miércoles, 21 de agosto de 2013

HISTORIA: Historia del hierro que venía del cielo. La nación Yekuana. Tomada de Revista memorias de Venezuela

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Óptica Socialista
Historia

Muchas culturas, muchas lenguas
Hace unos 30.000 ó 40.000 años, antes del Neolítico y de la última glaciación, comenzaron a llegar desde el continente asiático, atravesando el estrecho de Behring y las islas del Pacífico, sucesivas oleadas de naciones que poblaron el continente americano.
Según los especialistas Esteban E. y Jorge C. Mosonyi este hecho explica la cantidad y variedad de lenguas que se hablan en nuestra América, siendo nuestro mapa lingüístico el más rico y complejo del mundo: 1500 lenguas de un centenar de familias diferentes, es decir, una cuarta parte de las lenguas del planeta, se hablan aquí en América. Solamente en Venezuela podemos mencionar, al menos, 32 lenguas indígenas vivas, sin contar las variedades dialectales y las lenguas extintas.
Este patrimonio lingüístico nos refleja el mapa étnico del país. En Venezuela existen dos troncos lingüísticos a los que pertenece la mayoría de los pueblos indígenas y sus respectivas lenguas, ellos son el tronco Caribe y el Arawak. Pero hay, además, una serie de familias como la Chibcha, ascendientes de los pueblos andinos, sobre todo de Colombia y Ecuador, y la Tupí-Guaraní, que cubrió en sucesivas migraciones casi todo el Brasil, extendiéndose por Bolivia, Paraguay, el Río de la Plata y las Guayanas.
Se dice que el “Ñengatú” —una lengua franca que se habla en la frontera de Brasil y Venezuela, una especie de papiamento producto de la confluencia de hablantes del Arawak, el portugués y una que otra voz indígena— tiene sus raíces en el Tupí. Hay otros idiomas llamados “independientes” o “no clasificados”, por cuanto su filiación aún no está clara para los estudiosos de la lingüística; es éste el caso de las familias Guajiro, Piaroa, Puinave, Jodi, Sapé, Uruak, Yanomami y Warao.
Los Yekuana, gente de río, selva y sabana
Los Yekuana son descendientes de los Kariña, los antiguos Caribe que recorrían los mares de nuestro continente y que en tiempos de la Conquista fueron sus más respetados enemigos.
Los Yekuana se autodenominan Soto, el verdadero Hombre, el número 20. Soto son todos aquellos que hablan el idioma Yekuana, de modo que es la lengua, no el color, no la geografía, no la genética, lo que los hace comunidad humana.
Este pueblo, también llamado Maquiritare (hombres de canoa) por sus vecinos Arawak del Casiquiare y el Río Negro, habita en grandes extensiones de selva, sabana y montaña en los estados Bolívar y Amazonas, en las cuencas de los ríos Caura, Erebato, Merevari, Paragua, Ventuari, Padamo, Iguapo, Cuntinamo y Cunucunuma, todos tributarios del gran río Orinoco.
Los Yekuana son gente de río, de esa gran arteria acuática que comunica los pueblos amazónicos y orinoquenses. Heredaron de sus antepasados Caribe su maestría como navegantes. A diferencia de otros pueblos como el Yanomami, adentrado en selva, construyen su vivienda cerca de los ríos, de los que obtienen el agua para consumo y para sus siembras. Narra la mitología Yekuana que sus primeros seres se originaron en las cabeceras de los ríos, en Ihuruña.
Son también gente de selva, lo que los hace insignes conocedores de una gran riqueza vegetal y animal, así como de sus usos alimenticios, curativos y artesanales. Se conocen como virtuosos tejedores de cestas y artistas de la madera, constructores de las más famosas curiaras y casas, cultivadores de la yuca y fabricantes de casabe, el pan que ancestralmente los alimenta y que como con magia alquímica extraen de la yuca amarga y venenosa. En las sabanas crecen las palmas de moriche, coroba y muchas otras variedades, de las que extraen aceites, frutos y fibras para sus tejidos. Allí también crían sus animales.
