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Caracas, 12 Feb. AVN.- Nueve muchachos de las Fuerzas Armadas de
Liberación Nacional (FALN) tomaron el buque mercante Anzoátegui el 12 de
febrero de 1963 para celebrar el Día de la Juventud. Inicialmente, eran
10 los que debían abordar el barco como visitantes y ocultarse en un
camarote, liderados por el oficial de la Marina mercante Wismar Medina
Rojas, pero la Guardia Nacional le impidió el acceso a uno de ellos.
A Paúl del Río aquello le resultó curioso, porque era el único
afrodescendiente del grupo. “Allí participamos nueve combatientes
blancos”, recuerda 50 años después, desde una de las oficinas del
Cuartel San Carlos, que entre 1970 y 1975 fue su calabozo.
La toma del Anzoátegui era parte de las “operaciones de propaganda
armada para llamar la atención del mundo hacia lo que sucedía en
Venezuela, porque tanto el Gobierno como la prensa nacional e
internacional ocultaban lo que sucedía: una supuesta democracia, que era
una dictadura disfrazada”, dice con tono pausado Del Río, que levanta
la mirada y enfatiza: “Rómulo Betancourt se copió al pie de la letra las
peores atrocidades de la dictadura de Marcos Pérez Jiménez y no aportó
nada a la democracia. Salvo que se decía democrático porque había ganado
unas elecciones”.
Aquel 12 de febrero, Paúl apenas tenía 19 años y ya llevaba 2 en el
aparato militar del Movimiento de Izquierda Revolucionaria (MIR). En la
toma del Anzoátegui fue el jefe del comando y llevaba por seudónimo
“Máximo Canales”. El comisario político de la operación, José Rómulo
Niño, tenía 26 años. “Era el mayor” y nunca utilizó seudónimo. Y si lo
hizo, “nadie le hizo caso”, recuerda con gracia Del Río.
Wismar Medina Rojas fue el jefe de la operación porque era el primer piloto del barco y el que sabía conducir. Su hermano, Wallis Medina Rojas,
era oficial de la Armada y participó en el alzamiento de Carúpano (El
Carupanazo) y en ese momento estaba preso en la isla de El Burro, “mejor
conocido por nosotros como campo de concentración Rafael Caldera”,
rememora Canales.
Medina Rojas, además, fue quien le propuso la toma del Anzoátegui al
Partido Comunista de Venezuela (PCV), al que Del Río se refiere como “el
PC”: “El PC no la aceptó. Nunca supimos, hasta el sol de hoy, por qué
no aceptaron”.
Una vez que el PCV rechazó la operación propuesta por Medina Rojas,
este se la propuso al MIR, y le planteó que participaran tres hombres,
entre militantes de la Juventud y simpatizantes del PCV. El MIR designó
entonces a Del Río porque dirigía un comando que recibía directrices de
la Dirección Nacional.
“Era una acción muy compleja, porque teníamos que llevar un barco a
otro país (Brasil)”, recuerda el guerrillero la que fue una de las
primeras operaciones que realizaron en conjunto militantes del PCV y del
MIR, esta vez bajo la bandera de la FALN.
El ejemplo del Santa María
El antecedente de la toma del buque Anzoátegui fue la Operación
Dulcinea, que consistió en tomar el trasatlántico portugués Santa María,
y fue ejecutada por el Directorio Revolucionario Ibérico de Liberación.
Esta organización agrupaba a portugueses y españoles que luchaban
contra las dictaduras de Oliveira Salazar, en Portugal, y Francisco
Franco, en España.
El trasatlántico en el que viajaban 650 pasajeros y 350 tripulantes
fue tomado por 24 hombres al mando de Henrique Galvão, quienes abordaron
en el puerto de La Guaira y fueron hacia Brasil, en donde pidieron
asilo político.
–Nosotros lo que hicimos fue copiarnos de esa operación que había
sido realizada dos años antes (22 de enero de 1961), en la cual
participó mi padre. No en la operación en sí, pero fue el que consiguió
el armamento. Eso lo supimos años después. Él era muy “guillao”. Eso lo
aprendí de él. Lo que yo hacía, nadie lo sabía.
El segundo jefe de la Operación Dulcinea, Jorge Fernández de
Sotomayor, llevó consigo a su hijo Federico Fernández Ackerman, que
tendría en ese momento 20 años. Cuando regresaron a Venezuela, el padre
de Del Río se lo presentó a su hijo, y este lo incorporó a su comando
del MIR. Así fue cómo participó en la toma del Anzoátegui.
