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Julio Antonio Mella. Foto: Tina Modotti/ Archivo
En el golpe de Estado de Juan Vicente Gómez a su compadre Cipriano
Castro, en 1908, influyó sobre todo la resistencia que este había hecho para no
entregar las concesiones con vista a la explotación del petróleo venezolano. A
partir de la asunción de Gómez esa situación cambió de raíz, primero los
angloholandeses de la Brithish Petroleum, y luego la Standard Oil, de los
Rockefeller, se convirtieron en los dueños del combustible venezolano.
Años después Julio Antonio Mella, el gran dirigente
de los estudiantes universitarios cubanos vio arribar a la Isla, en 1923, a los
exiliados venezolanos perseguidos por la saña del déspota caraqueño. Gobernaba
a Cuba el permisivo Alfredo Zayas lo que dio por resultado se concentraran en
la isla un grupo numeroso de exiliados de América, sobre todo venezolanos, que
levantaron tienda mientras armaban planes para derribar a Gómez. En busca de
acercarse a las costas de la tierra del Libertador, habían arribado,
procedentes de París, Gustavo Machado y Salvador de la Plaza, estudiantes que
habían tomado parte destacada en 1918 y 1919, en una conspiración
cívico-militar que, debelada, llevó a la mayoría de sus participantes a La
Rotunda, la siniestramente famosa ergástula de Caracas, y algunos a la muerte
en medio de atroces torturas. También, habían llegado el general Bartolomé
Ferrer, jefe de un alzamiento contra Gómez, y Carlos Aponte, un joven graduado
de la Academia Militar de Caracas, que durante una de las tantas insurrecciones
contra el Gocho Gómez
había ganado los grados de capitán, y que luego de seis meses de arrastrar
grillos en prisión logró poner mar de por medio. De igual forma, desembarcaron
en Cuba un hijo del Mocho Hernández,
otro general venezolano antigomecista, el pintor Luis López Méndez y un joven
escritor andino, Francisco Laguado Jayme. Detrás de la huella de Gustavo
Machado llegó a Cuba su hermano Eduardo, un joven estudiante perseguido que
había tenido que huir de Caracas.[1]
De forma bastante extendida, entre los venezolanos había una postura
antiimperialista y en muchos de ellos tenían posiciones favorables a la
necesidad de operar cambios importantes en las estructuras de la sociedad. En
particular los Machado y Salvador de la Plaza, movidos por la profundización
que el exilio hizo operar en sus ideas revolucionarias, concurrieron a la
Universidad Popular José Martí, fundada por Mella, y, trabaron contacto con el
líder universitario, que avanzaba hacia su adhesión a las ideas del
marxismo-leninismo. Mella hizo a los venezolanos profesores de la Universidad
Popular y les dio ingreso en la sección cubana de la Liga Antimperialista, que
al igual que la Federación Anticlerical de Cuba también había organizado.
La relación con Mella, quien había participado en el verano de 1925 en
la fundación del Partido Comunista cubano, condujo a los Machado y De la Plaza
a transformarse para toda la vida en comunistas. Al fundarse ese Partido,
habían prestado su cooperación, al que aceptaron unirse con la categoría de
afiliados. No sin humor narraba Eduardo Machado que, gracias a la
“proletarización” a que los sometieron, conocieron la capital cubana mejor que
cualquier habanero. Carlos Aponte, Ferrer y José A. Silva Márquez, otro
venezolano que por entonces había arribado, se hicieron simpatizantes del
partido, otra categoría más de aquella afiliación.
Mella, junto con Leonardo Fernández Sánchez, su más
estrecho colaborador y presidente de la Asociación de Alumnos del Instituto
(bachillerato) de La Habana, era visita frecuente de los Machado y Salvador de
la Plaza en la pensión en que residían en la calle Teniente Rey 22. Menudeaban
también sus encuentros en un local de Empedrado 17, donde los venezolanos
habían instalado una máquina de silk
screen que el pintor López Méndez había adquirido en Estados
Unidos, y en la que imprimían la propaganda contra la dictadura de Juan
“Bisonte” Gómez.
