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Óptica Socialista
Historia
La brutalidad del colonialismo
A la llegada de los europeos a las costas de la actual Venezuela, este
territorio se hallaba poblado por una gran diversidad étnica y cultural que
trasciende los límites de lo imaginable para alguien que vive en el presente.
Hacia la costa occidental estaban los pueblos de lengua Arawak; hacia los
Andes, la amplia diversidad de etnias de habla chibcha; en el Orinoco y
Guayana, era patente el predominio de los Caribe, junto a otras etnias de una
presencia más antigua, como los Warao y o los Pumé; hacia la Amazonía, los
Caribe y Arawak compartían territorios con los Sáliva y los Yanomami.
Cada una de
estas denominaciones representaba a familias lingüísticas que, a lo interno,
tenían una gran diversidad étnica. Así,
por ejemplo, los Caribe podían ser Cumanagoto, Chaima, Yekwana o Kari’ña y lo
mismo ocurría a lo interno de los Chibcha o de los Arawak.
La conquista de nuestro territorio fue una de las más tempranas del
continente llamado América por los europeos. Desde la última década del siglo
XV, ya en las costas orientales de Tierra Firme había presencia de exploradores
europeos en búsqueda de oro, perlas y esclavos. Ya hacia 1505, la isla de
Cubagua fue el escenario de los primeros campamentos en
búsqueda de perlas, las que se podían obtener únicamente por medio de las
habilidades de los indígenas Guaiquerí para sumergirse bajo el agua por tiempos
prolongados. Estos indígenas fueron los primeros en ser testigos de la
brutalidad del colonialismo.
Así, sobre la base del panorama violento configurado en las primeras
décadas del siglo XVI, en el transcurso de las siguientes décadas comenzaron
las expediciones de conquista y de exploración, en búsqueda del mítico El
Dorado. Hacia el occidente del país, las primeras entradas de conquista sobre
las poblaciones Arawaks que lo habitaban, fueron llevadas a cabo por los Welser,
banqueros alemanes cuya presencia en la región de Coro fue notablemente
sangrienta. Hacia los Andes, la conquista fue impulsada desde la región de
Nueva Granada. Hacia oriente y Guayana, la obsesión de los conquistadores
estaba en explorar al río Orinoco, para buscar un camino a las tierras de las
que hablaban los relatos sobre ciudades bañadas en oro.
Una llamada “guerra justa”
Además de la conquista territorial y la extracción de minerales, el interés
de los conquistadores estaba dirigido a la explotación de la mano de obra
indígena por vía de la esclavitud. La obtención de esclavos estaba justificada por
medio de la llamada “guerra justa”, según la cual todos aquellos habitantes que
no se sometiesen a los conquistadores tenían que sufrirlas consecuencias de una
guerra punitiva para condenar a los sobrevivientes a trabajos forzados en minas
y plantaciones hasta el momento de su muerte. Las capturas de esclavos también
se hacían por medio dela promoción, por parte de los españoles, de guerras interétnicas,
en las que los prisioneros acababan siendo cambiados por armas de fuego o
artefactos de hierro que los indígenas no poseían. En muchos casos, los
europeos terminaban por violar los acuerdos de alianzas y atacar
indiscriminadamente a sus propios colaboradores.
Las reacciones y resultados por parte de las poblaciones indígenas fuertes,
heterogéneas, pues los invasores optaron por promover las rivalidades entre
pueblos diferentes para, de esa manera, poder fragmentar las resistencias y así
lograr las supresiones políticas.
Las alianzas entre poblaciones indígenas permitieron que las resistencias
fuesen más efectivas que las agresiones colonialistas. En oriente y el Orinoco,
las redes de alianzas para el comercio interétnico, lideradas por los Caribe,
se convirtieron en grandes sistemas de alianzas para la guerra que tuvieron
alcances geográficos que trascendieron las capacidades de los españoles, pues
articularon regiones tan distantes como la Amazonía y las Antillas Menores. En
sus organizaciones internas, la verdadera autoridad de sus líderes llegaba hasta
los límites de la comunidad, pero en momentos de guerras de gran envergadura, grandes
grupos de comunidades se unificaban en redes de resistencia.
Los “encomenderos”
Aún así, en las regiones de la costa y de los Andes el impacto de la conquista
fue mucho más fuerte y, después de casi un siglo de resistencia exitosa, los
europeos lograron asentarse en centros poblacionales como Caracas, Maracaibo,
Coro y Mérida. Entre finales del siglo XVI y el transcurso del siglo XVII, se implantó
el régimen de las Encomiendas como una forma de explotación de la mano de obra
indígena, acompañada de los primeros proyectos de imposición del orden
colonial. Las Encomiendas fueron una forma de esclavitud jurídicamente
justificada, pero fracasada en términos de su capacidad de homogeneización cultural.
Los “encomenderos”, líderes y partícipes delas expediciones de conquista,
recibían como recompensa un conjunto de comunidades indígenas, con sus tierras,
para hacerlos trabajar en plantaciones y minas. A cambio, los encomenderos
estaban en la obligación de imponer la cultura cristiana a los indígenas, coherentemente
con los intereses de la Corona.
