ESTADOS UNIDOS Y EL CHANTAJE ATÓMICO
8.Mar.2011 / 07:35 pm /
En los últimos días el mundo estuvo al borde de una nueva invasión militar estadounidense. El riesgo no terminó. El temor a las descontroladas consecuencias de tal paso hizo vacilar a aliados claves de Washington, obligó a retroceder a otros y, sobre todo, activó la ya visible división interna de la burguesía imperialista estadounidense. La mano asesina se detuvo. Sólo para reactivarse en las últimas horas y plantear nuevamente el riesgo de invasión. No es éste el tema de las líneas que siguen. En este paréntesis inestable, imprevisible, conviene aprovechar la pausa para conocer algunos antecedentes ocultos.
Quienes parecen no comprender qué está en juego en estos momentos en el Magreb y en el mundo; quienes actúan a partir del supuesto de que con ayuda de Estados Unidos, desde su misma trinchera, podrá avanzarse hacia la democracia; quienes desde posiciones alegadamente revolucionarias arremeten como toro al rojo, en el supuesto de que en Libia ocurrió una insurrección idéntica a las de Túnez, Egipto y otros tantos países, harían bien en sopesar con cuidado la información que sigue.
Mi interpretación respecto de los sucesos en curso en el Norte de África y el Cercano Oriente la expuse en la nota “Washington apronta una operación militar regional con eje en Libia” aparecida en la edición de marzo de América XXI. Aquí me limito a dar una información escasamente conocida.
En condiciones diferentes a las que se describen enseguida, sin necesidad de recurrir al chantaje atómico pero con pareja brutalidad, Washington obró para desmantelar el programa de tecnología nuclear argentino. Quien esté interesado puede hallar fácilmente mi posición contra el titular del Ejecutivo que llevó a cabo aquel mandato imperial en los 1990. De modo que no cabe sospecha de condescendencia respecto de quien circunstancialmente se coloca en situación de no poder responder al chantaje atómico imperialista. Acaso la comparación contribuya a subrayar la premisa comprobada que sustento: Estados Unidos no respeta amigos ni conversos; sólo se detiene ante una posición antimperialista consecuente -es decir, anticapitalista- cuya primer condición es que pueblo y gobierno aunados, con las mayorías conscientes y organizadas, tengan la voluntad para enfrentarlo.
***
Corre el año 2003. Ha transcurrido poco más de un mes desde la invasión imperialista a Irak. Un avión del Pentágono aterriza en el aeropuerto de Trípoli; personas con ropas civiles pero actitud de operativo comando descienden de la nave. Con premura montan a una caravana de vehículos especiales que parten a toda velocidad. No es presumible que sus ocupantes se interesen en la belleza regalada por el Mar Mediterráneo desde el costado derecho de la amplia avenida por la que avanzan sin obstáculos ni luces rojas. Van a una reunión secreta con Muammar al Gaddafi.
A la luz del episodio que ocurrirá inmediatamente los acontecimientos en curso por estas horas adquieren un color diferente y es posible ver desde otro ángulo la relación posterior del dirigente libio con Estados Unidos y Gran Bretaña. Aunque los cambios internos habían comenzado 20 años atrás.
La delegación estadounidense está encabezada por Robert Joseph, alto funcionario enviado por la Casa Blanca con un mensaje secreto. No hay rodeos ni gestos diplomáticos. Con el estilo seco y directo propio del carácter anglosajón, acentuado por la altanería imperial, Joseph transmite un ultimátum: Libia entrega de inmediato a técnicos de Washington todo el material adquirido para la construcción de armamento atómico. En caso de no hacerlo, la capital y las principales ciudades del país serán bombardeadas por la fuerza aérea estadounidense.
Cambio de escenario: apenas horas atrás la secretaria de Estado Hillary Clinton acaba de decir lo mismo, esta vez públicamente: “todas las opciones están sobre la mesa”.
En la voz de Joseph el mensaje era idéntico pero inequívoco: si la descomunal superioridad bélica del imperio no fuera suficiente, allí están los cohetes con cabezas nucleares.
Todo está listo para la operación de guerra y el golpe será letal, asegura el halcón republicano. No hay espacio alguno para la negociación, dice. Ni prórroga para cumplir la decisión del gobierno de George W. Bush.
¿Choque de culturas?
Asistido por los servicios de espionaje ingleses (la CIA no da para tanto) Joseph hace alarde de información: Gaddafi ha comprado a Abdul Qadeer Khan, uno de los cerebros del programa nuclear paquistaní, alrededor de 4.000 centrifugadoras para enriquecer uranio. Cuenta además con planos detallados con los cuales podrá construir una bomba atómica. Ha pagado por esto unos 200 millones de dólares. También tiene un importante arsenal de armas químicas. Debe entregar todo.