El local de Empedrado, que sería conocido como la
Cueva Roja, tenía de taller, ateneo, logia y refugio. Mientras los asiduos
trajinaban imprimiendo pliegos conspiraban contra las dictaduras del
continente, pues sus tres habitaciones le daban también abrigo a cuanto
latinoamericano llegase a La Habana con los bolsillos desfondados, como el
comunista peruano Jacobo Hurwitz y los apristas Estaban Pavletich y Luis F.
Bustamante, o los expedicionarios del Angelita, que había sido obligado por su estado de
deterioro a anclar en la bahía de La Habana para nunca más partir a ese
destino.
Desde un inicio, los venezolanos habían trabado
contacto con Rubén Martínez Villena, abogado que terminaría su vida como mentor
del Partido Comunista y el poeta José Z. Tallet, amigos a la vez de Mella.
Estos vínculos serían también la matriz que daría lugar a los escritos de Mella
y Martínez Villena que vieron la luz en la revista Venezuela Libre, la cual fundaron, junto a los venezolanos; y
cuando Francisco Laguado Jayme, que figuró un tiempo al frente de la
publicación, tuvo que desaparecer del machón pues sobre él se cirnió una
amenaza de expulsión hacia Caracas si continuaba editándola, los cubanos
buscaron a un representante liberal que les era cercano, Germán Wolter del Rio,
para que apareciera como director político del mensuario, y primero Martínez
Villena y luego Tallet asumieron como sus editores. Mella, en tanto, aparecería
entre los redactores. De todos modos, años más tarde, en 1929, por orden de
Machado y a petición del tigre de Maracay el joven Laguado fue echado a los
tiburones de la bahía de La Habana, a causa de un artículo en el que proclamó
que el tiranicidio era un acto revolucionario.
Luego de la subida de Machado al poder, en 1925, el país no había tenido
que esperar largo tiempo para sentir sobre sus libertades la mano crispada de
una dictadura. Unos petardos que explotaron en septiembre de 1925, cerca de las
mansiones de los propietarios de la cervecería La Polar y de taquilla del
teatro Payret, a todas luces una provocación policíaca, fueron el pretexto para
que dos meses después se dictara un auto de procesamiento y prisión que incluía
a dirigentes obreros anarcosindicalistas, como Alfredo López; comunistas como
el anciano Carlos Baliño, y Mella. Este último, en la calle, era un peligro
para la dictadura. Los implicados en la causa quedaron excluidos de fianza.
El 5 de diciembre Mella se declaró en huelga de hambre, y en la primera
fila del comité que luchó por su libertad, junto a Fernández Sánchez, Martínez
Villena y Gustavo Aldereguía, tomaron lugar los venezolanos Machado, De la
Plaza y Aponte, que con Ferrer y Silva Márquez cuidaron con celo las puertas de
la habitación de la Quinta de Dependientes, adonde lo llevaron cuando la huelga
comenzó a deteriorar galopantemente su organismo. Orosmán Viamontes, abogado de
Mella, alertó a los venezolanos y peruanos de las consecuencias que podría
traerles su defensa pública del líder cubano, y uno de los venezolanos
respondió: “Si Mella está arriesgando su vida, nosotros no podemos hacer
menos”.[2]
No obstante, el líder de la colina de San Lázaro venció en su lucha, y
Machado tuvo que autorizar le señalaran fianza; pero las amenazas evidentes de
que su vida sería puesta a término lo obligaron a abandonar el país.
Ayudado en los preparativos de su fuga por el doctor Gustavo Aldereguía,
a principios de 1926 Mella compró un pasaje rumbo a Cienfuegos en la taquilla
de la Acera del Louvre, y una noche tomó el tren en el apeadero de Agua Dulce.
En la estación del central Constancia lo esperaba Feliciano Aldereguía, hermano
de Gustavo, quien se encargó de entrarlo en la ciudad y esconderlo. Poco
después, Mella embarcó rumbo a Centroamérica, y luego de una odisea que lo hizo
ir a dar de Honduras a Guatemala, logró llegar a tierra azteca.