–Fernández es el único ser humano, creo yo, que ha participado en dos
operaciones de toma de buques. El caso nuestro, por supuesto, fue el
más modesto: un buque de la Compañía Venezolana de Navegación
Anzoátegui. Mala suerte tuvo ese barco, porque muchos años después chocó
contra unos arrecifes y se hundió. Ya no existe.
Federico Fernández, al regresar a Venezuela después de la toma del
Anzoátegui, fue apresado. Estuvo recluido en el Cuartel San Carlos y en
la cárcel Modelo entre 1963 y 1969. En 1970 recibió de regalo una cámara
fotográfica a la que dedicó “el peso de la mirada” y por el que ha
recibido un importante reconocimiento por su obra.
Operación sin retorno
El 11 de febrero, Wismar Medina Rojas pasó al buque las maletas en
las que iban las armas y los uniformes. “Luego pasamos todos,
acompañados de él –menos el negro–, como visitantes. Los guardias
nacionales no sospecharon porque Medina Rojas era un alto oficial”,
recuerda Del Río.
–Nos metió en un camarote. Allí quedamos en completo silencio los
ocho militantes. Al día siguiente, cuando zarpó el buque, Medina Rojas
nos indicó que a las dos horas, cuando ya estemos fuera de aguas
territoriales, nos preparáramos, nos armáramos, que él nos abría la
puerta y tomaríamos el buque.
Y así fue: un grupo capturó a la tripulación que estaba desayunando,
incluido el capitán, otro tomó el cuarto de máquinas –Wismar tomó la
precaución de llevar a un maquinista de apoyo, Carlos Palma– y otro el puente de mando y el cuarto de comunicaciones, “era más bien un cuartico”, rectifica Máximo Canales.
–La radio la eliminamos. Dejamos operativo el aparato de clave morse.
Quien manejaba la comunicación terminó simpatizando con nosotros y
acataba todas nuestras órdenes, al punto que transmitía las
informaciones falsas que nos interesaba que le llegaran al enemigo. El
barco quedó en absoluto silencio durante más de 24 horas.
Las autoridades venezolanas comenzaron a buscar el Anzoátegui tan
pronto como perdieron contacto con su tripulación, pero no lo
consiguieron, a pesar de que tenían la cooperación de la marina y la
aviación estadounidenses establecidas en una base militar en Puerto
Rico.
–Ellos pensaban que iríamos para Cuba, pero se equivocaron y
perdieron tiempo buscando nuestro paradero. Nos consiguieron al quinto
día y a pocas horas de entrar en aguas territoriales de Brasil.
Era una operación sin retorno. “Sabíamos que era una operación
suicida”, dice Paúl del Río, y lo confirma cuando cuenta que los
localizó un avión B26 de la Marina de Guerra de los Estados Unidos. El
aeroplano desapareció en las alturas, pero en su lugar regresaron dos
aviones que trataron de comunicarse por radio con el buque. Luego
probaron con señales de morse mediante luces y, posteriormente, por el
aparato que se mantenía activo a bordo, pero desde el Anzoátegui nadie
respondió.
–El muchacho que conocía de clave morse nos avisó que estaban
diciendo que cambiáramos el rumbo y nos dirigiéramos a Puerto Rico.
Hicieron caso omiso. Intentaron detener el buque disparándole misiles
cerca de la proa. En ese instante se les ocurrió mandar mensajes de que
los aviones de la Marina de Guerra de Estados Unidos estaban
bombardeando un barco civil tomado por unos revolucionarios venezolanos.
–Creo que tenemos el honor de ser los únicos venezolanos bombardeados –“por ahora”– por aviones de los marines yanquis”.
La respuesta más contundente
Los tomistas no tenían cómo resistir al ataque, por eso no
dispararon. Llevaban armas cortas, además de una Thompson y una M3, de
la primera y segunda Guerra Mundial, respectivamente.
–Lo que hacíamos era pararnos en cubierta, y cuando pasaban bajito,
rasantes, les pintábamos una puñeta. Esa fue la respuesta más dura que
se nos ocurrió.
