lunes, 5 de agosto de 2013

ENSAYO “LA OTRA MANERA DE DECIR TRAICIÓN” Por. Alexander Torres Iriarte. Publicado por el Sistema de revistas del MPPPlacultura, en la revista Memorias de Venezuela


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Òptica Socialista
Opinión

La Cosiata  (1.826-1827)

El regreso de Bolívar y su permanencia durante seis meses en Caracas, desde diciembre de 1.826, no pudo detener el proceso de desintegración de la República de Colombia. La depresión financiera, la falta de víveres, el alza de los precios coadyuvaron en ese sentido. De igual modo los regionalismos, los caudillos, los intereses de las oligarquías locales y las insalvables distancias abonaron el terreno.

La República de Colombia es expresión de la profunda convicción de Simón Bolívar de que sin unidad no hay posibilidad de Libertad real, bien sea de la monarquía española decadente o de la emergente potencia estadounidense. La  República de Colombia era una visión continental de la guerra; de la unidad, la seguridad y la defensa; de la estabilidad de las  instituciones republicanas y, sobre todo, ansia emancipadora.
Desde el triunfo en la batalla de Carabobo en 1.821, el Libertador lo había ponderado de ese modo, de allí su tajante afirmación sobre que esa contienda librada en territorio venezolano había marcado “el nacimiento político de Colombia”.  Por supuesto, con toda la complejidad del caso, las fuerzas disgregadoras hacían de su parte para frustrar esa empresa  de carácter estratégico. El manifiesto deseo de reconquista de la Santa alianza por un lado y el monroísmo ejecutado por “la diplomacia” del Dollar, por el otro, eran adversarios a temer. Mientras que en casa los detractores de la unión, cobijados en la cosiata, tenía un peso indiscutible.
La cosa sin nombre
La Cosiata es un fenómeno de difícil definición en la Historia venezolana. Desde el significado de la palabra misma hasta su trascendencia histórica son susceptibles de lecturas múltiples. El filólogo polacovenezolano Ángel Rosenblat, encuentra el término cosiata en un “actor cómico de Valencia”. También se emparenta la palabra con cosa, “cosa embrollada que no tiene nombre”. Así se puede decir que la cosiata en el argot popular quiere decir “cualquier cosa”. Ahora, más allá del problema nominal nos interesa aguzar la mirada sobre la dinámica que se va a dirimir en los enrevesados años veinte del siglo XIX. Es bueno decir, para ir desenredando la trama política, que el poder central de la República de Colombia se hallaba en Bogotá. El vicepresidente de la unión colombiana era Francisco de Paula Santander, mientras que Bolívar, su presidente formal, se encontraba dedicado a las luchas del sur. Estamos hablando de un país en guerra.
En el departamento de Venezuela la máxima autoridad civil es el intendente, mientras que la militar reposaba en un comandante general que para nuestro efecto es José Antonio Páez. Eran patentes, en este ambiente hostil, las rivalidades entre civiles y militares. Era igualmente palpable el descontento de la municipalidad de Caracas con Bogotá, ahora capital de la República de Colombia. Por ser esta última elegida con la ausencia de una caracas ocupada por los españoles en 1.821. Si a esto le sumamos que la Constitución de Cúcuta no podía sufrir reformas  sino después de 10 años, el horizonte es más nublado.
En el debate político las élites civiles tuvieron en el sistema federalista una forma de estado indicada para mantener intacto su poder. Los bolivarianos se atrincheraban bajo el manto del centralismo.

El pueblo será mi guía…”
“…continúa con todo su encono el partido de Páez contra el Gobierno, sin que en este laberinto de intereses y pasiones se entiendan unos con otros, ni sepa yo aún a que decidirme. En la duda la sabiduría aconseja la inacción, y éste es el partido que he seguido desde que pisé a Colombia; esta resolución me da la ventaja de poder obrar después con más acierto y conocer con más exactitud los intereses de esta querida Patria que dejé  joven, pero sana y robusta, y encuentro ahora flaca y llena de males. En este lamentable estado yo no se que hacer y en la alternativa en que me encuentro el pueblo será mi guía.”
-Simón Bolívar al Presidente del Consejo de Gobierno, General Andrés de Santa Cruz. Neiva, 5 de noviembre de 1.826-

“Véngase a usted a ser el Piloto…”
Hubo una circunstancia que allanó el camino para la aceleración de la crisis de la unión grancolombiana.
A Páez, como comandante general del departamento de Venezuela, se le ordena reclutar hombres para reforzar a Simón Bolívar en el sur. Orden dada por el Gobierno Central en la que el otrora centauro de los llanos no logra captar ni 800 efectivos. El malestar por sus “métodos” había prendido en Puerto cabello y posteriormente en Caracas, lo que le hace ganar la enemistad del intendente Juan de Escalona. Ya para 1825, Páez puso en funcionamiento un plan de milicias cívicas, hecho que le va a sumar la repulsión de los civiles caraqueños. Un episodio vino a enrarecer más el panorama: los excesos de los subalternos. Allanamientos de casas, saqueos, asesinatos y violaciones se cometían ante su mirada indiferente enfrascada “en los juegos de gallos”.
De esta manera, Páez fue acusado y luego destituido por el intendente Juan de Escalona, quien a su vez elevó su queja al Ejecutivo. La municipalidad de Caracas haría lo propio, pero ante el Congreso de Bogotá Escalona, mientras tanto era mal visto por la élite valenciana adicta a Páez. El 27 de Abril de 1.826, la municipalidad de Valencia muestra su desagrado por la separación de Páez de la Comandancia General. De tal modo que Valencia desconoce a Bogotá y restituye a Páez en el mando militar. Pero esta medida no va a ser apoyada solamente por los “cosiateros valencianos”, otras municipalidades, inclusive Caracas acusadora, se suma como defensora del General depuesto.