Las horas angustiosas de la prisión de Mella y su huelga de hambre y
quienes durante ella se significaron como sus amigos, hizo comprender a los
venezolanos que estaban envueltos en un peligro acechante de naturaleza mortal.
Así que, Eduardo Machado y Salvador de la Plaza, casi horas después que su
compañero cubano, de nuevo con la ayuda de los Aldereguía, abandonaron la isla
y tomaron rumbo a México, con lo que seguían los pasos de Gustavo Machado,
quien ya antes había marchado a París, y pronto se les uniría en la meseta del
Anáhuac. Allí los esperaba el cubano.
En México, Mella, los Machado, De la Plaza y los peruanos Hurwitz y
Pavletich, que pronto llegaron también, vivieron primero en una residencia de
la colonia Roma, puesta a su disposición por amigos del cubano. En ésta se
uniría a Mella su esposa Oliva Zaldívar; y de ahí saldrían todos a llevar al cementerio
una hijita del matrimonio muerta a poco de nacer. Luego el líder antimachadista
y los venezolanos se trasladaron a una pensión en el tercer piso de un edificio
de la calle Bolívar, en la que al paso de los meses irían a sumarse Carlos
Aponte y Bartolomé Ferrer.
El cubano y los venezolanos pronto quedaron
acoplados en la vida política de la izquierda mexicana. Se integraron a la
sección mexicana de la Liga Antimperialista de las Américas, y Mella entró a
formar parte de su comité ejecutivo. Como él mismo refería en una carta a La
Habana, lo hicieron miembro de la redacción y administración de su órgano de
prensa, El Libertador, y a
De la Plaza se le encargó su administración. Más tarde, los Machado y De la
Plaza serían admitidos como integrantes del Partido Comunista mexicano, sección
de la III Internacional. Mella no lo podría hacer de inmediato porque durante
la huelga de hambre el Partido Comunista cubano lo había separado de sus filas
por dos años acusado de indisciplina,[3] y solo más adelante se le permitió el
ingreso en el Partido mexicano. También, una apelación a la Internacional
Comunista revocaría el acuerdo de la separación. Por entonces el cubano y los
venezolanos se incorporaron a la Liga Pro Luchadores Perseguidos, y en la Liga
Anticlerical, y los venezolanos editaron El Bonete, que dirigía De la Plaza, y en el que los geniales
pintores mexicanos Diego Rivera y David Alfaro Siqueiros colaboraban. Quizás
fue ésta una de las pocas tareas lucrativas que tuvieron, aunque de resultados
muy menguados, que los Machado y Salvador de la Plaza, llevaron a cabo en
México. El periodiquito tenía alguna venta gracias a las caricaturas de sus
compañeros del Sindicato de Pintores Proletarios. Con ese socorrido ingreso,
que iba como todo lo que recibían para un fondo común, más de una vez corrieron
al Hong Kong, un café de chinos de la calle Bolívar -de la que eran asiduos
parroquianos- porque les fiaban la generalmente única comida del día: un plato
de huevos con arroz, que costaba un tostón (unos 10 centavos de dólar) y
entonces hasta invitaban a sus compañeros menos afortunados.
En los primeros días de 1927 los venezolanos fundaron el Partido
Revolucionario Venezolano, una agrupación política de frente nacional
revolucionario, con un programa agrario antimperialista. Su fin era derrocar la
tiranía de Juan Vicente Gómez. Postergaban para después los rumbos sociales a
seguir. Mella ingresó en la sección local de México, que constituía el eje del
partido, de la que formaban parte, entre otros, Salvador de la Plaza, Eduardo
Machado, Aponte, Silva Márquez, Diego Rivera y Jacobo Hurwitz. Gustavo Machado
era el secretario de la organización. La idea concebida por los venezolanos y
Mella para dar al traste con el gomezato era organizar la lucha por la vía
armada, pero no quedaba ahí: el cubano no abandonaba un segundo el proyecto de
lanzarse al combate directo contra Machado, y si antes no se le presentara otra
oportunidad de entrar en liza contra este, una vez eliminada la dictadura de
Caracas todos irían a librar a Cuba de su régimen oprobioso. En aquella
expedición tendrían cabida todos los latinoamericanos que quisieran unírseles.
