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Óptica Socialista
Historia
Muchas culturas, muchas lenguas
Hace unos 30.000 ó 40.000 años,
antes del Neolítico y de la última glaciación, comenzaron a llegar desde el
continente asiático, atravesando el estrecho de Behring y las islas del
Pacífico, sucesivas oleadas de naciones que poblaron el continente americano.
Según los especialistas Esteban
E. y Jorge C. Mosonyi este hecho explica la cantidad y variedad de lenguas que
se hablan en nuestra América, siendo nuestro mapa lingüístico el más rico y
complejo del mundo: 1500 lenguas de un centenar de familias diferentes, es
decir, una cuarta parte de las lenguas del planeta, se hablan aquí en América.
Solamente en Venezuela podemos mencionar, al menos, 32 lenguas indígenas vivas,
sin contar las variedades dialectales y las lenguas extintas.
Este patrimonio lingüístico nos
refleja el mapa étnico del país. En Venezuela existen dos troncos lingüísticos
a los que pertenece la mayoría de los pueblos indígenas y sus respectivas
lenguas, ellos son el tronco Caribe y el Arawak. Pero hay, además, una serie de
familias como la Chibcha, ascendientes de los pueblos andinos, sobre todo de
Colombia y Ecuador, y la Tupí-Guaraní, que cubrió en sucesivas migraciones casi
todo el Brasil, extendiéndose por Bolivia, Paraguay, el Río de la Plata y las
Guayanas.
Se dice que el “Ñengatú” —una
lengua franca que se habla en la frontera de Brasil y Venezuela, una especie de
papiamento producto de la confluencia de hablantes del Arawak, el portugués y
una que otra voz indígena— tiene sus raíces en el Tupí. Hay otros idiomas
llamados “independientes” o “no clasificados”, por cuanto su filiación aún no
está clara para los estudiosos de la lingüística; es éste el caso de las
familias Guajiro, Piaroa, Puinave, Jodi, Sapé, Uruak, Yanomami y Warao.
Los Yekuana, gente de río, selva
y sabana
Los Yekuana son descendientes de
los Kariña, los antiguos Caribe que recorrían los mares de nuestro continente y
que en tiempos de la Conquista fueron sus más respetados enemigos.
Los Yekuana se autodenominan
Soto, el verdadero Hombre, el número 20. Soto son todos aquellos que hablan el
idioma Yekuana, de modo que es la lengua, no el color, no la geografía, no la
genética, lo que los hace comunidad humana.
Este pueblo, también llamado
Maquiritare (hombres de canoa) por sus vecinos Arawak del Casiquiare y el Río Negro,
habita en grandes extensiones de selva, sabana y montaña en los estados Bolívar
y Amazonas, en las cuencas de los ríos Caura, Erebato, Merevari, Paragua,
Ventuari, Padamo, Iguapo, Cuntinamo y Cunucunuma, todos tributarios del gran
río Orinoco.
Los Yekuana son gente de río, de
esa gran arteria acuática que comunica los pueblos amazónicos y orinoquenses.
Heredaron de sus antepasados Caribe su maestría como navegantes. A diferencia
de otros pueblos como el Yanomami, adentrado en selva, construyen su vivienda
cerca de los ríos, de los que obtienen el agua para consumo y para sus
siembras. Narra la mitología Yekuana que sus primeros seres se originaron en
las cabeceras de los ríos, en Ihuruña.
Son también gente de selva, lo
que los hace insignes conocedores de una gran riqueza vegetal y animal, así como
de sus usos alimenticios, curativos y artesanales. Se conocen como virtuosos
tejedores de cestas y artistas de la madera, constructores de las más famosas
curiaras y casas, cultivadores de la yuca y fabricantes de casabe, el pan que
ancestralmente los alimenta y que como con magia alquímica extraen de la yuca amarga
y venenosa. En las sabanas crecen las palmas de moriche, coroba y muchas otras
variedades, de las que extraen aceites, frutos y fibras para sus tejidos. Allí también
crían sus animales.
