miércoles, 29 de agosto de 2018

Artículo de opinión. ¿Será que el pueblo le abrirá la puerta a Lula?. Por Clodovaldo Hernández

Óptica Socialista
Opinión

La primera vez que Luiz Inácio Lula Da Silva fue a su casa como expresidente se dio cuenta de que no llevaba consigo la llave. Era que tenía ocho años acostumbrado a que las puertas se abrieran a su paso, sin necesidad de que él ni siquiera pensara en llevar una llave.
No lo sabía en ese momento, pero aquello era apenas el comienzo de un retorno a la vida dura de quien no está en el poder. Sus adversarios más furibundos tenían previsto que sufriera incomodidades mucho mayores, incluyendo la de meterlo en una casa de la que tampoco tiene llave, pero ahora para salir: la cárcel.
Lula tuvo que recordar los viejos tiempos, el duro batallar que comenzó desde sus días infantiles en Pernambuco, cuando el alcoholismo del padre lo obligó a empezar temprano en el arte de la supervivencia.
Lula conoció a su progenitor a los 5 años de edad, luego de que su madre se movilizara a buscarlo a Sao Paulo. Aparte de la adicción a los tragos, el hombre era un picaflor que engendró un total de 22 hijos.
Con la familia atosigada por la pobreza, el niño dejó la escuela a los 9 años para comenzar a trabajar como buhonero y limpiabotas. Ya para los 15 había aprendido el oficio de la tornería, lo que le permitió luego ingresar a la industria metalúrgica, donde se vinculó a las luchas sindicales.
Brasil vivía entonces en dictadura militar. Reclamar reivindicaciones laborales se consideraba contrario al orden público, así que el joven Lula tuvo sus primeras experiencias de persecución y prisión.
Otras marcas que le quedaron de ese tiempo fueron la pérdida de un dedo en un accidente laboral y la muerte de su primera esposa, embarazada, debido a una deficiente atención médica.
Lula, que era un líder natural, tuvo un ascenso veloz en la estructura sindical, por lo que a mediados de los 80, mientras la dictadura daba sus últimos pasos, llegó a ser el presidente del poderoso gremio metalúrgico. Esa posición iba a ser su trampolín para saltar a la política nacional.
También en ese tiempo comenzó su figuración fuera de Brasil. Los movimientos progresistas se vieron subyugados por la historia del joven sin estudios, surgido del paupérrimo noreste brasileño, obrero de verdad y sindicalista aguerrido que se proyectaba hacia un liderazgo nacional.
El ministro del Poder Popular para la Cultura, Ernesto Villegas, quien entrevistó a Lula para Telesur en 2016 y ha investigado ampliamente al personaje, rememora que fue en esos tiempos cuando un Lula aún joven (empezando los 40) estremeció al foro sobre la deuda externa en La
Habana con la frase: “No podemos pagarla, no debemos pagarla, no queremos pagarla”.
Por entonces comenzó su carrera hacia la presidencia de la República, un verdadero maratón pues las élites brasileñas no estaban dispuestas a entregarle el poder a un tipo como Lula. Fueron necesarios cuatro intentos para alcanzar el objetivo. Lula fue candidato en 1990, 1994, 1998 y 2002, cuando finalmente coronó la meta. La espera de doce años se le retribuyó con los dos períodos en los que estuvo directamente en el poder y con el primero de su sucesora, Dilma Rousseff, quien también fue reelecta en 2014 y debería seguir en el gobierno, pero fue objeto de una maniobra jurídico-parlamentaria que la desalojó del palacio de Planalto.

La revolución pacífica

La labor de Lula en el gobierno tuvo tales resultados que solo la incuantificable mezquindad del capitalismo hegemónico, sus pérfidas estrategias geopolíticas, pueden explicar que contra él se haya desatado una campaña tan destructiva y difamadora.
Hasta sus adversarios más encarnizados reconocen que las políticas que aplicó sacaron de la extrema pobreza nada menos que a 30 millones de personas en Brasil, un logro social de dimensiones colosales. Esta conquista fue aún más impactante si se considera que lo logró en un contexto de crecimiento económico que puso a Brasil en un lugar privilegiado del contexto mundial. La presencia del país suramericano en el pujante grupo de los BRICS (al lado de Rusia, India, China y Suráfrica) fue la prueba de que el obrero metalúrgico había logrado el propósito casi utópico de aunar un excelente desempeño económico y grandes resultados en desarrollo humano.
Su secreto, según coincidieron muchos analistas, fue establecer programas de ayuda alimentaria a las familias más empobrecidas, incentivos a los padres por ocuparse de la educación y la salud de sus descendientes y acceso al crédito para los trabajadores y la clase media baja.

El serrucho de la corrupción

Nunca deben subestimarse los recursos de la derecha para derrotar (o derrocar) a los gobiernos que no le son afectos. En el caso de Lula, la labor de carcomer sus estructuras comenzó desde su primer mandato, mediante la inoculación del virus de la corrupción en su entorno más cercano.
Varios de sus colaboradores de mayor confianza se vieron envueltos en el escándalo conocido como Mensalao, en 2005. Se descubrió que el Partido de los Trabajadores pagaba mensualidades (mensalao en portugués) a sus aliados para mantenerlos cohesionados. Lula salió sin daños y fue reelecto de manera contundente, pero los adversarios siguieron trabajando en ese terreno durante su segundo período. Era tal su popularidad que todavía tardaron otros cinco años en montar la celada
contra Rousseff, pero finalmente lo lograron.
A través de esa retorcida maniobra –en la que los mismos corruptos actúan como acusadores–, le llegaron a Lula, quien ahora está encerrado en una celda, con 72 años de edad y siendo el favorito absoluto para volver a la presidencia. La pregunta es si esta vez alguien (¿el pueblo?) volverá a abrirle la puerta.
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Ionesco y telenovelesco

Lula es un preso político. Pero como lo es de un gobierno de derecha (el del traidor Michel Temer), sujetos como el secretario imperial Luis Almagro no se rasgan las vestiduras. Quien dude de lo infundada de la condena en su contra, puede revisar el interrogatorio que le hizo el juez Sergio Moro, que parece extraído de una pieza de Eugene Ionesco:
“-¿El departamento es suyo? –No. –¿Seguro? –Seguro. –¿Entonces no es suyo?– No. –¿Ni un poquito? – No. –¿O sea que usted niega que sea suyo? –Lo niego. –¿Y cuándo lo compró?
–Nunca. –¿Y cuánto le costó? –Nada. –¿Y desde cuándo lo tiene? –Desde nunca. –¿O sea que no es suyo? –No. –¿Está seguro? –Lo estoy. –Y, dígame: ¿por qué eligió ese departamento y no otro? –No lo elegí. –¿Lo eligió su mujer? –No. –¿Quién lo eligió? –Nadie. –¿Y entonces por qué lo compró? –No lo compré. –Se lo regalaron…–No. –¿Y cómo lo consiguió? –No es mío.
–¿Niega que sea suyo? –Ya se lo dije. –Responda la pregunta. –Ya la respondí. –¿Lo niega?
–Lo niego. –O sea que no es suyo… – No”.
Pese a no tener ninguna prueba del supuesto apartamento que habría recibido como soborno, a Lula lo condenaron a doce años de cárcel. Actualmente está en medio de un tira y encoge judicial que podría bloquearle el retorno a la presidencia o, por el contrario, allanarle el camino. No se pierda el próximo capítulo de esta telenovela brasileña con diálogos tomados del teatro del absurdo.
Clodovaldo Hernández

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