Sin embargo, la prioridad de estos primeros latifundistas estaba centrada en
la explotación de la mano de obra de forma ilimitada y no en la imposición de
la aculturación, lo que permitió a los indígenas la reproducción histórica de
sus costumbres, creencias y, por lo tanto, de sus construcciones de identidades
para la resistencia.
La dominación cultural
A pesar de la fuerza empleada en las pocas regiones donde los españoles
pudieron emplazarse a lo largo del siglo XVI, para los planes de colonización
fue cada vez más evidente que los liderazgos indígenas estaban basados en el poder
ejercido por los shamanes, como sabios y líderes espirituales, que también
fungían como ejes de cohesión identitaria y, por lo tanto, de impulso para las alianzas
bélicas. Fue así como, para la dominación política de las poblaciones
indígenas, también fue fundamental la dominación cultural.
De esta manera, hacia mediados del siglo XVII comienzan las incursiones de
los misioneros, acompañadas de amplios contingentes armados de milicias
de españoles y de criollos, a los territorios parcialmente conquistados
como los Andes— y hacia las grandes regiones que no habían podido ser
sometidas, como los Llanos, oriente y Guayana.
Los misioneros usaban las negociaciones combinadas con amenazas de
represión a comunidades específicas a las que obligaban a trasladarse a los
sitios escogidos para establecer las misiones, que en la práctica terminaban siendo
campos de concentración, supresión cultural y explotación de la mano de obra.
En principio el trabajo indígena era aprovechado por los misioneros para
hacer sus plantaciones, hatos, construcciones y, al cabo de una o dos
generaciones, usar a sus habitantes como tropas para continuar con nuevas
conquistas. Según lo establecido por la legislación colonial, después de veinte
años las misiones tenían que convertirse en “Pueblos de Doctrina”, los cuales
debían pasar a ser regidos por los llamado “corregidores”, que continuaban el
trabajo de imposición cultural comenzado por los misioneros, pero con mayor
potestad para la represión violenta y obligar a los indígenas a trabajar en las
haciendas y hatos que progresivamente se iban estableciendo alrededor delas
misiones. De este modo, las tierras que históricamente pertenecieron a los
indígenas eran tomadas por los españoles que formaron el germen de los
latifundios, para quienes, además, los indígenas se veían en la obligación de
trabajar.
Un gran eje de resistencia
Hacia finales del siglo XVIII, esta nueva forma de conquista cultural y
territorial había permitido a los españoles establecer enclaves en regiones
como los Llanos del Orinoco y Guayana. Sin embargo, esto no garantizó la
dominación definitiva de las poblaciones que habitaban esas regiones. Los
Kari’ña en oriente mantenían relaciones estrechas con las poblaciones Caribes
del sur del Orinoco, como los Yekwana, quienes frustraron los intentos por
colonizar la Amazonía. Lo que al principio parecía una guerra de guerrillas, en
unas décadas se convirtió en un gran eje de resistencia, que impidió la
conquista armada de toda la cuenca del Orinoco. En una primera vista, las pequeñas
comunidades cooperaron entre sí para programar fugas, comercio y hacer ataques
puntuales a los enclaves de los españoles. Pero aunque las comunidades eran pequeñas,
en momentos de grandes ataques, los grupos reducidos de veinte o treinta personas,
se convertían en armadas de cientos de indígenas provistos de macanas, arcos,
flechas, lanzas, hachas y mosquetes, que navegaban en curiaras, en las que había
hasta cuarenta personas y que podían cubrir distancias como la que hay desde el
Alto Orinoco hasta Puerto Rico y el río Esequibo.
Igualmente ocurrió con los Achagua, en los Llanos Occidentales, que mantuvieron
contactos con otras poblaciones Arawaks del Alto Orinoco. De este modo, las
regiones fronterizas del orden colonial fueron el centro de una superposición
entre el orden político impuesto por los invasores y las grandes áreas
geopolíticas que no fueron conquistadas. Desde estas últimas se crearon referentes
de cohesión subalterna y de construcción de identidades que permitieron la continuación
histórica de las poblaciones indígenas que vivían estos mundos contradictorios.
‘INDIOS
TRIBUTARIOS ‘
“Este
pueblo es de indios tributarios, que desde diez y ocho años cumplidos hasta los
sesenta, los solteros y los viudos pagan anualmente tres pesos cada indio, y
los casados
pagan cinco
pesos. De estos cinco pesos percibe cuatro reales el Corregidor, un real para
el Protector de indios, y otro real para la Caja de Comunidad, que este
Corregidor, don Ildefonso Escalona, me ha dicho lo entregará a este Cura Doctrinero
para las cosas necesarias de esta Iglesia, y los restantes cuatro pesos y dos
reales son para el Rey. Estos indios hacen muchos años un conuco o sementera de
comunidad, para gastos que se ofrezcan en la Iglesia.”
>
Mariano Martí, Documentos relativos a su visita
pastoral de
la Diócesis de Caracas. 1771-1784. Caracas,
Academia Nacional de la
Historia, 1989, 7 vols.Tomado de Sistema de Revistas del MPPPLa Cultura del Gobierno bolivariano de Venezuela
Compilador. William Castillo Pérez
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