La geografía Yekuana
No se puede hablar de la
geografía Yekuana sin mencionar el legendario Marawaka, un cerro de 3.840 metros
de altura donde se originaron los frutos primordiales. Así lo narra un mito que
es común a otros pueblos como el Pemón, el Jiwi y el Piaroa. Ihuruña es el territorio
donde se encuentran las cabeceras de los ríos que conforman la orografía
Yekuana, allí nació el primer ser humano hecho por Wanadi, allí se han
refugiado los Soto cada vez que han sido amenazados. Allí fundó su nuevo pueblo
el sabio cacique Barné Yavarí cuando huyó del acoso evangelizador de las Nuevas
Tribus en los años 50 del siglo XX. En una hermosa sabana, cerca de la
confluencia del Casiquiare y el Orinoco, se encuentra La Esmeralda o Mereraña,
como la llamaron los Soto desde su fundación por encargo del conquistador
Solano. Esta encrucijada es paso obligatorio de todo el que viaje hacia las tierras
del Alto Orinoco. Allí, entre el Cunucunuma y el Iguapo se levanta el Duida, de
2.400 metros de altura, cerro mágico que emerge en las tierras que fueron escenario
del primer encuentro —registrado históricamente— de los Yekuana con representantes
del mundo occidental.
Watunna: saga mítica e histórica
de los Soto
Jean-Marc de Civrieux, quien tuvo
contacto con los Yekuana del Alto Orinoco en 1951, cuando participó como
geólogo de la expedición franco-venezolana que exploró por primera vez las
fuentes del Orinoco, se dedicó a partir de ese viaje a recopilar con su amigo Yekuana
Manuel Velásquez (Dahuase Huma), guíanativo de aquella trascendente expedición,
la tradición oral de este pueblo, que fue posteriormente publicada en el libro
Watunna / Un ciclo de creación en el Orinoco.
Civrieux nos explica cómo la
figura del conquistador aparece asociada a dos imágenes contradictorias, una luminosa:
Iaranavi, la del conquistador bueno, rico, sabio, creativo; dueño del hierro y
de aracuza, el arcabuz, arma mágica que vence a los enemigos. La otra imagen es
sombría: la del blanco opresor, ladrón, mentiroso, destructivo, que caza a los
indios y los esclaviza: Fañuru. Ambas están asociadas a los dos aspectos de un
mismo ser.
Esa misma dicotomía de lo constructivo
y lo destructivo enfrentados en una interminable lucha, marca la dinámica de
toda la saga mítica e histórica de los Soto, a través de las figuras de Wanadi,
el creativo, y de Odosha, el destructor, quien nace de la placenta podrida de
aquél. Wanadi, el luminoso, crea los seres humanos, las casas, los pueblos,
soplando el humo de su tabaco (kawai) y sonando su poderosa maraka llena de
cristales de cuarzo (wiriki). Odosha, que envidia y odia a Wanadi, es su sombra,
lo persigue para destruir todo lo que aquél crea. Wanadi no cree en la muerte, para
demostrarlo mata a su propia madre y la regenera en el lago Akúena con el agua
de la vida, el akene.
El Watunna, o compendio
mitológico de la etnia yekuana, abarca en innumerables narraciones los orígenes
del mundo, de los hombres y mujeres, y del propio Wanadi, quien se manifiesta
en sucesivos avatares o encarnaciones terrestres. Otros relatos dan cuenta del
origen del alimento, la agricultura, la organización social y del trabajo, la
artesanía, la medicina, la vida animal y vegetal con sus enseñanzas para los humanos,
y un sinfín de momentos en que se incluyen ciertos eventos históricos. En la
saga histórica Yekuana, la irrupción y crueldad del conquistador español, hasta
la del tirano Funes en el siglo XX, destacan como acontecimientos inolvidables,
así como las legendarias luchas con los Yanomami que raptaban a sus mujeres, o
la incursión de las Nuevas Tribus que pretendieron trocar su dios por el
demonio.
La Leyenda Dorada
No fue sino hasta 1744 cuando aquellas
inexploradas tierras, protegidas por sus peligrosos rápidos, imposibles de
navegar, fueron penetradas por el jesuita Manuel Román, quien astutamente rodeó
los famosos raudales de Atures y Maipures, y siguió remontando hacia el Orinoco
arriba. Fue enorme su sorpresa cuando se encontró con unos mercaderes
portugueses que navegaban tranquilamente el Orinoco, pensando que era un
afluente del Amazonas y que por tanto navegaban en territorio de la Corona
Portuguesa. Román los siguió de regreso y comprobó que existía un brazo de agua
que comunicaba los dos grandes ríos. Al principio nadie le creyó, pero 13 años
después, en 1759, la Corona envió una “Comisión de Fronteras” integrada por
Francisco Fernández de Bobadilla y un destacamento de soldados enviados por el
Marqués de Solano, el cual se asentó en San Fernando de Atabapo, con el fin de
verificar la misteriosa comunicación entre los ríos Orinoco y Amazonas a través
del caño Casiquiare.