Los guerrilleros no detuvieron el Anzoátegui a pesar de los disparos
de misiles y siguieron hasta llegar a aguas territoriales de Brasil,
porque sabían que allí podían estar a salvo. Gobernaba João Goulart, un
presidente progresista que le había dado asilo a los españoles y
portugueses que tomaron el trasatlántico Santa María.
La misma suerte corrieron los del buque Anzoátegui, aunque primero
estuvieron detenidos. Pero la repercusión internacional que esperaban de
la toma del buque tuvo que esperar a que pasaran los Carnavales.
Llegaron el lunes de Carnaval a Belem, estado de Pará, Brasil.
El diputado Delgado Lozano, quien en ese momento era presidente del
MIR y tenía inmunidad parlamentaria, fue a hablar con el Gobierno
brasileño para interceder por los tomistas revolucionarios. Logró
liberarlos. Después recibieron la visita de Alberto Lovera y luego de
Héctor Mujica, dirigentes del PCV.
El cineasta cubano Santiago Álvarez los filmó en Brasil, pero nunca
se supo de ningún documental sobre la toma del buque Anzoátegui,
confiesa Del Río.
¿Marxistas o aventureros?
Los tomistas del Anzoátegui permanecieron en Brasil y participaron en
un Congreso Mundial en Solidaridad con la Revolución Cubana, que se
realizó en Niteroi. Allí fueron los invitados primerísimos y asistieron
con su uniforme de las FALN y conocieron a Luis Carlos Prestes, el
“Caballero de la Esperanza”, y a quien después fuera fundador de los
Tupamaros en Uruguay, Raúl Sendic.
Cada quien regresó al país por diferentes vías. Paul del Río y José
Rómulo Niño lo hicieron después de un periplo que los llevó a París,
Praga y La Habana, donde conocieron al Che Guevara, quien les recomendó
que no copiaran a nadie. Antes de la entrevista les preguntó: “¿Ustedes
son marxistas o unos aventureros?”, a lo que respondieron: “Tratamos de
ser marxistas”.
En mayo de ese mismo año, Máximo Canales entró a Venezuela por
Cúcuta, con papeles falsos. Niño permaneció en la ciudad colombiana
hasta que lo fueron a buscar militantes del partido, porque no tenían el
dinero suficiente para comprar los papeles para los dos.
El 12 de junio, Rómulo Betancourt ordenó hacer presos a los miembros
del PCV y del MIR en un discurso que dirigió a la nación en San Félix,
estado Bolívar y, “como según las ordenanzas de la policía, no podrán
estar detenidos sino por 30 días, al día siguiente de ser puestos en
libertad volverán a la cárcel”, reseña El Universal de la época las palabras del Presidente.
En agosto se sabría de otra operación de propaganda internacional de
las FALN, en la que estaban involucrados Paúl del Río y José Rómulo
Niño. Objetivo: el futbolista Alfredo Di Stefano.
Average: 1.000 puntos
Su padres, anarquistas, participaron en la Guerra Civil española a
favor de la República. Llegaron a Cuba a principios de la década de los
40: Jesús del Río y Dora Canales. En 1943 nace Paúl, en La Habana, y a
los dos años viajan a Venezuela en donde se residencian definitivamente.
Su padre, panadero, participa clandestinamente con Acción Democrática
en la lucha contra Pérez Jiménez.
A los meses de militar en el MIR, cuando tenía 17 años, lo obligan a
usar un seudónimo, porque todos lo llamaban por su nombre de pila y
además sabían en dónde vivía: en la avenida Andrés Bello. Su casa era
lugar de reunión de la organización, del partido, y luego del aparato
armado. Su madre llegó a confeccionar con su máquina de coser los brazaletes las FALN. También les guardaba las armas y les hacía café.
–Su seudónimo, ¿qué significado tiene?
–Un compañero me propone “Máximo”, por Gorki; pero para la operación
del Anzoátegui necesitaba un apellido y puse el de mi madre. Como verás,
no éramos muy listos.
En su haber no tiene errores en las operaciones que realizó. “Todas fueron exitosas”, dice con humildad.
–Jamás fallé en una operación. En mi récord... ¿cómo es que dicen los beisbolistas?
–¿Average?
–Mi average era de 1.000. Nunca me cayó preso un compañero, nunca me
mataron a un compañero en una operación y nosotros nunca matamos a nadie
en las operaciones urbanas.
Fuente: Raúl Cazal
AVN
12/02/2013 11:18
Compilador. William Castillo Pérez
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