miércoles, 21 de agosto de 2013

HISTORIA: "Del genocidio a la explotación" Por Francisco tapia., Tomado de la revista Memorias de Venezuela Número 13

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Óptica Socialista
Historia

La brutalidad del colonialismo

A la llegada de los europeos a las costas de la actual Venezuela, este territorio se hallaba poblado por una gran diversidad étnica y cultural que trasciende los límites de lo imaginable para alguien   que vive en el presente.
Hacia la costa occidental estaban los pueblos de lengua Arawak; hacia los Andes, la amplia diversidad de etnias de habla chibcha; en el Orinoco y Guayana, era patente el predominio de los Caribe, junto a otras etnias de una presencia más antigua, como los Warao y o los Pumé; hacia la Amazonía, los Caribe y Arawak compartían territorios con los Sáliva y los Yanomami.
Cada una de estas denominaciones representaba a familias lingüísticas que, a lo interno, tenían  una gran diversidad étnica. Así, por ejemplo, los Caribe podían ser Cumanagoto, Chaima, Yekwana o Kari’ña y lo mismo ocurría a lo interno de los Chibcha o de los Arawak.
La conquista de nuestro territorio fue una de las más tempranas del continente llamado América por los europeos. Desde la última década del siglo XV, ya en las costas orientales de Tierra Firme había presencia de exploradores europeos en búsqueda de oro, perlas y esclavos. Ya hacia 1505, la isla de Cubagua fue el escenario de los primeros campamentos en
búsqueda de perlas, las que se podían obtener únicamente por medio de las habilidades de los indígenas Guaiquerí para sumergirse bajo el agua por tiempos prolongados. Estos indígenas fueron los primeros en ser testigos de la brutalidad del colonialismo.
Así, sobre la base del panorama violento configurado en las primeras décadas del siglo XVI, en el transcurso de las siguientes décadas comenzaron las expediciones de conquista y de exploración, en búsqueda del mítico El Dorado. Hacia el occidente del país, las primeras entradas de conquista sobre las poblaciones Arawaks que lo habitaban, fueron llevadas a cabo por los Welser, banqueros alemanes cuya presencia en la región de Coro fue notablemente sangrienta. Hacia los Andes, la conquista fue impulsada desde la región de Nueva Granada. Hacia oriente y Guayana, la obsesión de los conquistadores estaba en explorar al río Orinoco, para buscar un camino a las tierras de las que hablaban los relatos sobre ciudades bañadas en oro.
Una llamada “guerra justa”
Además de la conquista territorial y la extracción de minerales, el interés de los conquistadores estaba dirigido a la explotación de la mano de obra indígena por vía de la esclavitud. La obtención de esclavos estaba justificada por medio de la llamada “guerra justa”, según la cual todos aquellos habitantes que no se sometiesen a los conquistadores tenían que sufrirlas consecuencias de una guerra punitiva para condenar a los sobrevivientes a trabajos forzados en minas y plantaciones hasta el momento de su muerte. Las capturas de esclavos también se hacían por medio dela promoción, por parte de los españoles, de guerras interétnicas, en las que los prisioneros acababan siendo cambiados por armas de fuego o artefactos de hierro que los indígenas no poseían. En muchos casos, los europeos terminaban por violar los acuerdos de alianzas y atacar indiscriminadamente a sus propios colaboradores.
Las reacciones y resultados por parte de las poblaciones indígenas fuertes, heterogéneas, pues los invasores optaron por promover las rivalidades entre pueblos diferentes para, de esa manera, poder fragmentar las resistencias y así lograr las supresiones políticas.
Las alianzas entre poblaciones indígenas permitieron que las resistencias fuesen más efectivas que las agresiones colonialistas. En oriente y el Orinoco, las redes de alianzas para el comercio interétnico, lideradas por los Caribe, se convirtieron en grandes sistemas de alianzas para la guerra que tuvieron alcances geográficos que trascendieron las capacidades de los españoles, pues articularon regiones tan distantes como la Amazonía y las Antillas Menores. En sus organizaciones internas, la verdadera autoridad de sus líderes llegaba hasta los límites de la comunidad, pero en momentos de guerras de gran envergadura, grandes grupos de comunidades se unificaban en redes de resistencia.

Los “encomenderos”

Aún así, en las regiones de la costa y de los Andes el impacto de la conquista fue mucho más fuerte y, después de casi un siglo de resistencia exitosa, los europeos lograron asentarse en centros poblacionales como Caracas, Maracaibo, Coro y Mérida. Entre finales del siglo XVI y el transcurso del siglo XVII, se implantó el régimen de las Encomiendas como una forma de explotación de la mano de obra indígena, acompañada de los primeros proyectos de imposición del orden colonial. Las Encomiendas fueron una forma de esclavitud jurídicamente justificada, pero fracasada en términos de su capacidad de homogeneización cultural. Los “encomenderos”, líderes y partícipes delas expediciones de conquista, recibían como recompensa un conjunto de comunidades indígenas, con sus tierras, para hacerlos trabajar en plantaciones y minas. A cambio, los encomenderos estaban en la obligación de imponer la cultura cristiana a los indígenas, coherentemente con los intereses de la Corona.
Sin embargo, la prioridad de estos primeros latifundistas estaba centrada en la explotación de la mano de obra de forma ilimitada y no en la imposición de la aculturación, lo que permitió a los indígenas la reproducción histórica de sus costumbres, creencias y, por lo tanto, de sus construcciones de identidades para la resistencia.