Cuando el cacique Warema, desde
el oriente del Cerro Duida, observó a estos temerarios exploradores que
portaban el hierro materializado en herramientas, lleno de admiración por su
hazaña y su tecnología, estableció con ellos una alianza. Los llamó Iaranavi,
gente extranjera creada por Wanadi. Éstos le darían protección armada contra
sus enemigos, mientras los Soto los proveerían de alimentos y otros elementos
indispensables para la sobrevivencia en aquellas tierras. Pero por encima de
todo les proporcionarían la información que requerían para la próxima
exploración de aquel territorio. Los viajeros se fueron con el compromiso de
volver.
Un año después regresaron los
Iaranavi comandados por el geógrafo Don Apolinar Díaz de la Fuente —también
enviado del Marqués Solano—, quien ofreció a Warema defender a su pueblo de las
incursiones de los Caribe —quienes allanaban aquellas tierras en busca de
prisioneros para ser vendidos como esclavos a sus aliados holandeses del
Esequibo, quienes a su vez los protegían de los españoles— y de las
expediciones portuguesas que subían por el Casiquiare, infiltrándose en los
territorios del Rey de España. Pero pidió a cambio que Warema y su gente se
convirtieran al cristianismo, jurando fidelidad al rey y fundando una aldea cuya
patrona sería Santa Gertrudis. En ese mismo lugar los españoles construirían el
fuerte de Buenaguardia, para la protección de sus nuevos súbditos. Los
conquistadores, además, explotarían el cacao silvestre del Alto Padamo. La
alianza quedó sellada con una gran fiesta en la que intercambiaron sesenta
canastos de cacao por machetes, cuchillos, anzuelos, las mágicas aracuzas, telas,
camisas y otras mercancías creadas en el Cielo de Wanadi, así lo veían los
Soto.
La ambición del oro frente a la necesidad del hierro
Cuando Don Apolinar observó que
el suelo que pisaba estaba lleno de cristales de cuarzo sus ojos vieron
esmeraldas, y en los filones de las piedras lo que vio fue oro.
La sed por el oro, por parte de
unos, y la necesidad del hierro, por parte los otros, terminó de consolidar la alianza
y el sueño de construcción de un próspero pueblo que se llamaría La Esmeralda
(Mereraña), muy cerca de donde quedaba el puerto de curiaras donde
tradicionalmente los yekuana, comerciantes por naturaleza, intercambiaban sus
mercancías con otros grupos.
Grande fue el entusiasmo con el que
Warema y Warapa, los dos caciques Soto, unidos a su gente, construían las casas
que conformarían aquel próspero pueblo.
Hasta aquí, lo que Civrieux llamó
la “Leyenda Dorada del Descubrimiento”: el pueblo nunca se terminó de construir,
la fortificación fue abandonada y el entusiasmo de los Yekuana se trocó en
desilusión. El rey ordenaba otro destino para sus hombres, la construcción de una
poderosa villa fortificada en el Bajo Orinoco, Angostura, capaz de proteger toda
la Guayana Española de sus enemigos Caribe y sus aliados los holandeses.
Angostura o Ankosturaña
Warema, el famoso cacique del
Alto Padamo, fue invitado por Bobadilla a conocer esta flamante ciudad que
aparece en la mitología Yekuana bajo el nombre de Ankosturaña, hoy Ciudad
Bolívar. Warema contempló maravillado aquel paraíso del Hierro y pensó que aquellas
tierras eran otra creación de Wanadi. Atónito presenció la febril actividad que
transformaba el hierro en ventanas, la madera en puertas y la tierra en casas,
centenares de casas. Conoció los caballos y las vacas y después de ser
recibido, junto a otros caciques de otros pueblos indígenas, por el gobernador
de la villa, Don Sebás Moreno de Mendoza, regresó a su aldea en una curiara
cargada de tesoros, y su imaginación preñada de relatos que la gente Yekuana no
se cansaba de escuchar y que han sido trasmitidos como herencia literaria hasta
el día de hoy en la saga de Ankosturaña.
