
intransigencia. Washington ha sido invariablemente fiel a esta máxima desde los
tiempos del Congreso Anfictiónico convocado por Bolívar en 1826 en la ciudad de
Panamá, por entonces parte de la Gran Colombia creada por inspiración de aquél
en el Congreso de Angostura en 1819. La Casa Blanca ha aplicado ese principio
geopolítico desde entonces, independientemente del color político (o el de la
epidermis) del ocupante de turno en la mansión presidencial. Lo estamos viendo
ante nuestros propios ojos en estos días.
En una América Latina atontada por
las agresiones del neoliberalismo de los noventas y deslumbrada por los
espejitos de colores que prometía el neocolonialismo con su fetichismo
consumista irrumpió Hugo Chávez desde Caracas. Lo hizo como una fuerza desatada
de la naturaleza, para sacar a los latinoamericanos de su sopor e invitarlos a
librar una nueva y decisiva batalla contra el imperialismo y por nuestra
segunda y definitiva independencia. Y lo pudo hacer porque, para utilizar el
elogio que Lenin le dedicara a Rosa Luxemburgo, Chávez era un águila que volaba
más alto y veía más lejos que todos los demás. Su llamado bolivariano y
martiano al principio fue desoído; luego fue escuchado con incredulidad por
políticos que presumían de ser "realistas" y no lo eran; después con
suspicacia y finalmente, gracias a su enorme capacidad de persuasión, aceptado
como la única vía de entrada digna al siglo veintiuno.
Chávez movilizó y excitó las ansias
emancipatorias de pueblos y naciones sumidos por siglos en la opresión. Voltea
en Venezuela la primera ficha de un dominó que luego recorrería todo el
continente: la segunda caería en Brasil con Lula en 2002 para seguir con
Kirchner en Argentina, en 2003; con Evo y Tabaré Vázquez en Bolivia y Uruguay,
en 2005; con Correa en Ecuador, en 2006 y en ese mismo año con Ortega en
Nicaragua y Zelaya en Honduras; con Cristina en 2007; con Lugo en Paraguay en
2008 y Funes en El Salvador, en 2009, despejando el camino para que el ex
Comandante del FMLN, Salvador Sánchez Cerén, asumiera la presidencia de ese
país en 2014. En 2010 José Mujica ratificaría la hegemonía del Frente Amplio y
conquistaría la presidencia del Uruguay, misma que en 2015 volvería a recaer en
las manos de Tabaré Vázquez. Basta con recordar esta radical modificación del
mapa sociopolítico latinoamericano para calibrar el imperecedero espesor
político de la herencia chavista. Este nuevo ciclo, que algunos llaman
"progresista" y que se apresuran a dar por muerto, combina procesos
de ascenso de masas de diversa naturaleza -algunos más radicales, otros menos-
pero con un signo común: su enfrentamiento, más o menos abierto según los
casos, con los designios del imperialismo norteamericano. Pruebas al canto: el
rechazo del ALCA, en Mar del Plata, en donde Chávez logró el decisivo apoyo del
anfitrión de la Cumbre de las Américas, Néstor Kirchner, y el no menos
fundamental de Lula, arrastrando a casi todos los demás.
Estados Unidos todavía no se
recupera, más de diez años después, de esa, su mayor derrota estratégica y
geopolítica en el hemisferio. Tuvo que admitir el rotundo fracaso de su
política cubana que, en palabras de John Kerry, concebida para aislar a Cuba terminó
aislando a los Estados Unidos. Tuvo que lanzar un plan criminal para tratar de
eliminar al chavismo de la faz de la tierra; logró hacerlo físicamente con
Chávez pero el chavismo sigue, acosado, atacado, pero aún de pie y luchando. Y,
pese a las campañas desestabilizadoras para acabar con los gobiernos de
inspiración bolivariana, en Bolivia Evo tiene aún tres años de mandato y en
Ecuador no se percibe ninguna figura o coalición política que pueda derrotar a
Alianza País en las elecciones de Febrero del 2017. La Argentina fue la gran
decepción, por una derrota absurda producto de una serie interminable de
errores y desaciertos que terminaron instalando a una fuerza conservadora en la
Casa Rosada. Pero aún así, en medio de esta verdadera "guerra de reconquista"
que ha lanzado el imperio para volver a subordinar a los países del área a la
hegemonía norteamericana el legado de Chávez sigue vigente en la UNASUR, en la
CELAC, en el ALBA, en Petrocaribe, en el Banco del Sur (boicoteado a muerte
pero aún con chances de sobrevivir a tanta mezquindad y estupidez políticas) en
TeleSUR, en la Radio del Sur. Vivo también en una de sus iniciativas más
nobles: la convocatoria, que sólo él pudo hacer, para iniciar los Diálogos de
Paz entre las FARC-EP y el gobierno de Colombia en La Habana y poner fin a
medio siglo de guerra civil. Por eso, en un alarde de cobardía sus enemigos hoy
se ensañan con su obra. Lo vituperan porque saben que ahora, ya muerto, ese
hombre, militar y humanista a la vez, dueño de una insaciable sed de saber y de
una erudición sólo comparable a la de Fidel, no puede responderles. De no
mediar por tan infeliz circunstancia, las ilustres mediocridades que
constituyen el grueso de sus enemigos no podrían haber resistido más de quince
minutos en un debate sobre temas de política, economía o cultura. Se desgañitan
pregonando los errores de su gestión, y la de su sucesor, Nicolás Maduro. Pero,
a la hora de realizar un balance (porque no conozco ningún gobierno que haga
todo bien o todo mal, ni siquiera el Vaticano, como lo recordaba con
indisimulada ironía Nicolás Maquiavelo) los aciertos históricos de Chávez
exceden con creces sus errores, allí donde y cuando los hubiera cometido. Y
esto es lo que importa y por eso, a tres años de su muerte, su legado sigue vivo
en nuestros pueblos. Su ferviente llamado a la unidad, a la resistencia ante el
imperialismo, es tan actual hoy como ayer. Por eso Chávez vive, como Camilo
Torres, asesinado hace cincuenta años, como el Che, asesinado hace cuarenta y
nueve años. Por eso recordarlo es un deber al que ningún revolucionario debe
renunciar.
*Atilio Borón: escritor, politólogo y
sociólogo argentino, director del PLED, Centro
Cultural de la Cooperación.
**Artículo publicado originalmente en
su blog.
Atilio A. Boron AVN 05/03/2016 12:28
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