La geografía Yekuana
No se puede hablar de la geografía Yekuana sin mencionar el legendario Marawaka, un cerro de 3.840 metros de altura donde se originaron los frutos primordiales. Así lo narra un mito que es común a otros pueblos como el Pemón, el Jiwi y el Piaroa. Ihuruña es el territorio donde se encuentran las cabeceras de los ríos que conforman la orografía Yekuana, allí nació el primer ser humano hecho por Wanadi, allí se han refugiado los Soto cada vez que han sido amenazados. Allí fundó su nuevo pueblo el sabio cacique Barné Yavarí cuando huyó del acoso evangelizador de las Nuevas Tribus en los años 50 del siglo XX. En una hermosa sabana, cerca de la confluencia del Casiquiare y el Orinoco, se encuentra La Esmeralda o Mereraña, como la llamaron los Soto desde su fundación por encargo del conquistador Solano. Esta encrucijada es paso obligatorio de todo el que viaje hacia las tierras del Alto Orinoco. Allí, entre el Cunucunuma y el Iguapo se levanta el Duida, de 2.400 metros de altura, cerro mágico que emerge en las tierras que fueron escenario del primer encuentro —registrado históricamente— de los Yekuana con representantes del mundo occidental.
Watunna: saga mítica e histórica de los Soto
Jean-Marc de Civrieux, quien tuvo contacto con los Yekuana del Alto Orinoco en 1951, cuando participó como geólogo de la expedición franco-venezolana que exploró por primera vez las fuentes del Orinoco, se dedicó a partir de ese viaje a recopilar con su amigo Yekuana Manuel Velásquez (Dahuase Huma), guíanativo de aquella trascendente expedición, la tradición oral de este pueblo, que fue posteriormente publicada en el libro Watunna / Un ciclo de creación en el Orinoco.
Civrieux nos explica cómo la figura del conquistador aparece asociada a dos imágenes contradictorias, una luminosa: Iaranavi, la del conquistador bueno, rico, sabio, creativo; dueño del hierro y de aracuza, el arcabuz, arma mágica que vence a los enemigos. La otra imagen es sombría: la del blanco opresor, ladrón, mentiroso, destructivo, que caza a los indios y los esclaviza: Fañuru. Ambas están asociadas a los dos aspectos de un mismo ser.
Esa misma dicotomía de lo constructivo y lo destructivo enfrentados en una interminable lucha, marca la dinámica de toda la saga mítica e histórica de los Soto, a través de las figuras de Wanadi, el creativo, y de Odosha, el destructor, quien nace de la placenta podrida de aquél. Wanadi, el luminoso, crea los seres humanos, las casas, los pueblos, soplando el humo de su tabaco (kawai) y sonando su poderosa maraka llena de cristales de cuarzo (wiriki). Odosha, que envidia y odia a Wanadi, es su sombra, lo persigue para destruir todo lo que aquél crea. Wanadi no cree en la muerte, para demostrarlo mata a su propia madre y la regenera en el lago Akúena con el agua de la vida, el akene.
El Watunna, o compendio mitológico de la etnia yekuana, abarca en innumerables narraciones los orígenes del mundo, de los hombres y mujeres, y del propio Wanadi, quien se manifiesta en sucesivos avatares o encarnaciones terrestres. Otros relatos dan cuenta del origen del alimento, la agricultura, la organización social y del trabajo, la artesanía, la medicina, la vida animal y vegetal con sus enseñanzas para los humanos, y un sinfín de momentos en que se incluyen ciertos eventos históricos. En la saga histórica Yekuana, la irrupción y crueldad del conquistador español, hasta la del tirano Funes en el siglo XX, destacan como acontecimientos inolvidables, así como las legendarias luchas con los Yanomami que raptaban a sus mujeres, o la incursión de las Nuevas Tribus que pretendieron trocar su dios por el demonio.