Poco después, Mella, al que los venezolanos consideraban miembro de su
emigración, pasó a formar parte del Comité Central Ejecutivo del PRV. Acorde
con las concepciones de la época, el Partido Comunista mexicano aprobaba la
doble militancia, en sus filas y en un partido nacional revolucionario. De esa
forma aquel joven, carismático y de una lucidez poco común, llegaría a ser no
sólo miembro del comité central del PRV, sino también del Buró Político del
Partido Comunista de México y cuando Rafael Carrillo, el secretario general de
ese partido, tomó rumbo a Moscú para participar en el VI Congreso de la
Internacional Comunista lo sustituyó durante varios meses.
A cada momento la figura del líder cubano se iba elevando sobre las
fronteras nacionales y se dibujaba en el continente. Al comenzar Sandino su
lucha en Nicaragua, Mella, desde la Liga Antimperialista, de la que era
Secretario Continental, y el Socorro Rojo Internacional, participó en la
fundación y dirección del Comité Manos Fuera de Nicaragua (MAFUENIC), y, desde
luego, a su lado hombro con hombro estuvieron los venezolanos. Cómo olvidar que
más tarde Carlos Aponte ganaría los grados de coronel en el Ejército Defensor
de la Soberanía Nacional y Sandino lo designaría segundo ayudante; Gustavo
Machado iría al cuartel general de Sandino a llevar ayuda del Comité, y
regresaría a México como representante del héroe nicaragüense y Eduardo Machado
marcharía a Nueva York, en calidad de delegado del MAFUENIC. A esas alturas,
habían enviado a Venezuela al salvadoreño Farabundo Marti, quien había pasado
por México para organizar células allí y Curazao, con vistas a la revolución.
Mella, entretanto, luchaba por la liberación de Sacco y Vanzetti y por
las condiciones de vida y trabajo de los campesinos de Jalisco. Pero ya había
sido detectado por la inteligencia militar de Estados Unidos, que informó a
Washington de las actividades subversivas del líder cubano.[4] Pero antes,
derrocar a Gómez había continuado constituyendo el objetivo cardinal del PRV, y
para eso se necesitaban armas. Con el propósito de allegarlas sus dirigentes
habían continuado los contactos con el general Álvaro Obregón, ex presidente de
la república mexicana, y, con toda seguridad, presidente de México en una
segunda ocasión. Este, tiempo atrás, junto con Felipe Carrillo Puerto, el
gobernador socialista de Yucatán, había estado en disposición de
proporcionárselas para una expedición contra Gómez. Obregón diseñaba su próximo
mandato, y posiblemente esa vez un motivo adicional lo ganaba para
entregárselas: calcular que dadas las relaciones de los venezolanos con los
coroneles villistas Treviño y Paz Farrisa, quienes se habían comprometido a
acompañarlos en la expedición junto con numerosos hombres de su filiación, se
quitaría de arriba un elemento que le era hostil. A las entrevistas con Obregón
asistió Mella.[5]
Los venezolanos designaron como jefe de la
expedición a uno de los viejos caudillos protagonistas de un sinnúmero de
fracasados alzamientos contra Gómez, el general Emilio Arévalo Cedeño, a quien
le encargaron adquirir en Santo Domingo una goleta motorizada con la que
navegaría hasta Tampico, en donde recogería las armas. Con la idea de reunir un
poco más de fondos, Arévalo Cedeño tuvo la nefasta idea de embarcar en la nave
un cargamento de ron Negrita, que introduciría en México de contrabando. Al
llegar a Tampico y tratar de desembarcarlo los aduaneros detectaron la bebida.