En los años 1765 y 66 Ankosturaña
era una ciudad floreciente. El nuevo gobernador de la Guayana,
Manuel Centurión, decidió
reanudar un viejo proyecto: la búsqueda del Dorado en Manoa y en el Lago
Parima, para lo cual ordenó que se retomara la construcción de La Esmeralda,
que sería el bastión para combatir a los Caribe y holandeses, impidiéndoles
llegar a Manoa.
Para esta misión se puso a la
orden Don Apolinar, el amigo de los Yekuana.
Los capuchinos habían obtenido
del Marqués de Solano el permiso para evangelizar el Alto Orinoco y el Río
Negro, en contra de la voluntad del gobernador Centurión. Sin embargo, cuando llegó
el fraile Jerez de los Caballeros, Warema y su gente lo rechazaron y a éste no
lo quedó más remedio que retirarse.
La Funesta Historia
En 1767 llegó Don Apolinar Díaz
de la Fuente con una fuerza militar para fundar la villa Esmeralda. Lo primero que
hizo fue visitar a Warema, pero éste se negó esta vez a la fundación de la
villa. El jefe español, indignado ante la negativa, mandó a sus soldados a
reclutar a la gente de Warema y a obligarlos a construir una docena de chozas.
Aquí comienza la Leyenda Negra,
la época de Fañuru (derivación fonética de “español”), gente de Odosha contrapuesta
a Iaranavi, gente de Wanadi. A este atropello se sumó la reincidencia del padre
Jerez, quien esta vez catequizó a la gente por la fuerza, prohibiendo las prácticas
rituales de la religión Yekuana y despreciando su cosmogonía, tal como lo
hicieron las Nuevas Tribus doscientos años más tarde. En la mitología quedaron
los Fadre (padres) como unos demonios bajo el mando de Fañuru (español).
Por su parte, el Fadre intentó erradicar
la figura de Wanadi, creando el ardid de que éste había sido llevado por los
Fadre a la ciudad de los españoles — Caracas o Karakaña en lengua Yekuana—, y
que allí había sido crucificado y muerto, por eso ahora debían adorar a Cristo.
Lo que no sabía el Fadre Jerez es que Wanadi, dios inmortal y poderoso, no
podía ser vencido, aunque harto de los demonios que lo perseguían
incesantemente, huyó de la tierra.
Posteriormente, los demonios
armados avanzaron por el río Caura invadiendo las tierras yekuana y en 1775 avanzaron
por el Erebato, el Votamo y el Padamo, con la intención de establecer una ruta
comercial entre La Esmeralda y Ankosturaña. En esa oportunidad construyeron 19
fuertes a lo largo de la ruta, atropellando a mansalva a sus pobladores. Cuenta
la leyenda que un poderoso chamán, Mahaiwadi, organizó a su pueblo para la
resistencia, logrando con su voluntad y sus poderes mágicos rechazar a los
conquistadores. La victoria fue rotunda, puesto que los Fañuru nunca más
intentaron invadir estas tierras.
Tiempo después los Soto
reconquistaron el hierro, pero esta vez por vía pacífica y de manos de los
holandeses, los Hurunko, hechos también por Wanadi. La saga Yekuana relata cómo
los Soto espiaron a sus enemigos los Caribe (Matiuhana) para descubrir la ruta
del Hierro, hasta llegar a la región de Esequibo (Amenadiña), la tierra
conquistada por los colonos holandeses. Una ciudad llena de riquezas que
quedaba en la orilla de la Tierra. Allí empezaba Dama, el mar donde flota
luminoso Motadewa, el Cielo de Wanadi.
● CUANDO LOS
FAÑURU TOMARON ANKOSTURAÑA, DIJERON
-Ahora somos los dueños. Somos ricos, tenemos arcabuces y
machetes. Vamos a conquistar nuevas tierras. Vamos a matar a la gente de
Wanadi. Entraron al monte por el Orinoco, por el Caura. Venían a robar, a
matar, nada más. Unos llegaron a Marakuhaña, donde habían vivido sus padres.
Otros llegaron a Mereraña. Pusieron allí sus soldados, sus cañones, su pólvora.