La Leyenda Dorada
No fue sino hasta 1744 cuando aquellas inexploradas tierras, protegidas por sus peligrosos rápidos, imposibles de navegar, fueron penetradas por el jesuita Manuel Román, quien astutamente rodeó los famosos raudales de Atures y Maipures, y siguió remontando hacia el Orinoco arriba. Fue enorme su sorpresa cuando se encontró con unos mercaderes portugueses que navegaban tranquilamente el Orinoco, pensando que era un afluente del Amazonas y que por tanto navegaban en territorio de la Corona Portuguesa. Román los siguió de regreso y comprobó que existía un brazo de agua que comunicaba los dos grandes ríos. Al principio nadie le creyó, pero 13 años después, en 1759, la Corona envió una “Comisión de Fronteras” integrada por Francisco Fernández de Bobadilla y un destacamento de soldados enviados por el Marqués de Solano, el cual se asentó en San Fernando de Atabapo, con el fin de verificar la misteriosa comunicación entre los ríos Orinoco y Amazonas a través del caño Casiquiare.
Cuando el cacique Warema, desde el oriente del Cerro Duida, observó a estos temerarios exploradores que portaban el hierro materializado en herramientas, lleno de admiración por su hazaña y su tecnología, estableció con ellos una alianza. Los llamó Iaranavi, gente extranjera creada por Wanadi. Éstos le darían protección armada contra sus enemigos, mientras los Soto los proveerían de alimentos y otros elementos indispensables para la sobrevivencia en aquellas tierras. Pero por encima de todo les proporcionarían la información que requerían para la próxima exploración de aquel territorio. Los viajeros se fueron con el compromiso de volver.
Un año después regresaron los Iaranavi comandados por el geógrafo Don Apolinar Díaz de la Fuente —también enviado del Marqués Solano—, quien ofreció a Warema defender a su pueblo de las incursiones de los Caribe —quienes allanaban aquellas tierras en busca de prisioneros para ser vendidos como esclavos a sus aliados holandeses del Esequibo, quienes a su vez los protegían de los españoles— y de las expediciones portuguesas que subían por el Casiquiare, infiltrándose en los territorios del Rey de España. Pero pidió a cambio que Warema y su gente se convirtieran al cristianismo, jurando fidelidad al rey y fundando una aldea cuya patrona sería Santa Gertrudis. En ese mismo lugar los españoles construirían el fuerte de Buenaguardia, para la protección de sus nuevos súbditos. Los conquistadores, además, explotarían el cacao silvestre del Alto Padamo. La alianza quedó sellada con una gran fiesta en la que intercambiaron sesenta canastos de cacao por machetes, cuchillos, anzuelos, las mágicas aracuzas, telas, camisas y otras mercancías creadas en el Cielo de Wanadi, así lo veían los Soto.
La ambición del oro frente a la necesidad del hierro
Cuando Don Apolinar observó que el suelo que pisaba estaba lleno de cristales de cuarzo sus ojos vieron esmeraldas, y en los filones de las piedras lo que vio fue oro.
La sed por el oro, por parte de unos, y la necesidad del hierro, por parte los otros, terminó de consolidar la alianza y el sueño de construcción de un próspero pueblo que se llamaría La Esmeralda (Mereraña), muy cerca de donde quedaba el puerto de curiaras donde tradicionalmente los yekuana, comerciantes por naturaleza, intercambiaban sus mercancías con otros grupos.
Grande fue el entusiasmo con el que Warema y Warapa, los dos caciques Soto, unidos a su gente, construían las casas que conformarían aquel próspero pueblo.
Hasta aquí, lo que Civrieux llamó la “Leyenda Dorada del Descubrimiento”: el pueblo nunca se terminó de construir, la fortificación fue abandonada y el entusiasmo de los Yekuana se trocó en desilusión. El rey ordenaba otro destino para sus hombres, la construcción de una poderosa villa fortificada en el Bajo Orinoco, Angostura, capaz de proteger toda la Guayana Española de sus enemigos Caribe y sus aliados los holandeses.
Angostura o Ankosturaña
Warema, el famoso cacique del Alto Padamo, fue invitado por Bobadilla a conocer esta flamante ciudad que aparece en la mitología Yekuana bajo el nombre de Ankosturaña, hoy Ciudad Bolívar. Warema contempló maravillado aquel paraíso del Hierro y pensó que aquellas tierras eran otra creación de Wanadi. Atónito presenció la febril actividad que transformaba el hierro en ventanas, la madera en puertas y la tierra en casas, centenares de casas. Conoció los caballos y las vacas y después de ser recibido, junto a otros caciques de otros pueblos indígenas, por el gobernador de la villa, Don Sebás Moreno de Mendoza, regresó a su aldea en una curiara cargada de tesoros, y su imaginación preñada de relatos que la gente Yekuana no se cansaba de escuchar y que han sido trasmitidos como herencia literaria hasta el día de hoy en la saga de Ankosturaña.