Atrapado, a Arévalo Cedeño no se le ocurrió otra salida mejor que aducir que pertenecía
al general Obregón. El embuste constituyó un llamado a la catástrofe. Indignado
por tamaña estupidez y tanta chapucería, el rudo y malicioso soldado sonorense
mandó buscar a los venezolanos y les anunció, no sin su sorna habitual, que no
les entregaría ni un fusil ni una bala. Poco después, un conflicto adicional
con Arévalo Cedeño motivó su expulsión del partido, y uno de los firmantes de
la resolución de 9 de septiembre de 1927, de la sección local de México del
PRV, que la disponía, publicada en el número de mayo de 1928 del mensuario Libertad, su órgano, fue Julio
Antonio Mella.[6]
Cuando Machado se proclamó candidato único a las
elecciones de noviembre de ese año, para un nuevo período que ya contenía la
extensión en dos años del mandato presidencial, Mella vio llegado el momento de
poner definitivamente en marcha sus planes. En ese año de 1928, Mella fundo la
Asociación de Nuevos Emigrados Revolucionarios Cubanos (ANERC), una
organización de carácter democrático y amplio, en la que tuvieran cabida todos
los que estuviesen por plantarle cara a la dictadura cubana, transformar
radicalmente la condición semicolonial de Cuba y llevar adelante numerosas
reformas sociales.[7] Mella, en abril de ese año, en su artículo “¿Hacia donde
va Cuba?” publicado en Cuba
Libre…para los trabajadores, hizo explícita su concepción de que el
derrocamiento del gobierno machadista sería por la vía armada y en el
enfrentamiento -según proyectaba lograrlo- participarían unidos los integrantes
de Unión Nacionalista y los obreros. Según sus palabras, había que llevar a
Cuba por el camino de una “revolución democrática, liberal y nacionalista, ya
latente en los hechos”. Mella, más que talentoso pensador y teórico, fue
indiscutiblemente uno de los primeros en echar a un lado las visiones de clase
contra clase que en ese momento comenzaba a sostener la Internacional Comunista
y concluir que en el continente no habría liberación social sin liberación
nacional, aunque como también afirmó en aquel mismo trabajo” “…liberación nacional
absoluta solo la obtendrá el proletariado, y será por medio de la revolución
obrera”.[8] Indudablemente, a esa altura, ya había logrado que las armas que
Obregón había dispuesto inicialmente entregar al PRV fueran a parar a la lucha
contra Machado.
En agosto de 1928 Mella viajó, en el mayor de los secretos, al puerto de
Veracruz en busca de una forma de entrar ilegalmente en Cuba. También comenzaba
a tratar de hacerse de los medios con que transportar la expedición a Cuba. A
todas estas la envidia y el dogmatismo se habían cebado en él y Vittorio
Codovilla, de la KOMINTERN, lo acusó de haber viajado a Estados Unidos a
entrevistarse con Mendieta para proponerle hacer la revolución en Cuba y había
publicado en 1926 el artículo “¿Hacia donde va Inglaterra? Un libro de
Trotski”. Pero el PCM declaró que Mella había viajado con su autorización y no
había corrientes trotskistas en su seno.
El 10 de octubre de 1928 Fernández Sánchez llegó a
la isla, con la misión que Mella le había encomendado de establecer contacto
con Martínez Villena, el líder del Partido Comunista de Cuba, explicarle los
objetivos y vías de lucha y lograr la participación de esa organización en el
combate venidero. Objetivo primado era también entrevistarse con Mendieta, la
figura central de los Nacionalistas, con vistas a establecer un frente unido
contra Machado y alinear a esas fuerzas contra la dictadura. Mella tenía bien
presente que tal agrupación política arrastraba grandes sectores populares, y
su lógica política le decía que tenía que conquistarlas si quería triunfar. Por
eso se había entrevistado tiempo antes con el caudillo Nacionalista en Nueva
York. Martínez Villena debía ayudar a Fernández Sánchez en la tarea de
establecer relaciones con la dirección nacionalista. Pero con quien Fernández
Sánchez pudo encontrarse fue con el viejo y noble general independentista
Fermín Peraza, en el local del periódico Unión Nacionalista. Trágicamente, en la entrevista participó Rey
Merodio, administrador del rotativo y soplón de la policía. El jefe de la
policía secreta, Santiago Trujillo, conoció del hecho y de inmediato puso en
conocimiento del dictador Machado los planes de Mella. La noticia selló la
determinación definitiva del déspota: Mella debía morir.
