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Todo indica que las autoridades y las instituciones no parecen ser
plenamente conscientes de las profundas implicaciones psicosociales de
este fenómeno o que, al menos, no han desarrollado la sensibilidad
suficiente.
España, 18 de junio de 2016.- La
estadística de suicidios en España arroja un dato escalofriante: casi
11 casos al día. La cifra se ha incrementado durante la crisis, y en los
medios de comunicación viene siendo habitual en los últimos años la
aparición esporádica de casos relacionados directamente con procesos de
desahucio.
Incluso a simple vista, se entiende que un desahucio no
es simplemente la culminación del proceso legal y administrativo por el
que se desposee a una persona de su vivienda, sino también la entrada a
un mundo lleno de dificultades sociales y emocionales, por el que las
personas transitan a veces sin recursos suficientes para superarlas. Por
la manera en que se ejecutan los desahucios y por los estragos que
estos causan en la sociedad (siendo el más extremo de ellos este
significativo incremento de los suicidios), todo indica que las
autoridades y las instituciones no parecen ser plenamente conscientes de
las profundas implicaciones psicosociales de este fenómeno o que, al
menos, no han desarrollado la sensibilidad suficiente.
Comparte esta opinión Luis Chamarro, coordinador de
la Plataforma de Afectados por la Hipoteca (PAH) en Madrid, una de las
asociaciones que más visibilidad ha ganado en España, y no por
casualidad: su trabajo ha logrado paralizar más de 2.000 desahucios y ya
han realojado a unas 2.500 personas, además de intervenir con éxito en
la legislación para favorecer y defender de abusos a las familias con
problemas hipotecarios.
"En la PAH trabajamos con el concepto de 'desahucio vital'" explica
Chamarro, en alusión al fuerte impacto que tienen en la vida estos
crueles procesos legales, que llegan a afectar seriamente a la salud de
las personas: "Habitualmente, todo empieza con la pérdida del trabajo y
de la posibilidad de afrontar las deudas normales de la propia vida,
desde las cuestiones más básicas hasta las deudas financieras".
Esa situación de indefensión no tarda en generar problemas:
Chamarro señala que "el 100 % de las familias afectadas por un proceso
de desahucio sufren problemas de salud. Principalmente afectación
psicológica, pero también múltiples problemas de salud física, de los
que el 50 % son padecimientos de carácter grave. Hay un problema de
ansiedad continuo, con todos sus derivados: insomnio y alteraciones de
la conducta alimentaria (agravados por el hecho de que a veces ni
siquiera se tiene dinero para llevar una dieta medianamente
equilibrada). Y, por otra parte, suelen agravarse los problemas que ya
tenga la persona previamente: afecciones cardiacas, coronarias… esos
casos son muy numerosos: el número de fallecimientos por infarto es
significativamente alto".
Una amiga de Ángeles Lugilde llora durante su desalojo en
Avilés, norte de España, el 20 de abril de 2015. (Foto: Eloy Alonso -
Reuters).
Cinco suicidios por día
En cuanto al problema de los suicidios, explica que "la
mayor parte de la gente no pide ayuda, no sabe defenderse. De ahí se
deriva el incremento de los suicidios. En la cifra oficial, de casi 11
suicidios diarios, no se explican las causas. Pero nosotros manejamos
datos suficientes como para decir, incluso aplicando un principio de
prudencia, que más de la mitad, es decir, más de 5 al día, tienen que
ver con la situación económica".
Preguntamos a Luis Chamarro cómo puede ayudar su plataforma a paliar
esta terrible consecuencia de los desahucios: "Enseñándoles a vivir en
esas circunstancias, revirtiendo el orden de prioridades y dejándoles
claro que, desde el punto de vista legal, solo hay que querer defenderse
para poder salir de la situación".
Para ello, la PAH no cuenta con profesionales, sino con la voluntad
de los colaboradores y con la solidaridad y el apoyo mutuo de los
afectados entre sí.