En los años 1765 y 66 Ankosturaña era una ciudad floreciente. El nuevo gobernador de la Guayana,
Manuel Centurión, decidió reanudar un viejo proyecto: la búsqueda del Dorado en Manoa y en el Lago Parima, para lo cual ordenó que se retomara la construcción de La Esmeralda, que sería el bastión para combatir a los Caribe y holandeses, impidiéndoles llegar a Manoa.
Para esta misión se puso a la orden Don Apolinar, el amigo de los Yekuana.
Los capuchinos habían obtenido del Marqués de Solano el permiso para evangelizar el Alto Orinoco y el Río Negro, en contra de la voluntad del gobernador Centurión. Sin embargo, cuando llegó el fraile Jerez de los Caballeros, Warema y su gente lo rechazaron y a éste no lo quedó más remedio que retirarse.
La Funesta Historia
En 1767 llegó Don Apolinar Díaz de la Fuente con una fuerza militar para fundar la villa Esmeralda. Lo primero que hizo fue visitar a Warema, pero éste se negó esta vez a la fundación de la villa. El jefe español, indignado ante la negativa, mandó a sus soldados a reclutar a la gente de Warema y a obligarlos a construir una docena de chozas.
Aquí comienza la Leyenda Negra, la época de Fañuru (derivación fonética de “español”), gente de Odosha contrapuesta a Iaranavi, gente de Wanadi. A este atropello se sumó la reincidencia del padre Jerez, quien esta vez catequizó a la gente por la fuerza, prohibiendo las prácticas rituales de la religión Yekuana y despreciando su cosmogonía, tal como lo hicieron las Nuevas Tribus doscientos años más tarde. En la mitología quedaron los Fadre (padres) como unos demonios bajo el mando de Fañuru (español).
Por su parte, el Fadre intentó erradicar la figura de Wanadi, creando el ardid de que éste había sido llevado por los Fadre a la ciudad de los españoles — Caracas o Karakaña en lengua Yekuana—, y que allí había sido crucificado y muerto, por eso ahora debían adorar a Cristo. Lo que no sabía el Fadre Jerez es que Wanadi, dios inmortal y poderoso, no podía ser vencido, aunque harto de los demonios que lo perseguían incesantemente, huyó de la tierra.
Posteriormente, los demonios armados avanzaron por el río Caura invadiendo las tierras yekuana y en 1775 avanzaron por el Erebato, el Votamo y el Padamo, con la intención de establecer una ruta comercial entre La Esmeralda y Ankosturaña. En esa oportunidad construyeron 19 fuertes a lo largo de la ruta, atropellando a mansalva a sus pobladores. Cuenta la leyenda que un poderoso chamán, Mahaiwadi, organizó a su pueblo para la resistencia, logrando con su voluntad y sus poderes mágicos rechazar a los conquistadores. La victoria fue rotunda, puesto que los Fañuru nunca más intentaron invadir estas tierras.
Tiempo después los Soto reconquistaron el hierro, pero esta vez por vía pacífica y de manos de los holandeses, los Hurunko, hechos también por Wanadi. La saga Yekuana relata cómo los Soto espiaron a sus enemigos los Caribe (Matiuhana) para descubrir la ruta del Hierro, hasta llegar a la región de Esequibo (Amenadiña), la tierra conquistada por los colonos holandeses. Una ciudad llena de riquezas que quedaba en la orilla de la Tierra. Allí empezaba Dama, el mar donde flota luminoso Motadewa, el Cielo de Wanadi.