Machado buscó a un hampón conservador para amar el asesinato del líder.
En persona le explicaría la misión a José Magriñat. Debía aprovechar el
contacto que a título de oposicionista había hecho con Mella en México y
dirigir la acción de dos sicarios, Arturo Sanabria y Agustín López Valiñas, a sueldo
de la policía secreta, que serían enviados a México con la misión. Entretanto,
habían llegado noticias de los agentes de Machado en tierra azteca de que
Fernández Sánchez había desaparecido de allí y debía estar en Cuba. La policía
con estas noticias y, luego, de la delación de Rey Merodio, buscaba
afanosamente en la Isla a Leonardo Fernández Sánchez, al que por fin capturó el
1ro. de noviembre.
Según Eduardo Machado el primer intento de atentado contra Mella, lo
protagonizó Agustín López Valiñas, bribón que había huido de Cuba por haber
asesinado a otro individuo. Con ese fin mudó a una amante al mismo edificio en
que vivían los revolucionarios en la calle Bolívar. Una noche, en momentos en
que suponían Mella visitaba en la pensión a sus amigos, López Valiñas y algunos
otros sicarios estaban abajo, a la espera del líder cubano. Pero en realidad
este no se encontraba en la pensión y fue el caraqueño Eduardo Machado –que
tenía cierto parecido con el adalid cubano, pues ambos eran atletas, trigueños,
de pelo crespo- quien bajó de la casa. Se provocó entonces un incidente cuando
lo asaltaron y golpearon. Machado comenzó a alertar a gritos, arriba, de lo que
sucedía y a pedir ayuda. Bajaron a toda prisa Ferrer y el coronel Treviño, y
comenzó una pelea con los sicarios. Se produjeron disparos. El alboroto fue
enorme, al fin apareció la policía y se los llevó a todos para la 4ta.
Comisaría. Más tarde, un policía mexicano sacó a Eduardo Machado del calabozo y
le relató que López Valiñas había llegado a México para asesinar a Mella.
“¿Usted está seguro de eso?”, asegura Machado que le preguntó. “Completamente
seguro”, le respondió. Soy del servicio de inteligencia y le comuniqué esto al
Presidente [Plutarco Elías Calles] y me dijo: `Es un atentado que van a hacer´”.
Años después Eduardo Machado aseguraría: “Si Mella hubiera estado allí, lo
matan”.[9] Así se lo narró al líder cubano, cuando este regresó del viaje a
Veracruz. “Saben que andas, de noche, solo con Tina”, le expuso. Incluso, le
advirtió que el sicario machadista lo sabía. Pero Mella no lo creyó.[10]
Eduardo Machado siempre creería que para Mella era de cobardes andar
escondiéndose y no tenía como los venezolanos una larga experiencia de
clandestinidad. Ellos habían luchado durante muchos años contra Gómez, y
siempre estaban tratando de no ser sus víctimas o caer prisioneros, tanto en
Venezuela como en el exterior. Él, por ejemplo, había estado clandestino desde
1914 y con sus compañeros había armado toda la insurrección de 1919, desde la
clandestinidad. Pero en Mella esa falta de práctica en saber cuidarse resultaba
un defecto.
Entretanto, el líder había sido separado del PCM porque estaba
impulsando una central obrera (la CSUM) en México contra la Confederación
Regional Obrera de México, de Morones, organización oficialista, apoyada por el
PCM. Ofuscado envió una carta con su renuncia a la organización. Luego la
retiró. Fue sancionado finalmente a tres años sin ocupar cargos en la
organización.
En La Habana pasaron días hasta que, por fin, Fernández Sánchez, el 27
de noviembre, luego de múltiples gestiones de familiares con personajes
influyentes del régimen, fue expulsado hacia Nueva York, con lo que salvó la
vida casi de milagro. En sus apuntes señaló que la policía lo llevó al barco y
alguien del propio cuerpo le comentó de un plan para asesinar a Mella y que con
ese propósito ya había salido gente para México. Esa información venía del
mismo palacio presidencial. De inmediato, Leonardo le escribió a Mella para
alertarlo. Mella le respondió a Fernández Sánchez, que la policía de Machado no
tenía ramificaciones internacionales. Leonardo volvió a escribir a Mella para
decirle que Magriñat había ido a México a matarlo. La carta llegaría al D.F el
11 de enero de 1929, demasiado tarde.
