http://www.misiondignidadhumana.blogspot.com
Òptica Socialista
Opinión
La Cosiata (1.826-1827)
El regreso de Bolívar y su permanencia durante seis meses en Caracas, desde
diciembre de 1.826, no pudo detener el proceso de desintegración de la
República de Colombia. La depresión financiera, la falta de víveres, el alza de
los precios coadyuvaron en ese sentido. De igual modo los regionalismos, los
caudillos, los intereses de las oligarquías locales y las insalvables
distancias abonaron el terreno.
La República de Colombia es
expresión de la profunda convicción de Simón Bolívar de que sin unidad no hay
posibilidad de Libertad real, bien sea de la monarquía española decadente o de
la emergente potencia estadounidense. La
República de Colombia era una visión continental de la guerra; de la
unidad, la seguridad y la defensa; de la estabilidad de las instituciones republicanas y, sobre todo,
ansia emancipadora.
Desde el triunfo en la batalla de
Carabobo en 1.821, el Libertador lo había ponderado de ese modo, de allí su
tajante afirmación sobre que esa contienda librada en territorio venezolano
había marcado “el nacimiento político de Colombia”. Por supuesto, con toda la complejidad del
caso, las fuerzas disgregadoras hacían de su parte para frustrar esa empresa de carácter estratégico. El manifiesto deseo
de reconquista de la Santa alianza por un lado y el monroísmo ejecutado por “la
diplomacia” del Dollar, por el otro, eran adversarios a temer. Mientras que en
casa los detractores de la unión, cobijados en la cosiata, tenía un peso
indiscutible.
La cosa sin nombre
La Cosiata es un fenómeno de
difícil definición en la Historia venezolana. Desde el significado de la
palabra misma hasta su trascendencia histórica son susceptibles de lecturas
múltiples. El filólogo polacovenezolano Ángel Rosenblat, encuentra el término
cosiata en un “actor cómico de Valencia”. También se emparenta la palabra con
cosa, “cosa embrollada que no tiene nombre”. Así se puede decir que la cosiata
en el argot popular quiere decir “cualquier cosa”. Ahora, más allá del problema
nominal nos interesa aguzar la mirada sobre la dinámica que se va a dirimir en
los enrevesados años veinte del siglo XIX. Es bueno decir, para ir desenredando
la trama política, que el poder central de la República de Colombia se hallaba
en Bogotá. El vicepresidente de la unión colombiana era Francisco de Paula
Santander, mientras que Bolívar, su presidente formal, se encontraba dedicado a
las luchas del sur. Estamos hablando de un país en guerra.
En el departamento de Venezuela la
máxima autoridad civil es el intendente, mientras que la militar reposaba en un
comandante general que para nuestro efecto es José Antonio Páez. Eran patentes,
en este ambiente hostil, las rivalidades entre civiles y militares. Era igualmente
palpable el descontento de la municipalidad de Caracas con Bogotá, ahora
capital de la República de Colombia. Por ser esta última elegida con la ausencia
de una caracas ocupada por los españoles en 1.821. Si a esto le sumamos que la
Constitución de Cúcuta no podía sufrir reformas
sino después de 10 años, el horizonte es más nublado.
En el debate político las élites
civiles tuvieron en el sistema federalista una forma de estado indicada para
mantener intacto su poder. Los bolivarianos se atrincheraban bajo el manto del
centralismo.
“El pueblo será mi guía…”
“…continúa con todo
su encono el partido de Páez contra el Gobierno, sin que en este laberinto de
intereses y pasiones se entiendan unos con otros, ni sepa yo aún a que
decidirme. En la duda la sabiduría aconseja la inacción, y éste es el partido
que he seguido desde que pisé a Colombia; esta resolución me da la ventaja de
poder obrar después con más acierto y conocer con más exactitud los intereses
de esta querida Patria que dejé joven,
pero sana y robusta, y encuentro ahora flaca y llena de males. En este
lamentable estado yo no se que hacer y en la alternativa en que me encuentro el
pueblo será mi guía.”
-Simón Bolívar al
Presidente del Consejo de Gobierno, General Andrés de Santa Cruz. Neiva, 5 de
noviembre de 1.826-
“Véngase a usted a ser el Piloto…”
Hubo una circunstancia que allanó
el camino para la aceleración de la crisis de la unión grancolombiana.
A Páez, como comandante general
del departamento de Venezuela, se le ordena reclutar hombres para reforzar a
Simón Bolívar en el sur. Orden dada por el Gobierno Central en la que el otrora
centauro de los llanos no logra captar ni 800 efectivos. El malestar por sus “métodos”
había prendido en Puerto cabello y posteriormente en Caracas, lo que le hace
ganar la enemistad del intendente Juan de Escalona. Ya para 1825, Páez puso en
funcionamiento un plan de milicias cívicas, hecho que le va a sumar la
repulsión de los civiles caraqueños. Un episodio vino a enrarecer más el
panorama: los excesos de los subalternos. Allanamientos de casas, saqueos,
asesinatos y violaciones se cometían ante su mirada indiferente enfrascada “en
los juegos de gallos”.