“La traición de José Antonio Páez, como guerrero de prestigio. Encuentra sintonía con la clase alta y de “letrados” que repudian el centralismo bolivariano. Es así como Francisco Javier Yanes, Andrés Narvarte, Martín Tovar, José Santiago Rodríguez, Alejo Fortique, Tomás Lander, Todos “hombres de influencia social”, ven en el desacato de Páez a Bogotá la clave del separatismo grancolombiano”.


Contribuirá el caso de Leonardo Infante, hombre de sobrados méritos militares, injustamente ejecutado en Bogotá, y la asesoría de Miguel Peña para que Páez no comparezca ante Santander. El 25 de mayo de 1.826, Páez escribía a Bolívar: “Véngase usted a ser piloto de esta nave que navega en un mar proceloso, conduzca a puerto seguro, y permítame que después de tantas fatigas vaya  a pasar una vida privada en los llanos de Apure, donde viva entre amigos, lejos de rivales envidiosos y olvidado de una multitud de ingratos que comienzan su servicios cuando yo concluyo mi carrera”. El 8 de julio de 1.826. Santander declara a Páez en rebeldía y Valencia rompía de facto la constitucionalidad de la unión colombiana.
Páez, nuevo político
A finales de 1.826 la atmosfera se encendía. La idea de una convención, la discusión federalista, la reacción antisantanderista estaban a la orden del día. Para octubre de ese año Caracas comenzaba a capitalizar el descontento. En la iglesia de San Francisco se hablaba abiertamente de un Congreso Constituyente. Otro elemento animaba la confusión y la posibilidad de una guerra civil: se decía que Bolívar pretendía adoptar la Constitución de Bolivia que establecía la Presidencia vitalicia. Todo indicaba que el Gobierno central estaba haciendo aguas y Páez crecía en su prestigio y respetabilidad. Sin embargo, muchas rebeliones fueron fieles al Libertador, como sucedió en Angostura. Maracaibo, por su parte, cerraba filas a favor de Páez.
Estos acontecimientos generan el retorno de Bolívar el 31 de diciembre a Puerto Cabello, plaza apegada a su jefatura. El decreto de amnistía marcaba el comienzo del año 1.827, como la posibilidad de un entendimiento. Bolívar ratifica a Páez como jefe militar de Venezuela. Además de “jefe civil”. Después de la entrevista en Valencia, ambos se dirigen a Caracas donde son recibidos con una  ovación popular. Si para 1821 el gran problema era la Independencia, cinco años después el punto crítico era la unidad.
Con la Cosiata demostraba Páez sus habilidades políticas. Ya nunca más sería el “Taita de la guerra”.
No soy Napoleón
La oligarquía civil se aliaba con el bando militar para erradicar la influencia del Libertador. La convención de Ocaña, espacio para la negociación de las fuerzas en pugna, resultará un fracaso. Santander fuera de Venezuela y Páez adentro cumplirían su disolvente. No faltaron los aduladores de siempre de siempre que trataron de seducir a Bolívar con la idea de ser emperador de Colombia. Era el “Club de Caracas” con Francisco Caraballo, Antonio Leocadio Guzmán y Miguel Peña a la cabeza. Bolívar será enfático: “Ni Colombia es Francia, ni yo soy Napoleón”. E insiste que el título de Libertador es superior a todo.

Un vasto océano de anarquía
“Yo soy el que esta más cansado, y el que necesita de más reposo; pero la presencia del peligro y de las dificultades estimulan a mi espíritu decaído. Para un valiente el riesgo es el verdadero apetito, y como yo estoy cierto que Ud. Participa de mis sentimientos, no he dudado un instante de que, al saber del gran riesgo de la América, sus deseos de servir se habrán reanimado. Persuádase Ud.  que los más grandes destinos le esperan. A mi me han ofrecido una corona que no puede venir a mi cabeza, y que yo no concibo en la oscuridad de las combinaciones futuras planeando sobre las sienes del vencedor de Ayacucho; y si no fuere esta diadema, será otra mil veces más gloriosa, la de los laureles, recompensa de las virtudes. En una palabra, yo sin usted., no soy nada, y por consiguiente, el mundo que pesa sobre nuestros hombros caerá a sumergirse en un vasto Océano de anarquía”.
Simón Bolívar al Gran Mariscal de Ayacucho, Antonio José de Sucre. Magdalena, 12 de mayo de 1.826

Revista Memorias de Venezuela/Alexander Torres Iriarte










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