Hicieron presos a los hombres, forzaron a las mujeres. Hacían trabajar a la
gente y no le pagaban. Muchos morían. A Meraraña llegó un Fadre. Trajo Cruza
ake [la cruz] y dijo a nuestros abuelos que Wanadi había muerto. Que no era
Wanadi, que era Odosha que se hacía pasar por Wanadi. Por eso lo mataron. En
ese palo lo mataron. Somos dueños de todo, dijeron. Nuestros abuelos no
creyeron.
Ellos sabían que era engaño. Sabían que aquellos hombres
eran malos. ¿Cómo hacemos? Se preguntaban. Ellos son fuertes, tienen aracuzas,
nosotros sólo flechas. Mahaiwadi, un antiguo piache de mucha sabiduría, tocaba
maraka, cantaba, fumaba. Sacó su espíritu. En las bocas de los ríos, echó hojas
de tabaco, cristales wiriki. Llamó a los mawadis, espíritus del agua. Botó su
maraka y se escondió en la selva. Las curiaras de los Fañuru trambucaron los
mawadi se los comieron. Otros huyeron al monte. Mahaiwadi dejó su cuerpo
dormido en el chinchorro y se cambió en jaguar. Así se comió uno, y otro y
otro. Luego avisó a la gente: -Ya pueden salir de las cuevas, los Fañuru están
en mi barriga.
Cuando despertó se volvió pájaro, alzó vuelo y cantó:
libre, soy libre. Así cantó. Cuando murió, una estrella atravesó los cielos.
Dicen que era su espíritu que regresaba a su Casa. Cada vez que vemos caer una
estrella, lo recordamos.
Texto basado en el Watunna. Un ciclo de creación en el
Orinoco, de Marc de Civrieux.
● LLEGARON A UN PUEBLO LLAMADO AMENADIÑA
En la boca del Aménadi. No era un pueblo de Soto era un
pueblo de espíritus. Su jefe era Hurunko, amigo de Wanadi. Con sus grandes
barcos visitaba Motadewa, el pueblo celeste de Wanadi. Iban vacíos y regresaban
llenos de mercancía del Cielo que descargaban en las orillas de la Tierra.
Iban, regresaban. Iban, regresaban. Wanadi tiene montones de mercancía para los
hombres buenos.
Hurunko y su gente son comerciantes. Sólo ellos pueden navegar
en Dama [el mar]. LosMatiuhana también conocen el secreto, navegan en Dama con
sus piraguas. Pero no llegan hasta el Cielo, sólo pueden hacer la travesía
interna.
Texto basado en el Watunna. Un ciclo de creación en el
Orinoco, de Marc de Civrieux.
● UN DÍA, POR DONDE SALE EL SOL, LLEGÓ UN INDIO A MARAKA
Era un makushi. Traía una escopeta, anzuelos y machetes.
Nuestros abuelos se pusieron felices, aquel hierro brillaba. -¿Dónde lo
conseguiste? —le preguntaron nuestros abuelos—. ¿Has estado en Ankosturaña?
¿Conociste a Fañuru? -No, sólo conozco a los Matiuhana. Tienen canoas repletas
de hierro. Vienen de muy lejos, de allá del otro lado. Nosotros negociamos con
ellos.
-Nosotros somos gente de río —dijeron nuestros abuelos—.
Sabemos hacer canoas. -Ah, ustedes lo que quieren es hierro —así dijo el indio
y se quedó callado. -Si nos das sahadidi [hierro] te daremos canoas.
Continuaron diciendo los abuelos. Hacemos casabe también, tenemos perros
cazadores y curare para envenenar las flechas. -Ya escuché —así dijo el indio,
no dijo más. Kaihudu Waitie, el jefe de la casa de nuestros abuelos, mandó
preparar mucha comida y iarake, la bebida de yuca fermentada. Entraron todos a
la casa, se emborracharon y cantaron juntos. Entonces el indio makushi dijo:
-Esta casa y los conucos son bellos. Ustedes me dan la casa y los conucos y yo
les daré el hierro.
Texto basado en el Watunna. Un ciclo de creación en el
Orinoco, de Marc de Civrieux.
Tomado del sistema de revistas del Ministerio del Poder Popular para La
cultura del Gobierno Bolivariano de Venezuela
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