A finales de diciembre, con vistas a recaudar fondos para la causa
cubana, la ANERC había organizado en Ciudad México una fiesta bajo el título de
Noche cubana, que se celebraría en el salón de bailes de la Sociedad Hebrea.
Los organizadores habían acordado que el salón se adornaría solo con triángulos
rojos con la estrella solitaria, ya que la Sociedad había advertido que en sus
estatutos, a causa de las diferentes filiaciones políticas de sus integrantes,
se prohibía hacer propaganda política o de tendencias nacionalistas. Raúl Amaral,
confeso liberal pero ortodoxo, es decir “de oposición”, había ingresado en
México en la ANERC.[11] La tarde del día de la fiesta, a espaldas de los
organizadores llegó al salón, junto con Hernández Cárdenas (Hercar) un
caricaturista muy conocido en la época, y un tal Guillermo García y en una
pared colocaron una bandera cubana de papel de china, bastante mal
confeccionada, según dijo Mella después. Al llegar al local algunos de los
organizadores de la fiesta, varios directivos de la sociedad los abordaron y
les pidieron que retiraran la bandera. Esto fue, lógicamente, lo que hicieron,
y quedaron en el local solo los triángulos rojos con la estrella solitaria.
Amaral, un tal Portell, y dos o tres individuos más, proclamaron que los
comunistas habían ultrajado la bandera cubana. Pero el asunto no quedó ahí.
Días después, Amaral y sus asociados urdieron todo un plan de denuncias
públicas para propagarlas en México y Cuba, sobre el pretenso ultraje a la
bandera que Mella había cometido.
Relataría también Eduardo Machado que antes de partir le había vuelto a
repetir a Mella: “Cuídate mucho. No puedes estar saliendo solo con Tina
Mopdotti, porque te van a matar”[12]. Mucho amaron los venezolanos a su
camarada cubano. No es otra la razón por la que Gustavo Machado afirmó un día,
que los venezolanos profesaron por el prometeo cubano una amistad entrañable.
La noche del 10 de enero de 1929, Mella, concurrió
a una cantina en la esquina de Bolívar y República de El Salvador, en la que se
había citado con Magriñat, porque este le había hecho llegar un mensaje de que
quería informarle de un asunto que había conocido en Cuba. Hasta ahí Mella lo
había eludido, pues el individuo desde su llegada había tratado de acercársele;
el líder le había comunicado a Fernández Sánchez, en Nueva York, que Magriñat
le parecía sospechoso. Sin embargo, en esa ocasión transigió con verlo quizás
para conocer qué podía decirle y cuál era su juego. Mella no había comprendido
que la entrevista era parte de la trampa que le habían tendido y que el señuelo
comenzaba a funcionar. Dado el fallo anterior en que López Valiñas no supo
distinguir quién era Mella, ahora se lo señalarían. Como Judas con el beso, la
compañía del hampón tenía el propósito de identificarlo a los asesinos.
Magriñat le confió a Mella que por órdenes de Machado habían viajado de Cuba
dos hombres para asesinarlo. Esa noticia verídica era su coartada. Si la acción
fracasaba, él le habría advertido del peligro: podría decir que precisamente
había citado a Mella para darle a conocer de las acechanzas de sus enemigos.
Mella salió del lugar y recogió a Tina Modotti, quien era su mujer -pues su
esposa quien no soportó la vida austera de un revolucionario lo había
abandonado para marchar a Cuba-, en las oficinas del Commercial Cable Co., en
San Juan de Letrán, en la que por sus instrucciones la fotógrafa había impuesto
un despacho dirigido a Sergio Carbó, director de La Semana, único órgano de la prensa cubana todavía no sometido
a Machado, en el que le pedía desmintiese el infundio del ultraje de la bandera
y le informaba que enviaba por correo los detalles del incidente.
