Óptica Socialista
Opinión
Una nueva izquierda tiene que armarse intelectualmente para comprender,
por ejemplo, las irrupciones socio-políticas del mundo árabe que dan al traste
con todas las fórmulas tradicionales de interpretación del espacio público. Esa
voluntad de lucha de tanta gente, digamos en Egipto (sin aparatos, sin
parafernalias, frente al poderío del gobierno), contra la corriente, teniendo
que negociar con una Junta Militar que obviamente los defraudará, pero allí
están. Igual ocurre en Marruecos, una juventud lúcida que tiene claro los
límites de la Monarquía pero que sabe medir los tiempos para demandas más
radicales. ¿Cómo entender la significación subterránea de los indignados de
Israel? Un amplio movimiento que descoloca la lectura convencional de la
política. Lo mismo con los indignados españoles y sus ramificaciones europeas
que están revolviendo la vieja agenda de la democracia representativa.
Otra izquierda tendría que hacerse de una nueva caja de herramientas
para entender la explosión de violencia que conmueve a Inglaterra más allá de
las socorridas fórmulas de la “lucha de clases” y clichés del mismo tipo.
Londres en llamas es una escena de horror que muestra en la superficie lo que
existe cotidianamente debajo de la alfombra: una maquinaria productora de exclusión
que la vocería oficial califica simplistamente de “delincuencia”. ¿Qué tienen
en común esta manifestaciones extremas de anomia social con la matanza en
Noruega propinada por un fanático ultraderechista, con aquellos incendios de
automóviles en los suburbios franceses, con la revuelta griega contra el
paquete neoliberal que viene a “rescatarlos” y la ola latinoamericana de
movimientos anti-imperialistas.
Esta brevísima muestra de eventos en la escena política (lo mismo podría
hacerse en el ámbito cultural o en la vida privada de la gente) es ya
suficiente para ponderar la magnitud del estremecimiento teórico que debe
sacudir a la vieja izquierda, la enormidad del esfuerzo por construir otra
sensibilidad, el desafío mayor de remontar la crisis de voluntad que da cuentas
de la fatiga histórica de toda idea de “vanguardia”.
Juan Barreto Cipriani
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