De esta manera, Páez fue acusado
y luego destituido por el intendente Juan de Escalona, quien a su vez elevó su
queja al Ejecutivo. La municipalidad de Caracas haría lo propio, pero ante el Congreso
de Bogotá Escalona, mientras tanto era mal visto por la élite valenciana adicta
a Páez. El 27 de Abril de 1.826, la municipalidad de Valencia muestra su
desagrado por la separación de Páez de la Comandancia General. De tal modo que
Valencia desconoce a Bogotá y restituye a Páez en el mando militar. Pero esta
medida no va a ser apoyada solamente por los “cosiateros valencianos”, otras
municipalidades, inclusive Caracas acusadora, se suma como defensora del
General depuesto.
“La traición de
José Antonio Páez, como guerrero de prestigio. Encuentra sintonía con la clase
alta y de “letrados” que repudian el centralismo bolivariano. Es así como
Francisco Javier Yanes, Andrés Narvarte, Martín Tovar, José Santiago Rodríguez,
Alejo Fortique, Tomás Lander, Todos “hombres de influencia social”, ven en el
desacato de Páez a Bogotá la clave del separatismo grancolombiano”.
Contribuirá el caso de Leonardo
Infante, hombre de sobrados méritos militares, injustamente ejecutado en
Bogotá, y la asesoría de Miguel Peña para que Páez no comparezca ante
Santander. El 25 de mayo de 1.826, Páez escribía a Bolívar: “Véngase usted a ser
piloto de esta nave que navega en un mar proceloso, conduzca a puerto seguro, y
permítame que después de tantas fatigas vaya
a pasar una vida privada en los llanos de Apure, donde viva entre
amigos, lejos de rivales envidiosos y olvidado de una multitud de ingratos que
comienzan su servicios cuando yo concluyo mi carrera”. El 8 de julio de 1.826.
Santander declara a Páez en rebeldía y Valencia rompía de facto la constitucionalidad
de la unión colombiana.
Páez, nuevo político
A finales de 1.826 la atmosfera
se encendía. La idea de una convención, la discusión federalista, la reacción
antisantanderista estaban a la orden del día. Para octubre de ese año Caracas
comenzaba a capitalizar el descontento. En la iglesia de San Francisco se
hablaba abiertamente de un Congreso Constituyente. Otro elemento animaba la
confusión y la posibilidad de una guerra civil: se decía que Bolívar pretendía
adoptar la Constitución de Bolivia que establecía la Presidencia vitalicia.
Todo indicaba que el Gobierno central estaba haciendo aguas y Páez crecía en su
prestigio y respetabilidad. Sin embargo, muchas rebeliones fueron fieles al
Libertador, como sucedió en Angostura. Maracaibo, por su parte, cerraba filas a
favor de Páez.
Estos acontecimientos generan el
retorno de Bolívar el 31 de diciembre a Puerto Cabello, plaza apegada a su
jefatura. El decreto de amnistía marcaba el comienzo del año 1.827, como la
posibilidad de un entendimiento. Bolívar ratifica a Páez como jefe militar de
Venezuela. Además de “jefe civil”. Después de la entrevista en Valencia, ambos
se dirigen a Caracas donde son recibidos con una ovación popular. Si para 1821 el gran
problema era la Independencia, cinco años después el punto crítico era la
unidad.
Con la Cosiata demostraba Páez
sus habilidades políticas. Ya nunca más sería el “Taita de la guerra”.
No soy Napoleón
La oligarquía civil se aliaba con
el bando militar para erradicar la influencia del Libertador. La convención de
Ocaña, espacio para la negociación de las fuerzas en pugna, resultará un
fracaso. Santander fuera de Venezuela y Páez adentro cumplirían su disolvente.
No faltaron los aduladores de siempre de siempre que trataron de seducir a
Bolívar con la idea de ser emperador de Colombia. Era el “Club de Caracas” con
Francisco Caraballo, Antonio Leocadio Guzmán y Miguel Peña a la cabeza. Bolívar
será enfático: “Ni Colombia es Francia, ni yo soy Napoleón”. E insiste que el
título de Libertador es superior a todo.
Un vasto océano de anarquía
“Yo soy el que esta más cansado, y el que necesita de más
reposo; pero la presencia del peligro y de las dificultades estimulan a mi
espíritu decaído. Para un valiente el riesgo es el verdadero apetito, y como yo
estoy cierto que Ud. Participa de mis sentimientos, no he dudado un instante de
que, al saber del gran riesgo de la América, sus deseos de servir se habrán
reanimado. Persuádase Ud. que los más
grandes destinos le esperan. A mi me han ofrecido una corona que no puede venir
a mi cabeza, y que yo no concibo en la oscuridad de las combinaciones futuras
planeando sobre las sienes del vencedor de Ayacucho; y si no fuere esta
diadema, será otra mil veces más gloriosa, la de los laureles, recompensa de
las virtudes. En una palabra, yo sin usted., no soy nada, y por consiguiente,
el mundo que pesa sobre nuestros hombros caerá a sumergirse en un vasto Océano
de anarquía”.
Simón Bolívar al Gran Mariscal de Ayacucho, Antonio José
de Sucre. Magdalena, 12 de mayo de 1.826
Revista Memorias de Venezuela/Alexander Torres Iriarte
No hay comentarios.:
Publicar un comentario