Mella, cerca de las 11:00 pm. le relataba a Tina la conversación con
Magriñat, mientras caminaban por Avenida Morelos, y le hacía conocer sus
suspicacias hacia ese individuo, cuando tomaron por la calle Abraham González,
donde estaba el domicilio de la pareja. Habían caminado solo unos cuantos
metros en los momentos en que a sus espaldas, desde detrás de un vallado que
cercaba en la esquina un solar yermo, emergieron dos sombras armadas y se
escucharon dos disparos. Al parecer fue únicamente López Valiñas quien disparó
en ambas ocasiones porque el otro asesino, Sanabria, no consiguió reunir el
valor para hacerlo. Los dos disparos alcanzaron al joven: uno le atravesó la espalda
y salió por el abdomen, y el otro lo hirió en un brazo. Fue transportado a la
Cruz Verde, y antes de ser intervenido quirúrgicamente repitió las acusaciones
contra el tirano Gerardo Machado y apuntó que Magriñat tenía que ver con el
atentado. Mella no pudo sobrevivir a sus heridas. Después de la medianoche del
10 de enero, aquel joven precoz hasta lo inverosímil cayó para siempre, víctima
de sicarios de Machado, cuando aún no había cumplido los 26 años, pues nació el
25 de marzo de 1903. Con su holocausto Cuba había perdido en ciernes al más
extraordinario paladín surgido después de José Martí.
Sin dudas, Mella constituye una de las figuras que en la historia de
Cuba resaltan con centelleo de brasa, un héroe antimperialista, revolucionario,
que comprendió que cualquiera de nuestras tierras de América eran solo una
parcela de nuestra generosa y ancha Patria. Es cierto, que la balcanización de
nuestras patrias parece haber llegado a su fin. Aunque nuevas amenazas se
ciernen sobre el proyecto, difícilmente la reacción podrá ya segar el sueño de
Bolívar, de Martí, de Mella, de Fidel. Confiamos en que aún en medio de los
avatares, esa antorcha la sostendrán los jóvenes de la América Nuestra. Ellos
no olvidarán la historia, que es deber nuestro recordarla siempre. Nadie puede
venir a pedir la borremos.
Notas
[1]. Entrevista con Eduardo Machado, Caracas, 1991.
[2] Guillermo García Ponce, Memorias de un general de la utopía,
Cooperativa de Trabajadores Gráficos, Caracas, 1992, p. 58.
[3] Ver aprobación de la sentencia del Comité
Central Ejecutivo del PCC, en Christine Hatzky: Julio Antonio Mella, una biografía, Editorial Oriente, Santiago
de Cuba, 2008, pp.384 y 385.
[4] Informe del 12 agosto de 1927, del mayor Harold Thompson, agregado
militar interino de la embajada de Estados Unidos en México, dirigido al Jefe
de la Sección Latinoamericana del Militar Information Service, en Washington.
Record Group 165, no. 10110-2581, caja 2830, de los National Archives,
Washington D.C. de Estados Unidos.
[5]. Entrevista citada con Eduardo Machado.
[6]. Libertad,
Ciudad México, mayo de 1928.
[7]. También, la embajada enviaba informes sobre
otras actividades que se desarrollaban contra el imperialismo yanqui en México.
En estos aparecía Mella, como representante de la Asociación de Nuevos
Emigrados Revolucionarios Cubanos. Asimismo, el G-2 enviaba a Washington, como
parte de su información, ejemplares de Cuba Libre, El
Machete yRedención.
Por supuesto, nunca faltaba en ellos el nombre de Mella. Todo esto puede verse
en el microfilme de los National Archives no. 274, rollo 166.
[8].Reproducido en Mella, Documentos y Artículos, Editorial de Ciencias
Sociales, La Habana, 1975, pp. 403 y ss.
[9] Entrevistas con Eduardo Machado citadas
[10]. Ibíd.
[11]. Raúl Amaral, Raúl: Al margen de la revolución, Cultural
S. A., La Habana, 1935, p. 76 y ss.
[12] Ídem.
Rolando Rodríguez
Tomado de Cubadebate
Tomado de Cubadebate
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