"La empresa tuvo que cerrar"
Uno de esos afectados es Kristian, un malagueño afincado en Bilbao
que perdió la vivienda familiar hace más de 5 años. Accede a contarnos
su experiencia: "Nosotros teníamos una empresa familiar de construcción
que funcionaba bien, en plena burbuja, y llegó un momento en que la
crisis lo paralizó todo. Empezamos a tener impagos, demoras de nuestros
clientes, retrasos, cobros pendientes… y la empresa tuvo cerrar. Uno de
los primeros casos de la parálisis del sector durante la crisis
inmobiliaria fue el nuestro".
Y también fue uno de los más representativos. Lo que nos relata
a continuación, retrata uno de los problemas más graves y habituales
que se dieron durante la burbuja inmobiliaria española y contribuyeron a
su tóxico crecimiento: la desinformación generalizada de los ciudadanos
frente a productos financieros complejos, que aceptaban confiando
ciegamente en el banco de turno. "Pedimos rehipotecar la casa y, cuando
nos dirigimos al banco, la verdad es que no entendíamos nada de esos
temas. Aceptamos una hipoteca con euribor variable y no se qué más… nos
vendieron la moto. No entendíamos bien los detalles y, solo con el
tiempo, llegamos a entender el tipo de trato tan oscuro que habíamos
firmado. Por la variabilidad del euribor, en un tiempo muy corto,
pasamos a pagar 900 a 1.700 euros, casi el doble".
Y ya no había vuelta atrás: "Cuando empezaron los
problemas —continúa Kristian—, intentamos pactar con el banco de mil
maneras; al fin y al cabo, ellos nos conocían y sabían como
trabajábamos, sabían también los motivos de nuestro cierre: los impagos
de nuestros clientes, los pagos aplazados… pues nada, no aceptaban
ninguna fórmula alternativa: solo querían desahuciarnos y quedarse con
la vivienda". El mismo 1 de enero de 2011 tuvieron que entregar la llave
a la entidad bancaria.
La experiencia de Kristian refleja perfectamente la
dinámica macroeconómica que, en España, ha producido una escalofriante
cifra de desahucios. Y aunque sus circunstancias personales amortiguaron
razonablemente un golpe que hubiera podido ser mucho más duro, su
experiencia también incluye los rasgos dramáticos propios de los
desahucios: "Para nosotros, lo peor de todo fue la sensación de fracaso.
De mis padres, sobre todo. Para ellos, que eran mayores, fue muy
difícil superarlo. Mi madre estuvo muchos meses con ansiedad y depresión
y temíamos por la salud de mi padre, que tenía problemas coronarios y
había sufrido algunos infartos. Yo mismo tuve una época en la que
necesité alejarme de todo eso y me salí. Fue mi hermano el que se hizo
cargo y me iba informando… me hubiera gustado llevarlo mejor, resistir
más. Fue muy necesaria la solidaridad familiar. Por suerte, somos una
familia grande y pudimos salir adelante entre todos. Como vivíamos en un
pueblo pequeño, la gente era cercana y, de vez en cuando, nos
ofrecieron ayuda".
La policía regional catalana se lanza contra los manifestantes
durante una protesta por el desalojo de los ocupantes del 'banco
expropiado', en Barcelona, España, el 29 de mayo 2016. (Foto: Albert Gea
– Reuters).
Desafortunadamente, no todos cuentan con circunstancias
suficientemente favorables. El propio Kristian nos cuenta que un
compañero, un gestor de otra empresa, muy cercano y ocasional
colaborador, se suicidó unos años después.
¿Como influyen los desahucios en el ánimo de las personas? Y, sobre
todo, ¿cómo pueden derivar en suicidio con tanta frecuencia? Say
Lindell, psicólogo y activista en la campaña Vivir Dignamente en Málaga,
nos ayuda a comprenderlo.