CUANDO LOS FAÑURU TOMARON ANKOSTURAÑA, DIJERON
-Ahora somos los dueños. Somos ricos, tenemos arcabuces y machetes. Vamos a conquistar nuevas tierras. Vamos a matar a la gente de Wanadi. Entraron al monte por el Orinoco, por el Caura. Venían a robar, a matar, nada más. Unos llegaron a Marakuhaña, donde habían vivido sus padres. Otros llegaron a Mereraña. Pusieron allí sus soldados, sus cañones, su pólvora. Hicieron presos a los hombres, forzaron a las mujeres. Hacían trabajar a la gente y no le pagaban. Muchos morían. A Meraraña llegó un Fadre. Trajo Cruza ake [la cruz] y dijo a nuestros abuelos que Wanadi había muerto. Que no era Wanadi, que era Odosha que se hacía pasar por Wanadi. Por eso lo mataron. En ese palo lo mataron. Somos dueños de todo, dijeron. Nuestros abuelos no creyeron.
Ellos sabían que era engaño. Sabían que aquellos hombres eran malos. ¿Cómo hacemos? Se preguntaban. Ellos son fuertes, tienen aracuzas, nosotros sólo flechas. Mahaiwadi, un antiguo piache de mucha sabiduría, tocaba maraka, cantaba, fumaba. Sacó su espíritu. En las bocas de los ríos, echó hojas de tabaco, cristales wiriki. Llamó a los mawadis, espíritus del agua. Botó su maraka y se escondió en la selva. Las curiaras de los Fañuru trambucaron los mawadi se los comieron. Otros huyeron al monte. Mahaiwadi dejó su cuerpo dormido en el chinchorro y se cambió en jaguar. Así se comió uno, y otro y otro. Luego avisó a la gente: -Ya pueden salir de las cuevas, los Fañuru están en mi barriga.
Cuando despertó se volvió pájaro, alzó vuelo y cantó: libre, soy libre. Así cantó. Cuando murió, una estrella atravesó los cielos. Dicen que era su espíritu que regresaba a su Casa. Cada vez que vemos caer una estrella, lo recordamos.
Texto basado en el Watunna. Un ciclo de creación en el Orinoco, de Marc de Civrieux.
LLEGARON A UN PUEBLO LLAMADO AMENADIÑA
En la boca del Aménadi. No era un pueblo de Soto era un pueblo de espíritus. Su jefe era Hurunko, amigo de Wanadi. Con sus grandes barcos visitaba Motadewa, el pueblo celeste de Wanadi. Iban vacíos y regresaban llenos de mercancía del Cielo que descargaban en las orillas de la Tierra. Iban, regresaban. Iban, regresaban. Wanadi tiene montones de mercancía para los hombres buenos.
Hurunko y su gente son comerciantes. Sólo ellos pueden navegar en Dama [el mar]. LosMatiuhana también conocen el secreto, navegan en Dama con sus piraguas. Pero no llegan hasta el Cielo, sólo pueden hacer la travesía interna.
Texto basado en el Watunna. Un ciclo de creación en el Orinoco, de Marc de Civrieux.
UN DÍA, POR DONDE SALE EL SOL, LLEGÓ UN INDIO A MARAKA
Era un makushi. Traía una escopeta, anzuelos y machetes. Nuestros abuelos se pusieron felices, aquel hierro brillaba. -¿Dónde lo conseguiste? —le preguntaron nuestros abuelos—. ¿Has estado en Ankosturaña? ¿Conociste a Fañuru? -No, sólo conozco a los Matiuhana. Tienen canoas repletas de hierro. Vienen de muy lejos, de allá del otro lado. Nosotros negociamos con ellos.
-Nosotros somos gente de río —dijeron nuestros abuelos—. Sabemos hacer canoas. -Ah, ustedes lo que quieren es hierro —así dijo el indio y se quedó callado. -Si nos das sahadidi [hierro] te daremos canoas. Continuaron diciendo los abuelos. Hacemos casabe también, tenemos perros cazadores y curare para envenenar las flechas. -Ya escuché —así dijo el indio, no dijo más. Kaihudu Waitie, el jefe de la casa de nuestros abuelos, mandó preparar mucha comida y iarake, la bebida de yuca fermentada. Entraron todos a la casa, se emborracharon y cantaron juntos. Entonces el indio makushi dijo: -Esta casa y los conucos son bellos. Ustedes me dan la casa y los conucos y yo les daré el hierro.
Texto basado en el Watunna. Un ciclo de creación en el Orinoco, de Marc de Civrieux.

Tomado del sistema de revistas del Ministerio del Poder Popular para La cultura del Gobierno Bolivariano de Venezuela

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