Pocos meses después (aunque bastante más de lo exigido por Bush), a comienzo de 2004 especialistas de Estados Unidos, Gran Bretaña y una delegación de la Agencia Internacional de Energía Atómica (IAEA, por sus siglas en inglés), recibían en Tennessee la totalidad del material requerido por Washington.
Pese a la rudeza inicial de Joseph, hubo negociación: Estados Unidos compensaría el monto invertido por Libia con armas convencionales y equipamiento militar. Resulta, al fin y al cabo, que la prepotencia anglosajona no pudo imponerse a la pertinacia negociadora de la estirpe árabe. Luego se sabría que Gaddafi mantuvo una porción del uranio enriquecido con el que contaba. Descubierto el intento, ese saldo sería entregado recién en 2009. La CIA continúa con la sospecha de que Gaddafi guardó también armamento químico. Ahora se revela, además, que el material requisado a Libia fue a aumentar el arsenal atómico estadounidense. Y que este país no cumplió su compromiso de entregar armamento y equipo al gobierno libio.
Erosión irreversible
No es una novela de espionaje. Ni la teatralización de un rumor. Luego de cumplida la operación de chantaje extremo, los funcionarios de Washington se encargaron de difundirla en la IAEA, con suficiente cuidado como para que pareciese una infidencia y con la amplitud necesaria para que cada gobierno tomara exacta cuenta del nuevo estilo que emplearía de allí en más la diplomacia yanqui.
Aquellos emisarios hablaron sólo con quienes debían informar, exclusivamente y bajo condiciones de estricta confidencialidad, a sus Presidentes. Ocultaron, por supuesto, el incumplimiento del compromiso de entrega de armas y equipos convencionales. No tanto para resguardar el honor anglosajón y la condición de elevado caballero de Joseph, sino para preservar la futura capacidad de negociación de Washington con otros Estados.
Ahora todo está a la luz. Y esa falta de compromiso del imperio para cumplir acuerdos, sea con súbditos o con enemigos, es potencialmente más grave que las revelaciones de WikiLeaks, con las cuales quedaron desnudos tantos políticos burgueses amigos de las embajadas yanquis.
Por donde se mire, las columnas del imperio se erosionan. De allí no se debería concluir que el chantaje atómico ha terminado.
–
El autor es director de la revista América XXI
Tomado del PSUV
8.Mar.2011 / 07:35 pm /
En los últimos días el mundo estuvo al borde de una nueva invasión militar estadounidense. El riesgo no terminó. El temor a las descontroladas consecuencias de tal paso hizo vacilar a aliados claves de Washington, obligó a retroceder a otros y, sobre todo, activó la ya visible división interna de la burguesía imperialista estadounidense. La mano asesina se detuvo. Sólo para reactivarse en las últimas horas y plantear nuevamente el riesgo de invasión. No es éste el tema de las líneas que siguen. En este paréntesis inestable, imprevisible, conviene aprovechar la pausa para conocer algunos antecedentes ocultos.
Quienes parecen no comprender qué está en juego en estos momentos en el Magreb y en el mundo; quienes actúan a partir del supuesto de que con ayuda de Estados Unidos, desde su misma trinchera, podrá avanzarse hacia la democracia; quienes desde posiciones alegadamente revolucionarias arremeten como toro al rojo, en el supuesto de que en Libia ocurrió una insurrección idéntica a las de Túnez, Egipto y otros tantos países, harían bien en sopesar con cuidado la información que sigue.
Mi interpretación respecto de los sucesos en curso en el Norte de África y el Cercano Oriente la expuse en la nota “Washington apronta una operación militar regional con eje en Libia” aparecida en la edición de marzo de América XXI. Aquí me limito a dar una información escasamente conocida.
En condiciones diferentes a las que se describen enseguida, sin necesidad de recurrir al chantaje atómico pero con pareja brutalidad, Washington obró para desmantelar el programa de tecnología nuclear argentino. Quien esté interesado puede hallar fácilmente mi posición contra el titular del Ejecutivo que llevó a cabo aquel mandato imperial en los 1990. De modo que no cabe sospecha de condescendencia respecto de quien circunstancialmente se coloca en situación de no poder responder al chantaje atómico imperialista. Acaso la comparación contribuya a subrayar la premisa comprobada que sustento: Estados Unidos no respeta amigos ni conversos; sólo se detiene ante una posición antimperialista consecuente -es decir, anticapitalista- cuya primer condición es que pueblo y gobierno aunados, con las mayorías conscientes y organizadas, tengan la voluntad para enfrentarlo.