Ante un proceso de este tipo, indica que "lo más previsible es la
ansiedad y la inestabilidad emocional. Las personas que están sufriendo
la posibilidad de un desahucio se encuentran ante una situación muy
estresante, que no controlan, que les genera muchísima inseguridad: un
mundo para el que no están preparados y para el que no tienen recursos
suficientes".
"La sensación habitual —continúa Lindell— es la de: 'quiero
arreglarlo y estoy dispuesto a hacer todo lo posible, pero no tengo los
recursos suficientes: ni económicos, ni de conocimientos', porque,
claro, además se trata de un mundo muy complejo, jurídico,
administrativo, legal… y todo eso produce mucha inseguridad y mucho
miedo, que normalmente lleva a un bloqueo, a una parálisis, a la
frustración. Eso es muy habitual: frente a la fuerte ansiedad y la
imposibilidad de dar una respuesta, se producen conductas de evitación o
una anulación total de la conducta. Normalmente, eso deriva en un
estado depresivo. Es importante atender a la emociones que se van dando,
porque un desahucio provoca un 'shock' emocional muy fuerte".
Una vez que se ejecuta, la víctima del desahucio tiene que afrontar
una nueva situación llena de dificultades. Desposeído de su hogar,
probablemente incluido en listas de morosos que le impedirán el acceso a
cualquier tipo de financiación (o a la contratación de servicios, como
una linea de teléfono móvil o un suministro eléctrico a su nombre), la
persona desahuciada queda considerablemente excluida de su entorno
social: "Aunque depende, en parte, de las circunstancias de cada uno,
esto casi siempre crea importantes sentimientos de soledad y
vulnerabilidad… y ocurre un derrumbe de algunos pilares básicos de las
creencias que se tenían sobre el mundo. El desahuciado, por decirlo así,
queda estigmatizado".
Las consecuencias de este nuevo estado de cosas, de esta exclusión
social que se produce de hecho, son devastadoras: "hay que tener en
cuenta —enfatiza este psicólogo— que el ser humano es un ser básicamente
social. Si al ser humano se le condena de alguna manera a la exclusión,
esa persona queda estigmatizada, sufre secuelas importantísimas y
pierde la sensación de pertenencia a sus grupos sociales… ¿Cómo va a
tener relaciones sociales, si no tiene ni para tomar un café? ¿Como va a
tener una pareja, si no tiene un sitio donde disfrutar la intimidad? Se
le está anulando socialmente y eso, para un ser humano, es casi
imposible de afrontar".
Se somatizan
Este tipo de problemas, como ya hemos apuntado antes, no tardan
en producir un fuerte impacto en la salud: "Está comprobado que este
tipo de situaciones acarrean enfermedades físicas, se somatizan mucho:
trastornos en la piel, alergias, se bajan las defensas, se sufren más
resfriados, las dolencias se hacen crónicas, aparece el reuma, los
dolores de espalda, los trastornos alimentarios…".
Las palabras de Lindell, en general, ofrecen una profunda visión de
conjunto, que trasciende la percepción simplista del desahucio como una
transacción en que una persona física pierde un inmueble. Cuando le
preguntamos por qué un desahuciado podría llegar a suicidarse como, de
hecho, ocurre demasiadas veces, nos responde así: "Es que en parte ya ha
perdido su vida; ha perdido las ilusiones, se le ha deteriorado parte
de su tejido social y de su identidad. La casa no es una pertenencia,
como una gorra o un vestido: la casa es un espacio de vivencias y de
convivencia". Y concluye: "La palabra 'vivienda' viene de 'vivir'. Lo
que se pierde en un desahucio no es un edificio, no son unos muros, es
una parte importante de nuestro ser".
Si uno comprende lo que dice Say Lindell, cuesta entender la frialdad
con que se ejecutan millares de desahucios y aparece la necesidad de
plantearse si son una solución proporcionada a los problemas que
pretenden resolver. / ZGM
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