La dominación cultural

A pesar de la fuerza empleada en las pocas regiones donde los españoles pudieron emplazarse a lo largo del siglo XVI, para los planes de colonización fue cada vez más evidente que los liderazgos indígenas estaban basados en el poder ejercido por los shamanes, como sabios y líderes espirituales, que también fungían como ejes de cohesión identitaria y, por lo tanto, de impulso para las alianzas bélicas. Fue así como, para la dominación política de las poblaciones indígenas, también fue fundamental la dominación cultural.
De esta manera, hacia mediados del siglo XVII comienzan las incursiones de los misioneros, acompañadas de amplios contingentes armados de milicias
de españoles y de criollos, a los territorios parcialmente conquistados como los Andes— y hacia las grandes regiones que no habían podido ser sometidas, como los Llanos, oriente y Guayana.
Los misioneros usaban las negociaciones combinadas con amenazas de represión a comunidades específicas a las que obligaban a trasladarse a los sitios escogidos para establecer las misiones, que en la práctica terminaban siendo campos de concentración, supresión cultural y explotación de la mano de obra.
En principio el trabajo indígena era aprovechado por los misioneros para hacer sus plantaciones, hatos, construcciones y, al cabo de una o dos generaciones, usar a sus habitantes como tropas para continuar con nuevas conquistas. Según lo establecido por la legislación colonial, después de veinte años las misiones tenían que convertirse en “Pueblos de Doctrina”, los cuales debían pasar a ser regidos por los llamado “corregidores”, que continuaban el trabajo de imposición cultural comenzado por los misioneros, pero con mayor potestad para la represión violenta y obligar a los indígenas a trabajar en las haciendas y hatos que progresivamente se iban estableciendo alrededor delas misiones. De este modo, las tierras que históricamente pertenecieron a los indígenas eran tomadas por los españoles que formaron el germen de los latifundios, para quienes, además, los indígenas se veían en la obligación de trabajar.

Un gran eje de resistencia

Hacia finales del siglo XVIII, esta nueva forma de conquista cultural y territorial había permitido a los españoles establecer enclaves en regiones como los Llanos del Orinoco y Guayana. Sin embargo, esto no garantizó la dominación definitiva de las poblaciones que habitaban esas regiones. Los Kari’ña en oriente mantenían relaciones estrechas con las poblaciones Caribes del sur del Orinoco, como los Yekwana, quienes frustraron los intentos por colonizar la Amazonía. Lo que al principio parecía una guerra de guerrillas, en unas décadas se convirtió en un gran eje de resistencia, que impidió la conquista armada de toda la cuenca del Orinoco. En una primera vista, las pequeñas comunidades cooperaron entre sí para programar fugas, comercio y hacer ataques puntuales a los enclaves de los españoles. Pero aunque las comunidades eran pequeñas, en momentos de grandes ataques, los grupos reducidos de veinte o treinta personas, se convertían en armadas de cientos de indígenas provistos de macanas, arcos, flechas, lanzas, hachas y mosquetes, que navegaban en curiaras, en las que había hasta cuarenta personas y que podían cubrir distancias como la que hay desde el Alto Orinoco hasta Puerto Rico y el río Esequibo.
Igualmente ocurrió con los Achagua, en los Llanos Occidentales, que mantuvieron contactos con otras poblaciones Arawaks del Alto Orinoco. De este modo, las regiones fronterizas del orden colonial fueron el centro de una superposición entre el orden político impuesto por los invasores y las grandes áreas geopolíticas que no fueron conquistadas. Desde estas últimas se crearon referentes de cohesión subalterna y de construcción de identidades que permitieron la continuación histórica de las poblaciones indígenas que vivían estos mundos contradictorios.

‘INDIOS TRIBUTARIOS ‘

“Este pueblo es de indios tributarios, que desde diez y ocho años cumplidos hasta los sesenta, los solteros y los viudos pagan anualmente tres pesos cada indio, y los casados
pagan cinco pesos. De estos cinco pesos percibe cuatro reales el Corregidor, un real para el Protector de indios, y otro real para la Caja de Comunidad, que este Corregidor, don Ildefonso Escalona, me ha dicho lo entregará a este Cura Doctrinero para las cosas necesarias de esta Iglesia, y los restantes cuatro pesos y dos reales son para el Rey. Estos indios hacen muchos años un conuco o sementera de comunidad, para gastos que se ofrezcan en la Iglesia.”
> Mariano Martí, Documentos relativos a su visita
pastoral de la Diócesis de Caracas. 1771-1784. Caracas,
Academia Nacional de la Historia, 1989, 7 vols.

Tomado de Sistema de Revistas del MPPPLa Cultura del Gobierno bolivariano de Venezuela
Compilador. William Castillo Pérez

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