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Corre el año 2003. Ha transcurrido poco más de un mes desde la invasión imperialista a Irak. Un avión del Pentágono aterriza en el aeropuerto de Trípoli; personas con ropas civiles pero actitud de operativo comando descienden de la nave. Con premura montan a una caravana de vehículos especiales que parten a toda velocidad. No es presumible que sus ocupantes se interesen en la belleza regalada por el Mar Mediterráneo desde el costado derecho de la amplia avenida por la que avanzan sin obstáculos ni luces rojas. Van a una reunión secreta con Muammar al Gaddafi.
A la luz del episodio que ocurrirá inmediatamente los acontecimientos en curso por estas horas adquieren un color diferente y es posible ver desde otro ángulo la relación posterior del dirigente libio con Estados Unidos y Gran Bretaña. Aunque los cambios internos habían comenzado 20 años atrás.
La delegación estadounidense está encabezada por Robert Joseph, alto funcionario enviado por la Casa Blanca con un mensaje secreto. No hay rodeos ni gestos diplomáticos. Con el estilo seco y directo propio del carácter anglosajón, acentuado por la altanería imperial, Joseph transmite un ultimátum: Libia entrega de inmediato a técnicos de Washington todo el material adquirido para la construcción de armamento atómico. En caso de no hacerlo, la capital y las principales ciudades del país serán bombardeadas por la fuerza aérea estadounidense.
Cambio de escenario: apenas horas atrás la secretaria de Estado Hillary Clinton acaba de decir lo mismo, esta vez públicamente: “todas las opciones están sobre la mesa”.
En la voz de Joseph el mensaje era idéntico pero inequívoco: si la descomunal superioridad bélica del imperio no fuera suficiente, allí están los cohetes con cabezas nucleares.
Todo está listo para la operación de guerra y el golpe será letal, asegura el halcón republicano. No hay espacio alguno para la negociación, dice. Ni prórroga para cumplir la decisión del gobierno de George W. Bush.
¿Choque de culturas?
Asistido por los servicios de espionaje ingleses (la CIA no da para tanto) Joseph hace alarde de información: Gaddafi ha comprado a Abdul Qadeer Khan, uno de los cerebros del programa nuclear paquistaní, alrededor de 4.000 centrifugadoras para enriquecer uranio. Cuenta además con planos detallados con los cuales podrá construir una bomba atómica. Ha pagado por esto unos 200 millones de dólares. También tiene un importante arsenal de armas químicas. Debe entregar todo.
Pocos meses después (aunque bastante más de lo exigido por Bush), a comienzo de 2004 especialistas de Estados Unidos, Gran Bretaña y una delegación de la Agencia Internacional de Energía Atómica (IAEA, por sus siglas en inglés), recibían en Tennessee la totalidad del material requerido por Washington.
Pese a la rudeza inicial de Joseph, hubo negociación: Estados Unidos compensaría el monto invertido por Libia con armas convencionales y equipamiento militar. Resulta, al fin y al cabo, que la prepotencia anglosajona no pudo imponerse a la pertinacia negociadora de la estirpe árabe. Luego se sabría que Gaddafi mantuvo una porción del uranio enriquecido con el que contaba. Descubierto el intento, ese saldo sería entregado recién en 2009. La CIA continúa con la sospecha de que Gaddafi guardó también armamento químico. Ahora se revela, además, que el material requisado a Libia fue a aumentar el arsenal atómico estadounidense. Y que este país no cumplió su compromiso de entregar armamento y equipo al gobierno libio.
Erosión irreversible
No es una novela de espionaje. Ni la teatralización de un rumor. Luego de cumplida la operación de chantaje extremo, los funcionarios de Washington se encargaron de difundirla en la IAEA, con suficiente cuidado como para que pareciese una infidencia y con la amplitud necesaria para que cada gobierno tomara exacta cuenta del nuevo estilo que emplearía de allí en más la diplomacia yanqui.
Aquellos emisarios hablaron sólo con quienes debían informar, exclusivamente y bajo condiciones de estricta confidencialidad, a sus Presidentes. Ocultaron, por supuesto, el incumplimiento del compromiso de entrega de armas y equipos convencionales. No tanto para resguardar el honor anglosajón y la condición de elevado caballero de Joseph, sino para preservar la futura capacidad de negociación de Washington con otros Estados.
Ahora todo está a la luz. Y esa falta de compromiso del imperio para cumplir acuerdos, sea con súbditos o con enemigos, es potencialmente más grave que las revelaciones de WikiLeaks, con las cuales quedaron desnudos tantos políticos burgueses amigos de las embajadas yanquis.
Por donde se mire, las columnas del imperio se erosionan. De allí no se debería concluir que el chantaje atómico ha terminado.
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El autor es director de la revista América XXI
Tomado del PSUV
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